Al enfrentarme al vacío y, con una mirada introspectiva, recuerdo esta frase de José Saramago: “Para qué sirve el arrepentimiento, si eso no borra nada de lo que ha pasado. El arrepentimiento mejor, es sencillamente cambiar”
Esa frase siempre me persigue, pero ahora más que nunca, la odio. Cada decisión que he tomado en mi vida ha sido un error, y siento que solo estuve sobreviviendo en lugar de vivir.
Mi decisión no fue apresurada pero quizás la tomé bajo demasiada presión. Una hermosa niña en una ventana ya no está, en su lugar, hay hormigón, es como un tren que pasa.
Mañana voy a volver a este mismo lugar, sin que nadie me vea, quiero sentarme a pensar en lo que pudo haber sido.
Durante todos estos años, he estado absorto en mi propia carrera sin destino ni propósito, solo pensando en el inevitable final que todos enfrentamos. Ahora, en este momento tan preciso como infructuoso, me doy cuenta de que lo que realmente importa es la amplitud con la que vivimos, no cuán lejos llegamos.
¿Dónde me encontraba? ¿quién fui hasta hoy? ¿Acaso estaba tan ciego por el dolor y la confusión que ignoré las señales? ¿Cómo pude permitir que el vacío se adueñara de mí? Sentí como la tristeza y otros sentimientos me abandonaban, me soltaban, no llegarían conmigo hasta el final.
El sufrimiento consigue ocultar mi dolor, siento algún golpe pero ya nada me lastima.
Esta mañana, mis hijos y mi esposa me dieron un beso; un gesto tan simple y lleno de amor que, seguramente, ellos ya no recuerden. Pero para mí, ese instante fue un regalo invaluable, un refugio de luz que atesoraré, incluso en la oscuridad que se avecina. Mis amigos continuarán siendo parte de mí. El peso de mi elección se mezcla con los ecos de su fraternidad, y me aferro a ello sin fuerzas.
No tengo lágrimas, se me han secado los ojos, tan solo veo gente alterada en una ciudad que vive aturdida. Como toda ciudad enajena al individuo y presume de un colectivo vulgar y dantesco.
Dónde estaba yo cuando caminaba allí abajo, en qué pensaba, y por qué estaba apurado, nunca me detuve a pensarlo.Ahora no tengo tiempo para respuestas, pero sé que ya lo tendré, y espero me inviten a brindar con ambrosía quienes me esperan para madurar.
Es extraño el ahogo que produce el exceso de aire, me animo a describirlo con un oxímoron, una asfixia por abundancia de aire.
El asfalto comienza a llenar mi panorama, indicio de que se reduce el tiempo o que estoy por vencerlo.
Me imagino a muchos buscando una carta o un último mensaje, pero no creo que nadie pueda percibir esto que siento.
Mis pensamientos ya fluyen sin restricciones en el tiempo, parecen no tomar en cuenta su paso y mucho menos intimidarse. Todo ocurre tan rápido que me sorprende la tranquilidad de mi mente, una sensación de estoicismo me invade silenciosamente.
Los pensamientos se arremolinan en mi mente, cegándome con su insensatez. Quizás sea una forma de enmascarar mi inútil remordimiento. Mi confusión se traduce en excesivo peso.
Tú, allí, que pareces tan perturbado y ni siquiera te conozco, no te imaginas lo que siento. Y lo peor es que ya no conseguiré decírselo a nadie.
Ya no soy aquel, ya no estoy allí. Tan solo gritos, descontrol y consternación.
Me fui.
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