CUANDO EL PARAÍSO ES UN INFIERNO

CUANDO EL PARAÍSO ES UN INFIERNO

onemoredelmonton

20/10/2020

“Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca», dijo una vez Borges.

No sé si lo dijo antes o después de quedar ciego, imagino que luego.

Si bien la ceguera no impide leer los libros de esa biblioteca, ya sea porque algún otro los lee o la variante de audio libros, esa frase me volvió a la cabeza haciendo un paseo por netflix. Todas las seriespelículasdocumentalesetcéteras… a un click.

Lo mismo podemos decir de música, libros, papers, tutoriales de todo, personas para conectarse y conocerlas… TODO.

Y, como casi siempre, o siempre, aparece la ley del mercado: mucha oferta, abarata el precio. Y ahí, agarrate Catalina!

De niña leía bastante, un libro o una revista de historietas (ahora es más cool llamarla comics) debía durarme mucho. Recuerdo acompañar a mi mamá los viernes al mercado del barrio. La primera parada era un puesto de diarios y revistas, en el que vendían también productos de limpieza (aún me viene a la cabeza? el olor de ese negocio) donde compraba el Anteojito. En cada puesto del mercado, carnicería, frutería, el de los yuyos, la pescadería, yo lo leía. Mi madre me decía que no me apurara de leerlo, que me tenía que durar toda la semana. Mi primera lectura de la revista era Valentina, chiquilina. Luego, durante la semana, venía todo lo demás. Así, hasta que la ceremonia volvía a comenzar el próximo viernes.

De adolescente, muchos libros que me pedían en el colegio los sacaba de la biblioteca pública del barrio. La consigna era renovarlos semanalmente para tenerlos todo el año. Los únicos libros que mi madre me compraba eran los de inglés, la economía familiar privilegiaba la lengua extranjera, llave de todas las oportunidades por venir.

Mis visitas a la biblioteca para la renovación de los libros eran casual/causalmente todos los viernes por la tarde. Me fui haciendo amiga del bibliotecario, un señor que siempre estaba leyendo. Y que me recomendaba libros, que tomaba prestados de la misma biblioteca.

Ya más grande, me encantaba ensuciarme las manos en las librerías de la calle Corrientes, mirando, buscando, encontrando qué leer. La treta era esconder en la enorme mesa ese libro que quería comprar, pero en ese momento no tenía la plata y volver a la semana. A veces, resultaba.

Corriendo el riesgo de parecer una vieja renegada de los cambios, debo decir que extraño algo de eso. En realidad, extraño la sensación, ese deseo que lleva un tiempo en concretarse, que tarda o se lo hace tardar. Y ahí, reside el placer.

El todo a un doble click me produce una sensación de agobio, atosigamiento mezclado con ansiedad que no me permite disfrutar. Finalmente, no encuentro nada para ver-leer-escuchar, o comienzo y lo abandono. No le doy tiempo a que me pueda llegar a interesar, rápidamente lo abandono. No funciona el “hacelo durar” de mi madre. Para qué, si hay un mundo a un doble click.

El paraíso en forma de multitud de libros, música, información, personas… llegó. Y es un verdadero infierno.

Etiquetas: relato corto

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