1. El origen

1. El origen

Ronnie Lee

31/07/2023

-No, no, no, ¡no! Tenía que ser un niñato. Pero bueno, qué se podría esperar del hijo de una verdulera. Te he dicho que es en clave de Fa. ¡En clave de Fa! ¿Puedes entender eso, jovenzuelo? -me regañaba un dizque y autollamado «productor». Un gordo canoso de doscientos kilos, con una cadena de oro de dudosa procedencia, todo esto coronado con un horrible bigote que despedía olor a tabaco barato.

Si bien siempre había estado acostumbrado a la humillación constante, en ese momento, al haber mencionado a mi abuela de esa forma, lo poco que me quedaba de dignidad salió violentamente a flote y exploté:

-¡Usted a mi abuela me la respeta, señor! ¡Es usted el que no entiende! ¡La clave de Fa con esa escala de guitarra estará fuera de tono!

-¿Acaso me quieres dar clases de música, jovenzuelo? -escupió la morsa esa. -¿Pero qué tal? ¡Vas a hacer lo que yo te diga porque yo te pago, tarado con olor a guiso!

Aunque no soy exactamente un tipo temperamental, las cosas sin sentido me sacan de mis casillas y me es imposible decir negro si lo que veo es blanco, por más de que me lo insistan o me lo hagan jurar con la mano encima de la Biblia. Es más, tengo la imperiosa necesidad de corregirlo de forma explícita. Resulta que estaba en medio del proceso de creación de una canción para una cantante de poca monta, y encima que la pobre tuvo la mala suerte de contar con un productor que sabe más de mafia que de música, pero bueno. Obedecí hasta cierto punto, pero en ese momento, la situación ya me parecía ridícula, porque la canción estaba quedando realmente tosca y falta de sentido. Ofendido, enérgicamente me paré del piano, dispuesto a marcharme.

-¿A dónde diablos vas, jovencito? -gritó el señor.

-Usted no me necesita, señor. -respondí, alzando la voz. -Y para la miserableza que me paga, yo tampoco necesito su dinero. Ganaría más vendiendo tomates. Adiós.

Tomé mi abrigo y salí furioso del estudio de grabación, a pesar de estar consciente de que aquel fue uno de los pocos trabajos musicales de estudio que he podido conseguir en mucho tiempo. Pero no soporté a ese tipo y sus imposiciones absurdas. No tenía sentido permanecer en un lugar que no me gusta y perder el tiempo y los nervios con gente ridícula. Conseguiría algo mejor en otra parte.

Apenas me había alejado, el señor aquel seguía lanzando escupitajos de fuego y maldiciones hacia mí, pero lo ignoré. Sólo escuché a lo lejos:

-Niñato engreído. Sólo tiene 17 años. ¿Quién diablos se cree?

Salí hacia las calles frías de la ciudad. Hacía bastante frío y fui a tomar el tren para dirigirme a mi casa, la cual, por cierto, tenía una verdulería justo enfrente, donde atendía mi abuela Roberta. Ella era una señora de cincuenta años y pico, regordeta, canosa, de ojos cafés y mirada amable. Al llegar, ella estaba atendiendo a unos clientes junto a mi hermano Claudio. Se sorprendieron al verme llegar. Entré a la casa desde la tienda, furioso y sin saludar. Aquel, luego de verme entrar echando chispas, se apresuró a llevar la carga de maíz a la góndola para ir a mi encuentro:

-¡Hey! -me dijo él, a mis espaldas. -¡Cesco! ¿Qué te ha ocurrido? Llegaste muy pronto.

-No quiero hablar de eso. -respondí secamente, sin mirarlo, mientras me sacaba el abrigo.

-No te fue bien, ¿cierto?

No respondí. Estaba demasiado furioso. Me sacaba los zapatos. Claudio seguía ahí, detrás de mí, esperando como un perrito espera a su amo. Él siempre ha sido una persona comprensiva y muy amable. Como es el mayor, y «el hombre de la casa», él estaba muy pendiente de mí y su rol se lo tomaba bien en serio. Pero Claudio nunca ha sido un tirano conmigo. Asumió más bien el rol del padre protector y proveedor.

-Qué observador. -respondí con ironía, mientras me ponía mi ropa de trabajo, para ayudar en el negocio.

-Francesco. -me detuvo de iniciar mi faena. -No. -me dijo poniéndose enfrente, tomándome de los hombros y mirándome a los ojos. -Así no. Tu furia espantará a los clientes. Mejor cálmate y ven luego.

-No atenderé. -respondí. -Sólo haré de estibador. Puedo ir al mercado por lo que haga falta, o hacer las cuentas.

-Francesco. -insistió. -Hazme el favor. Ven en una hora. -ordenó. -Ahora no hay mucha gente.

Obedecí. Me saqué la ropa y las botas de trabajo y me dirigí a mi habitación. Bueno, en realidad, la habitación donde compartía con mi hermano Claudio. En la casa sólo vivíamos nosotros tres. Había dos habitaciones y la segunda era de mi abuela Roberta. Nuestros padres nos habían abandonado hace como diez años y desde entonces hemos quedado a cargo de abuela. Ella nos entrenó en su negocio desde los diez años y siempre la hemos ayudado de buena gana después del colegio, pero además, nosotros dos recibimos comisiones de nuestras ventas, razón por la cual, siempre teníamos algo de dinero en nuestros bolsillos. No somos ricos, pero tampoco pobres. Por suerte, la casa quedaba en una calle bastante concurrida del barrio, razón por la cual abuela abrió el negocio desde antes de dar a luz a nuestra madre, y le fue bien. Hasta el día de hoy, nunca nos han faltado ventas y nunca nos ha faltado nada de lo necesario. Abuela es muy apreciada en el barrio y tenemos a varios clientes fieles, de entre los cuales están nuestros vecinos, a quienes proveemos para sus alimentos diarios.

Una vez en mi cuarto, cerré la puerta y busqué un disco entre las decenas que tengo y lo puse en el tocadiscos. Mientras empezaba a sonar «Echoes» de Pink Floyd, me recosté sobre mi cama apoyándome con los brazos detrás de la cabeza y tratando de hacer que salieran mis chispas. Justo en la pared que daba a mi cama había un poster del álbum Ummagumma. Nuestro cuarto era algo pequeño, pero teníamos todo lo necesario. Dos camas de media plaza, un ropero, una mesa cuadrada, donde reposaba mi tocadiscos, junto a varios libros y cosas encima, mi caja de discos (en realidad era una caja de cebollas) una mesita de luz y una silla. Las paredes estaban algo rasgadas y con humedad, pero en un estado aceptable.

Pink Floyd es mi grupo favorito. Lo amo. Incluso más que a The Beatles, y eso ya es un escándalo. Es que son muy diferentes a cualquier banda que haya escuchado jamás. Esos riffs únicos de guitarra, la ambientación musical, tan espacial. Cuando oigo sus canciones, parece que vuelo al espacio. Lejos de este mundo. Tengo todos sus discos, desde The Piper and the Gates of Dawn hasta su último LP The Dark Side of the Moon, el cual oigo casi todos los días. Realmente este grupo me cambió la vida.

Siempre me ha gustado la música. Creo que fue a causa de mi abuela. A ella le encanta la música y siempre suele poner la radio, donde pasan canzoni, musica leggera o chansons, las cuales suenan mientras trabaja. Cuando creció mi hermano Claudio, él empezó a tomar gusto por el twist y el rockabilly y en la casa vibrábamos con las canciones de Elvis Presley, Chuck Berry y Bill Halley, artistas que de hecho, también me gustan mucho. Y a mi abuela también. Ella no es una persona nada conservadora y tiene una mentalidad más abierta que la mayoría de las personas de su edad.

De chico imitaba las percusiones de las canciones que oía con una cuchara, palillos, o cualquier cosa que se me apareciera enfrente, hasta que un día me senté sobre la vieja pianola de la casa y comencé a tocar de oído la canción «See you later, Alligator». En eso que estaba haciéndolo, abuela se sorprendió al oírme tocar y enseguida llamó a mi hermano. 

Imagen: Francesco Felleti tocando el piano, Turín 1966.

Ahí fue cuando ella decidió enviarme a estudiar música en el centro comunitario del ayuntamiento local. Ella también había enviado allí a Claudio, donde éste estudiaba guitarra, de modo a que los dos nos íbamos juntos a ese lugar luego de las clases de la mañana, apenas terminados de almorzar. Claudio tenía diez años y yo estaba por cumplir ocho. Desde el primer día de clases demostré una gran capacidad para la música y me incliné hacia el piano. Ya con apenas nueve años ya interpretaba fragmentos de clásicos de Beethoven, Chopin, Mendelssohn, Pachelbel, Mozart, Debussy, entre otros. En ese tiempo, Claudio ya había abandonado los estudios de guitarra. «No es para mí», decía y se dedicó a ayudar a la abuela en la verdulería de buena gana, y al cerrar el negocio, se iba a jugar calcio con sus amigos.

Sin embargo, yo seguía estudiando en el ayuntamiento, cada vez más entusiasmado. Los maestros se impresionaban con mi gran capacidad de interpretación del instrumento y decían que mis manos «estaban hechas para el piano» y que algún día «sería un gran pianista». Así fue por varios años que fui entrenado para ser pianista clásico, habiendo participado de varias orquestas locales tanto en el colegio como en la ciudad. Mi interés y dedicación hicieron que mis maestros me consiguieran una beca en el conservatorio del centro de la ciudad, donde estudié piano, teoría y solfeo.

Pero a los trece años, algo cambió dentro de mí. Escuché una canción nueva que pasó por la radio. Nunca lo olvidaré porque cuando la oía, se escuchaba un sonido tan fresco y distinto, condimentado con la voz rasgada de barítono del cantante. Algo hizo «clic» dentro de mí. Al finalizar, recuerdo muy bien que el locutor dijo: «Y esto es Arnold Layne, del nuevo grupo inglés Pink Floyd«. Luego de eso, me emocionaba cada vez que la pasaban en la radio y la ponía a alto volumen. Abuela se molestaba y me decía que lo ponga más bajo, porque no podía hablar de la música. A Claudio también le gustó. Luego, con las comisiones que ganaba compré el single de la tienda de discos del centro. Estaba muy emocionado y la ponía varias veces al día en el tocadiscos de la casa. Luego la practiqué en la pianola a oído y luego de ensayarla varias veces, me salió la parte instrumental exactamente igual a la de la grabación.

Tiempo después, salió See Emily Play y me volví loco. Nunca había oído algo semejante. A partir de ese momento, ya me volví fanático de la agrupación y siempre estaba pendiente de comprar sus últimos lanzamientos. De hecho de que luego don Ciccio, el dueño de la tienda del centro, ya tenía nuestro número telefónico de la casa y siempre me avisaba cuando llegaba nuevo material de la banda. Es que ya me volví su cliente fiel y el señor hasta ya se convirtió en mi amigo. A veces, hasta negociábamos por comestibles porque él conocía a mi abuela. Cuando salió The Dark Side of the Moon hace unos meses, fue alucinante y simplemente me volví loco de la emoción, pues ya andaban pasando «Money» en la radio y estaba demasiado ansioso por comprar el LP, el cual ya había pagado unas cuantas liras por adelantado. Gracias a este señor tuve toda la discografía de Pink Floyd hasta la fecha, inclusive los dos discos solistas de Syd Barrett, pero no solo de ellos. También tengo todos los discos de The Beatles y de The Rolling Stones, además de tener LP’s, EP’s y singles de Yes, Genesis, Emerson Lake & Palmer, David Bowie, Deep Purple, The Nice, Queen, The Animals, The Doors, entre otros. Soy un gran amante de la música moderna, principalmente rock británico, y especialmente, del rock progresivo. Si bien de chico quería ser pianista clásico, ahora mi sueño es ser un rockstar, como Keith Emerson o Rick Wakeman. De hecho de que tengo mi propia banda de rock progresivo que formé con mis amigos del conservatorio, llamada Impatto. Realmente no somos muy populares en los círculos sociales, debido a que en Italia el rock no es tan popular, pero sí tenemos cierta notoriedad entre los grupos juveniles.

Imagen: Impatto, la banda de Francesco. Turín, Italia, 1972. (Der.).

Abuela solía quejarse de que mi música era «demasiado ruidosa» y me ordenaba a que lo ponga más bajo. Por esa razón, hace dos años comencé a ahorrar un poco para comprarme mi propio tocadiscos de la misma tienda de don Ciccio. Hasta que Claudio me prestó un poco de dinero y finalmente pude comprarlo, quedando así el tocadiscos de la abuela en silencio en la sala. De este modo, en mis ratos libres cierro las puertas y ventanas de mi cuarto y me sumerjo en la música. Felizmente a Claudio no le gusta estar encerrado como a mí, y solo viene al cuarto para vestirse o para dormir, razón por la cual llamo a nuestro cuarto como «mi» habitación, pues cuando no me la paso estudiando o trabajando, me la paso encerrado en el cuarto fumando y escuchando música.

En eso, al terminar Echoes, me quedé mucho más tranquilo y relajado y pude salir afuera. Me puse la ropa de trabajo y salí para ayudar en el negocio. Abuela me pidió que haga las cuentas y ordené los libros, pues aunque no soy necesariamente un genio en las matemáticas, soy muy detallista y casi nada se me escapa, por lo cual, me di a la tarea de hacer sumas y restas hasta cerrar el negocio. Luego de asegurar las puertas y ventanas junto a mi hermano, entramos a la casa y abuela se puso a cocinar la cena y el almuerzo de mañana mientras yo la ayudaba a picar las verduras. En eso, ella pregunta:

-¿Qué te ha ocurrido, Cesco? -preguntó abuela. -Viniste hecho una furia.

-Pues nada importante, abuela. -respondí. -No te preocupes.

-Fue al estudio de Davide del centro. -dijo Claudio, entrometiéndose. -Seguro que ese gordo roñoso le dijo algo.

-Claudio.. -gruñí.

-Es verdad. -siguió. -Yo te dije que no valía la pena irte junto a ese imbécil. Aparte de que se mete en negocios raros.

-Al menos lo he intentado, ¿no? -respondí, molesto.

-¿Y qué pasó? -preguntó abuela.

Le conté todo y se indignaron. Realmente no tenía intención de hacerlo, pues no quería preocupar a abuela, pero ya que Claudio abrió el tema de par en par, lo hice. No lo hizo con malicia, sino que él se preocupa demás por mí y suele animarme a que cuente mis cosas. Al enterarse de lo ocurrido, abuela meneó la cabeza en señal de desaprobación y me consoló diciendo de que mejor me dedique a terminar mis estudios de piano y me reciba de profesor. Mientras conversábamos, yo picaba las cebollas y lagrimeaba por el hedor.

-Para eso necesito más de cien mil liras, abuela. -respondí, secándome los ojos. -Ya sabes que he perdido la beca y me he atrasado en varias cuotas. Eso escapa de mis posibilidades.

-Pues los recuperarás cuando empieces a ganar buen dinero como profesor de música. -respondió ella. -Deberías dejarte de tu banda y mejor buscar otro lugar donde te paguen bien por tocar. O al menos, tocar musica leggera con tu banda. Tocando rock vas a quedarte pobre. Escuché que en el bar de don Totto buscan un pianista. Con lo que ganes podrías ahorrar para terminar tus estudios.

-¿De veras? No es que me gusten tanto las canzoni, pero lo intentaré.

-Pues eso es lo que aquí se escucha. Debes acostumbrarte a eso.

-Mañana iré a hablar con don Totto. -respondí, mientras le pasaba las cebollas picadas.

Bien podría haber dicho que no quiero tocar canzoni, que quería ser una estrella de rock, tocar rock progresivo y cosas así, pero explicar todo eso a abuela era inútil, sin sentido y una total pérdida de tiempo. Aparte de que los italianos no hacen rock. Un rockstar italiano es como un pingüino en el Sahara. Ella jamás lo comprendería.

Pero yo podría ser el primero, ¿por qué no?

Al día siguiente, me fui al café de don Totto, a unas cinco cuadras más arriba, sobre la avenida principal. Un local común y corriente, pero debidamente ordenado y bastante concurrido, pues además había una suerte de restaurant donde atendían a los comensales. El lugar tenía una tarima con micrófonos, amplificadores y parlantes con los que ofrecían shows en vivo de varios cantantes locales y hasta de otras ciudades. La pianola era el único instrumento musical que tenía en su negocio. Como había llegado a la mañana, aún no había mucha gente. Su hijo menor Gianni estaba colocando los manteles. Cuando advirtió mi presencia, me saludó sonriente.

-¡Hey, Cesco! ¿Cómo estás?

-¿Qué hay, Gianni? -saludé. -¿Y tu padre?

-Fue al centro. ¿Te ayudo en algo?

-Oh, no importa. Vendré más tarde.

-Oye, buscamos pianista. Vienes por eso, ¿verdad?

-De hecho.

-Estupendo. Apenas llegue le aviso a papá que tendremos pianista.

-Oh, vaya pues….

En eso, viene llegando don Totto de improviso. Un hombre con un pie en la tercera edad, regordete, calvo y canoso, de frondoso bigote y ojos verdes. Siempre vestido con un viejo traje, pero presentable. Habla bastante fuerte y su voz se suele escuchar desde la otra vereda. Creo que ya no oye tan bien. Aprecia bastante a mi abuela y son vecinos de infancia. Sabe perfectamente que soy músico y al verme, enseguida adivinó mis intenciones. Venía afanado y con la cara colorada de corretear.

-Buenos días, don Totto. -saludé.

-Buenos días. -respondió secamente. -5.000 liras a la semana, dos horas por noche y una al mediodía.

Me ofendí ante semejante oferta tan tacaña.

-¿Una a la noche y una al mediodía? -respondí.

-¿Que eres sordo? Dos horas por noche y una al mediodía.

-¿Podrían ser 8.000?

-6.000

-¿7000?

-6500.

-Hecho.

-Bien. -respondió él, sacándose el abrigo. -Domenico te recibirá hoy.

-¿Al mediodía?

-Pues claro. ¿O cuándo esperabas comenzar?

-Esperaba a que me lo dijera. No soy adivino.

-Pues ya te lo dije. Prepara las canciones más populares. Nos vemos.

Eso fue rápido. Pero ese señor es así. Muy acelerado y siempre afanado. A pesar del escuálido salario, igual acepté, en gran parte nada más para mantenerme activo, pues no tenía muchas ofertas laborales como antes. Es que me había convertido en un músico sesionista de algunos estudios del centro desde que tenía quince. Debido a que soy joven y cobro barato, hasta el año pasado había tenido bastantes trabajos e hice un buen dinero, pero hoy día, gracias a la expansión del canal televisivo Rai a nuestra ciudad, dichos estudios han prosperado y ya empiezan a realizar trabajos para televisión o para artistas más reconocidos, los cuales exigen músicos profesionales y experimentados. Es por esa razón que cada vez tengo menos trabajo, pues nadie quiere contratar a un «niñato» inexperto como yo, y menos sin estudios terminados.

Es por eso que abuela insiste a que los termine, porque en este país tengo la posibilidad de hacerme un buen pasar económico como músico profesional.

Imagen: Francesco Felleti en un bar de Turín, 1972.

Resulta que estudiaba música y piano clásico en el mismo conservatorio donde estuve desde niño, habiendo mantenido la beca durante todos los años hasta que cumplí quince. Cuando eso, abuela cayó enferma y tuve que dejarlo todo para cuidarla, incluso el colegio, porque si bien tía Lolla solía venir a ayudarnos con ella, igual teníamos gastos en la casa y un negocio que mantener a flote. Claudio dio el paso al frente y tomó el timón. A pesar de tener sólo 17 años, demostró una gran capacidad para dirigir un negocio. Fue muy eficiente en su trabajo y pudimos sobrevivir y pagar las cuentas. Hasta que se le ocurrió comprar granos de café natural y tostado para vender en la tienda. Fue un gran acierto de su parte, pues algunas personas tenían su propio molinillo de café y querían hacerlo ellos mismos. De hecho que además ofrecemos la bebida y lo vendemos bastante bien, hasta ahora. Las ganancias se incrementaron, pudimos dar una buena atención médica a abuela, y ella se recuperó. Desde esa vez, Claudio prácticamente ya se ha convertido en el jefe, pues él no quiere que abuela se afane y se esfuerce. Aun así, abuela siempre sigue atendiendo.

Imagen: Francesco Felleti, Turín 1972.

En lo que a mí respecta, pues desde esa vez hasta ahora no he vuelto ni al colegio ni al conservatorio y luego de la tormenta, me dediqué a ser músico de sesión en los estudios de grabación del centro. Fue justamente en ese círculo artístico que conocí a algunos amigos y con otros dos ex compañeros que tenía en el conservatorio, y formamos la banda que había mencionado. Todos somos muy adeptos al rock progresivo, y el baterista, quien es prácticamente el líder y segunda voz de la banda, sueña en ser como Phil Collins de Genesis. De hecho que ensayamos en su casa, a las afueras de la ciudad. Si bien apenas hemos hecho dinero con ella, al menos nos sacamos las ganas de tocar la música que nos gusta y soñar en ser como nuestros ídolos en los antros juveniles y en los pocos círculos intelectuales de Turín.

Aunque a abuela no le agrada mucho «que pierda el tiempo en esa banda», igual apoyaba mis aspiraciones y comprendía mis gustos.

Llegué a la casa y entré. Abuela y Claudio estaban de afán atendiendo en el negocio. Me miraron sorprendidos. Cuando me puse mi ropa de trabajo, abuela me pidió que acomode las berenjenas que acabaron de llegar. En eso, Claudio me dice:

-Viniste muy pronto.

-Sí. De hecho que empiezo hoy al mediodía.

-¿De veras? -dijo sorprendido. -Vaya, pues me alegro.

-Gracias. Debo ir también por las noches a tocar dos horas al día.

-¿Y cuánto es la paga?

-6.500 liras.

-¿Qué? -exclamó ofendido. Casi echa el cesto de melones. -¡Eso podrías ganarlo aquí en tres días! Cesco, me perdonas, pero para mí no tiene sentido que lo aceptes.

-Tranquilo, Claudio. -respondí. -Es sólo por hobby. Ya sabes que no debo dejar de tocar. Mis manos se ponen tiesas si me dejo estar. Nunca dejaré de ayudarles aquí.

-Está bien, si tú lo dices, pero aquí podrías tocar en la pianola todo lo que quieras. -50 liras, señor. -le decía a un cliente. -Gracias. Es más, -continuó. -Creo que hasta Davide te pagaría mejor.

-Ni loco volvería junto a la morsa esa. -respondí secamente. -Estaré bien ayudando a don Totto. Es un buen tipo. Tacaño, pero al menos lo conozco bien.

Cuando se fueron los clientes, hubo un lapso de unos cinco minutos en los que la tienda estaba sin gente. Había movimiento en las calles y veíamos a la gente pasar. Abuela se volvió a nosotros, le conté las nuevas y a pesar de la paga, le pareció bien. «Deja que el muchacho toque, al menos le darán algo» dijo ella.

Llegado el mediodía, me dirigí al café, saludé a don Totto y me dirigí hacia la pianola. Las personas comenzaban a llegar y Domenico, el hijo mayor del señor ya había puesto todo listo para comenzar.

Al ubicarme, comencé a tocar las notas de «Città vuota», una canción que me gusta mucho y así, estaba tocando versiones instrumentales de piano de canciones populares para amenizar el ambiente a los comensales. Lucia, la única hija del jefe, me miraba furtivamente cada tanto mientras recogía las mesas. Me sentí halagado. Ella es quizá la chica más bonita del barrio y yo me fijaba mucho en ella, pero al ver mi interés, el ogro de su padre casi me prohibió a que pase siquiera enfrente de la casa. Pero eso ya fue como hace dos años. Por necesidad, quizá, su padre me contrató y allí estaba yo de nuevo, observando sus finos cabellos color mostaza, sus ojos soñadores y su delicado rostro con pecas.

Al notar sus miradas, empecé a tocar las notas de «Non ho l’età» a propósito mientras la miraba, pues ella acababa de cumplir quince años. Ella sonrió. Todo siguió normalmente hasta que mi hora se cumplió y me levanté para marcharme. Algunos asistentes aplaudieron. Ella también. Dije «gracias» y me bajé de la tarima. Gianni vino a mi encuentro:

-¡Hey, Cesco! -exclamó sonriente como siempre.

-¿Qué hay, Gianni? -saludé. -Bastante gente, ¿no?

-Algo así. Oye. Quiero mostrarte algo.

-Oh, a ver.

-Ven, vamos.

A esa hora, don Totto estaba afanado con su hijo Domenico y con Lucia, quien me miraba furtivamente en eso en que su hermano me llevaba adentro del café, a un cuartucho al lado de la cocina. Había un montón de trastes guardados ahí, con un olor a humedad insoportable. En eso, Gianni saca una guitarra. Él sonrió. Yo no entendí aquello.

-¿Ok? -pregunté.

-Escucha, Cesco y dime qué te parece.

-Ok.

Tocó las notas de «Day Tripper» de The Beatles, bastante mal pero se notó que se esforzó para encontrar las notas. Al finalizar las punteadas iniciales, se detuvo.

-¿Qué opinas? -preguntó.

-Eso estuvo espantoso. -respondí. -Pero al menos las notas son las correctas. Debes practicar más con los dedos.

-Oh, vaya. -dijo. Su ánimo decayó un poco. -Pues está bien, me esforzaré.

-No sabía que tocas la guitarra.

-Me encanta. He estado practicando con varias piezas de música. Quiero ser como John Lennon. -dijo con entusiasmo.

-Entonces te gustan Los Cuatro de Liverpool. -respondí. -Vas bien, muchacho.

-¿Cómo? -preguntó él, confundido. -No. -dijo riendo. -Me refiero a los Bitlis.

-Olvídalo. -respondí. -Vas bien. Sigue ensayando y te saldrá bien. ¿Estudias música?

-No, ¿cómo se te ocurre? -respondió riendo. -Si papá me ve con una guitarra me mata.

-¿Pero cómo así? Podrías ser la sensación del café. Es más, podrías ser la estrella y armar aquí un café-concert.

La expresión de Gianni se iluminó por un segundo, pero luego decayó.

-Eso sería genial. -respondió. -Pero a papá no le gusta el rock. Dice que es música de vagos. Podría convencerlo del lado del café-concert, pero tocaría sólo canzoni y eso no me gusta tanto.

-Pues tú verás cómo convencerlo. -respondí.

-Cesco. -dijo él. -Quiero entrar en tu banda.

Lo miré con una expresión incrédula y algo burlona. ¿Un niñito de trece años, en mi banda? Oh, cielos, lo que me faltaba. Apenas sabe tocar una canción de The Beatles y quiere formar parte de una banda de prog rock, donde aspiramos a ser como Emerson, Lake & Palmer, músicos sublimes e inalcanzables. Su pedido me parecía una falacia, pero no quise ser duro con el hijo del jefe, aparte de que no quise arruinar su entusiasmo. Yo sé perfectamente lo que uno siente cuando empieza en esto.

-Pues.. -vacilé. -Nosotros ya tenemos dos guitarristas. Pero tómate el tiempo para ensayar mucho y practicar. Quizá algún día estés con nosotros. Tenlo por seguro.

El rostro pecoso de Gianni se iluminó. Salían chispas de luz de sus enormes ojos verdes. Se puso muy contento. Su inocencia me conmovió.

-¿De veras? -exclamó. -Pues verás que seré el mejor. ¡Me aprenderé todas las canciones de Revolver! ¡Ya verás!

-Oh, excelente álbum. -respondí. -Pues ahí veremos, muchacho. Sigue practicando. Es más, si estás impaciente de ser el próximo Beatle, podrías formar una banda con tus amigos.

-¡Hey! -exclamó. -No se me había ocurrido. La ver…

Nuestra conversación se vio interrumpida al oír el vozarrón de don Totto llamando a su pequeño, por lo cual rápidamente escondió la guitarra y nos marchamos sigilosamente. Mientras Gianni corría al encuentro de su padre, yo me marché a mi casa para almorzar, satisfecho de haber podido eludir el pedido del muchachito. Me llamó la atención de que él estuviera tan interesado en la música, y más aún, en el rock. En Rivoli, nuestro humilde barrio en las afueras de Turín, esa clase de intereses no son muy comunes, pues aquí solamente nos esforzamos en sobrevivir el día a día como se pueda y no hay mucho tiempo para sueños.

O al menos eso creía.

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