Marco llegó a la casa alrededor de las ocho y media, después de pasar la noche con los amigos de la infancia celebrando San Roque, el patrón del Pueblo.

Cuando terminó el café se fue a dar otra ducha, necesitaba despejarse, cuando acabó, se vistió y se fue al aeropuerto, llegaba su hermano Diego a pasar unos días de descanso y quedó en ir a recogerlo.

Cuando estaba saliendo de su casa, vio a dos de los amigos que se iban ya para sus casas, se saludaron y quedaron en ir de senderismo por la tarde, al Paraje de las Adoberas, que está cerca del Pueblo.

El avión de Diego llegó puntual.

Sobre las cinco, ya estaban levantados y habían preparado ya las mochilas para la excursión, se estaban tomando un café, cuando llamaron a la puerta. Eran sus amigos Alfonso y Abraham.

Llegaron en quince minutos a la ruta de las icnitas. Se entretuvieron mirando las huellas y el paisaje que les rodeaba.

Cuando estaban a punto de irse, Alfonso sacó de la mochila una botella de whisky, y aunque en un principio lo rechazaron, Alfonso les convenció para tomar una copa. Cuando llevaban ya media botella, la cabeza les daba vueltas, así que decidieron pasar la noche bajo las estrellas.

A la mañana siguiente, se fueron despertando poco a poco, cuando lo tenían todo recogido, observaron que Alfonso seguía acostado, así que Diego se acercó a él, descubriendo atónitos el cuerpo sin vida de su amigo.

Cuando ya se calmaron, Diego les sentó en unas rocas y les preguntó si recordaban algo de la noche; los tres amigos tenían muchas lagunas, también les dijo que había que llamar a la policía, pero Abraham le dijo que no era buena idea, serían sospechosos los tres. Les dijo que lo mejor sería enterrar a su amigo y hacer como si no hubiera pasado nada, y aunque Diego no estaba de acuerdo, vio a Marco nervioso y pálido, no podía hacerle pasar por esto a su hermano, así que a regañadientes aceptó.

Enterraron a su amigo cerca del arroyo del Pardo, junto con sus pertenencias y echaron la tierra encima.

Una vez terminado, hicieron un pacto de sangre: lo que pasara esa maldita noche, nunca pasó. No estuvieron con Alfonso. Los tres sellaron ese pacto.

Nada más terminar, recogieron sus cosas y se marcharon en silencio hacia sus casas.

Seguidamente intentó hacer memoria de esa noche.

Sólo recordaba los chistes malos de Alfonso, una pequeña discusión entre él y Abraham, que no llegó a nada, era una tontería se repetía, y luego que los cuatro se fueron a dormir al unísono. No recordaba nada más.

Marco estuvo al lado de él toda la noche, se hubiera dado cuenta si Marco hubiera hecho algo o se hubiera levantado.

Cuando Marco salió del baño, estaba totalmente desencajado, Diego le pidió que se sentara junto a él. Marco obedeció.

Ese día ni cenaron los dos hermanos. Tenían el estómago cerrado. La noche tampoco fue buena.

Diego estuvo toda la noche en la habitación de Marco. Su hermano se despertaba gritando.

A la mañana siguiente, Diego preparó unas tostadas y café y obligó a su hermano a desayunar, intentó sonsacar a su hermano sobre lo que soñaba, pero le decía que no recordaba nada.

A media mañana llamaron a la puerta. Marco se quedó dormido en el porche, así que fue Diego a abrir la puerta. Era la hermana de Alfonso.

Le dijo que su hermano le contó que se iba de senderismo con Abraham, Marco y él, que si sabían dónde estaba, que todavía no había ido a la casa.

Diego recordó el juramento y negó con la cabeza. Le dijo que no vio en todo el día a Alfonso. Llegó a eso de las tres de la tarde, comió con su hermano y se acostaron. Luego se fueron a caminar por el campo.

La hermana le dio las gracias y le pidió por favor que si se enteraba de algo que la llamara, sea la hora que sea.

Diego le dijo que así lo haría y que si necesitaba hablar, que contara con él.

La hermana le volvió a dar las gracias y se marchó.

Diego se quedó mirando cómo se iba un buen rato. Nunca había dicho una mentira y esa mentira le consumía.

Cerró la puerta y se fue a la cocina. Pensó hacerle a su hermano su comida favorita: lasaña, a ver si se le levantaba el ánimo. Miró en la despensa y vio que le faltaba bacon, un par de pimientos y bechamel, así que le dejó una nota a su hermano y se marchó a la pequeña y única tienda que había en el pueblo.

No se encontró a nadie de camino a la tienda. Lo que agradeció Diego, no tenía ganas de hablar con nadie. Compró lo que necesitaba y salió de la tienda.

Llegó a casa y Marco se había despertado. Puso la mesa y estaba sentado en el sofá con la televisión apagada.

Diego le preguntó que tal estaba, Marco no contestó, se quedó mirando la televisión con la mirada perdida.

Cuando estuvo la comida lista, se sentaron a la mesa se pusieron a comer. Diego no dejó que Marco se levantara de la mesa hasta que se terminara la comida.

Luego le dijo que se acostara. Cuando terminó de recoger la cocina, Diego se fue a dormir la siesta, y aunque el cansancio era visible, se le venía a la cabeza una y otra vez lo de aquella noche; así que se levantó, cogió una libreta y se fue a la habitación de su hermano. Intentó apuntar todo lo que decía.

Una mañana, estaban en el porche leyendo el periódico y oyeron las sirenas de la guardia civil. Se miraron y Diego tranquilizó a Marco.

Diego salió a ver qué sucedía. La vecina de la casa de enfrente le dijo que habían intentado robar en una de las casas, le dijo que estaban buscando algo pero que no lo encontraron. Diego le preguntó si sabía en qué casa había sido, a lo que la vecina le contestó que sí. La respuesta le puso los pelos de punta: era la casa de Alfonso.

Inmediatamente llamó a la hermana de Alfonso y le preguntó como estaba. Le dijo que se acababa de enterar del robo; le contestó que bien, un poco nerviosa. Sólo podía lamentar el desperfecto de la puerta y un cristal roto. No robaron nada. Se alegraba porque en ese momento no había nadie en la casa. Su madre y ella tenían médico ayer por la tarde y no volvieron hasta entrada la noche.

Cuando fue a abrir la puerta, se percató de todo y llamó rápidamente a la policía. Diego la dijo que era muy valiente y le prometió que entre él y su hermano le arreglarían los desperfectos, que no se tenía que preocupar.

Lana le agradeció la llamada.

Nada más colgar, Diego se dirigió hasta Marco y le contó lo que le dijo la vecina y la hermana de Alfonso.

Estuvieron de acuerdo los dos hermanos de ir a ayudar a Lana en su casa. Así que, se adecentaron un poco, cogieron las herramientas y se fueron en el coche hasta la casa de Alfonso.

Cuando llegaron, la Guardia Civil hacía rato que se había ido ya, descargaron lo que había traído y empezaron hacer los arreglos.

Le arreglaron la cerradura de la puerta, y mientras Diego se fue a la cristalería más cercana, a por un cristal, para reponer el roto, Marco se quedó haciéndole arreglos pequeños que Alfonso dejaba para el día siguiente.

Estuvieron hablando de todo un poco. Lana le dijo, que lo había puesto en conocimiento de la policía la desaparición de su hermano, pero al ser mayor de edad y con sus antecedentes, no le hicieron mucho caso.

Marco hizo tripas el corazón y le dijo que en algún momento aparecería, que no se preocupara.

En ese momento llegaba Diego. Marco fue corriendo a ayudar a su hermano con el cristal. En un momento lo pusieron.

Lana les estuvo muy agradecida por todo lo que habían hecho por ella. Les invitó a cenar, pero rechazaron su oferta, le dijeron que otro día.

Pasaron la noche un poco mejor.

Al día siguiente, se despertaron tarde los hermanos. Se levantaron hacia las diez y media de la mañana. Marco se le veía mejor cara que los días anteriores, hecho que alegró a Diego.

Mientras desayunaban, acordaron en irse de caminata por la ruta de la Trashumancia.

Atravesaron la Cañada Real Galiana o (Riojana), hasta llegar a Torreandaluz, allí, pararon y se comieron los bocadillos y fruta. Regresaron al Pueblo sobre las cuatro y cuarto de la tarde.

Primero se duchó Diego y luego Marco. Cuando ya estaban adecentados se sentaron en el patio con unas cervezas.

Diego estaba contento, veía a su hermano de mejor humor. El día había sido provechoso para ambos. Hablaron de todo. Diego le comentó a Marco que no se fiaba de Abraham, su comportamiento no le parecía lógico; le dijo a Marco que era mejor para los dos no tener contacto con Abraham durante un tiempo. Tampoco le gustó como le habló en su encontronazo. Marco estuvo de acuerdo con su hermano en todo. Desde pequeños siempre se apoyaron mutuamente.

Ese día Marco decidió ayudar a su hermano a hacer la cena, como antaño. Cuando se disponían a cenar, sonó el teléfono de Diego.

Cuando colgó, se sentó al lado de Marco y le contó lo que le acababa de contar Lana.

No cenaron ninguno, tenían el estómago cerrado, no sabían lo que iba a pasar a partir de ahora.

No sabían si ir, quedarse, se quedaron paralizados tras recibir la noticia. Pasaron unos minutos, Diego respiró hondo.

Marco cogió su teléfono móvil y preguntó a varios de sus amigos a ver si sabían algo; al cabo de quince minutos, le contestó Berni.

Bernardo o como cariñosamente lo llamaban sus amigos, Berni, trabajaba para la policía local de Matasejún. Pertenecía también al grupo de amigos de Diego y Marco. Llevaba un tiempo distanciado por la mala relación que tenía con Abraham.

Al parecer fue un ajuste de cuentas, les dijo Berni.

Diego y Marco respiraron aliviados.

Así que, esa noche cenaron un poco de embutido del Pueblo y fruta. Al acabar, se sentaron en el jardín. Se quedaron dormidos hasta la mañana siguiente.

Esta vez fue Marco quien se levantó el primero, fue primero a preparar el café y luego se metió en el baño a adecentarse un poco.

Cuando ya tenía el café preparado, salió al jardín y despertó a Diego.

Mientras se tomaban el café con las paciencias de Almazán, unas galletas típicas de Soria, decidieron que irían a ver a Lana, para ver si le decía algo más de Alfonso.

Nada más acabar el desayuno, Diego fue adecentarse un poco y Marco recogió el desayuno. Cuando terminó, llamaron a la puerta, era Lana.

Lana les confesó que ella había matado a su hermano, cansada de aguantar a su hermano que le robara dinero.

Marco y Diego no sabían ni que decir.

A continuación Lana se levantó y se marchó. Se fue con la seguridad que no dirían nada. Diego y Marco se quedaron en silencio mirándose sin saber que decir. Jamás hubieran pensado que Lana haría eso. Ese momento sería un antes y un después en la vida de los tres que les cambiaría para siempre.

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