Acá, siempre una más

                                                           (las peladitas)

Volví a ese lugar.

El lugar donde te “curan”.

Hace menos de un año, estaba sentada e inyectada.

Por las venas, entraban un montón de colores que te matan el cáncer y te matan el alma.

Hoy volví.

Saludé y me saludaron cariñosamente. El cariño, en estos lugares, casi siempre aparece.

Volví y las volví a ver: mujeres.

Mujeres que van perdiendo su cabello. Otras, que les va creciendo…

Pelo: esa marca de la feminidad que esta puta enfermedad te la quita.

Nos dicen que vuelve a crecer, que un pañuelo va con nuestro look, que blablabla. Pero esos mechones que caen, duelen.

Las ví como me veía a mí: el brazo extendido, esperando la aguja, entregadas a lo que sea.

Un gineceo de dolor.

Hoy escribo con mis rulos creciendo, sintiendo el viento que los mueve, la caricia de unas manos que lo lavan, esa planchita que lo alisa. Lo cotidiano puede volverse extraordinario.

Siempre hay una más. A esa más, la abrazo y le aprieto la mano cuando esa aguja duela…

Etiquetas: relato corto

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