Hasta que sople el viento–DN

Hasta que sople el viento–DN

Martín Sotelo

01/08/2020

¡Valentía y coraje! —gritaba siempre a su tripulación el capitán River. Mientras que su voz grave y su casaca verde esmeralda le hacían el más temido de todos los ríos, su hermano era quién infundía terror en los mares. Ambos piratas mantenían una rivalidad acérrima a pesar de su vínculo familiar. River era respetado y obedecido por todos los que trabajaban en su navío. Esto se debía a que ningún barco o bote había logrado hacerle el más mínimo rasguño.

—¡Informe meteorológico! —exclamó River. Al momento, se abrió una escotilla de la cubierta y salió un joven de unos veinte años, era el hijo mayor del capitán, el segundo oficial, Salomon.

—Cielo despejado, nubosidad variable y vientos leves a moderados del este, rotando al noroeste —contestó el muchacho.

—Eso es buena señal. Por cierto, ¿dónde está el primer oficial Edward? —dijo un tanto mosqueado el capitán.

—En el camarote, echándose una siesta —respondió un cadete.

Tras oír eso, dejó el timón y se dirigió a sus aposentos. Al abrir la puerta, se encontró a su hijo tumbado sobre un colchón de paja y cáscaras. Su ligera ceguera aún le permitía ver con claridad a su perezoso hijo. Él era el primer oficial, un niño de apenas quince años de edad, del que pocos sabían de su existencia dado que dormía en todas las travesías. Tras observar la escena, el capitán River se dispuso a despertarle; cuando, repentinamente, el barco le empujó hacia la pared.

—¡Padre! —gritaba desesperadamente Salomon en busca de ayuda—. ¡Estamos entrando al mar!

El hombre, ayudándose de la barandilla, logró regresar a la cubierta. Nada más llegar, le quitó el timón a su primogénito para intentar hacer retroceder el navío.

—¡Izad las velas! —ordenaba paralelamente su hijo.

Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, era inevitable, se habían adentrado demasiado en el estuario y el viento, pese a estar a su favor, no tenía la fuerza necesaria para salvarles de aquella situación a la que nunca antes se habían enfrentado. Manteniendo la calma, River trepó las escaleras hasta llegar al carajo, donde se dispuso a hablar a los allí presentes.

—¡Escuchadme todos! Como algunos habréis notado, ya no estamos en el río. Debido a mi ausencia hemos desembocado por accidente en el mar. Esto no me había pasado nunca y por ello os pido perdón —dijo con un tono triste manteniendo una cara seria—. Os pido valor y coraje hasta que el viento sople con la suficiente fuerza como para permitirnos volver. Hasta que ese momento llegue, tendremos que andarnos con mucho cuidado, los piratas del mar son muy distintos de los que hayamos visto hasta ahora. Tras esas palabras, de entre todos los que estaban en la cubierta, alguien gritó:

—¡Barco a la vista!

Era inconcebible, no habían transcurrido ni diez minutos y ya corrían peligro de ser abordados. El barco seguía avanzando a merced de las olas y solo era cuestión de tiempo. Si querían salvarse, tenían que reaccionar rápido. Mientras el barco entero pensaba en una solución, sonó el sonido de algo cayendo al agua. Eran los gemelos Espinosa, quienes habían cogido el único bote sin previo aviso para salvarse.

—¡Traidores! —insultaban desde el castillo de proa—. ¡Cobardes, volved con el bote!

Las oportunidades se habían acabado, retroceder ya no era posible y saltar al agua no era una opción ya que esta estaba infestada de tiburones. River ordenó a su tripulación que se colocara en posición en los cañones para poder reaccionar en el caso de que fueran atacados. Solo les quedaba rezar para que el barco que habían avistado no abriera fuego.

Había llegado el momento que el capitán tanto había temido, los barcos se encontraban paralelos. Todo estaba en paz. Ya casi habían pasado de largo de ellos cuando se escuchó el sonido de un cañón. El otro barco había abierto fuego.

—¡Fuego! —gritaba el capitán contraatacando.

A pesar de sus esfuerzos por defenderse, ya era demasiado tarde, los otros piratas estaban saltando a su barco y la pelea era inminente. Sin pensarlo ni un segundo, mandó a Salomon al camarote para que protegiera al hijo pequeño. Desafortunadamente, en el momento en que echó a correr, ya estaban rodeados.

—¿Qué queréis? —les preguntó el capitán.

—Queremos a tu hermano —le exigió uno de los asaltantes blandiendo la espada—. Nos robó hace unos días el botín que habíamos encontrado y queremos recuperarlo.

—¿Se puede saber cómo pretendes que venga si no hablamos desde hace décadas y no tengo manera de contactarle? —manifestó con tono burlón.

—No te preocupes por eso, él nos encontrará; pero, por el momento, os quedareis ataditos a este mástil —rebatió con desprecio el jefe de los atacantes.

Sin embargo, pasaban los días y la tripulación seguía atada. Si seguían a ese ritmo, les acabarían matando por desnutrición, dado que las reservas eran limitadas. Por si fuera poco, no había rastro de Edward pese a que habían registrado todo el barco tras atarles. El que en algún momento le hubiese repudiado por no trabajar, ahora se preocupaba por él ante la incertidumbre de qué le había pasado. Por las noches, todos estaban absortos pensando en el pequeño y lo que sería de ellos si el hermano del capitán no aparecía. Salomon contemplaba las estrellas llorando y rezando para que pudieran salir de esa con vida, para volver a pescar al río con su hermano y su padre y para que su madre les cuidara en el cielo si algo salía mal.

No obstante, en una de esas noches, un barco se empezó a acercar a ellos. Guiados por el miedo, empezaron a gritar para que alguien saliera a protegerles. A pesar de los avisos, era imposible que les escucharan, ya que todos los asaltantes estaban dormidos debido a la pequeña fiesta que habían organizado el día anterior, en la que, por supuesto, no faltó alcohol.

—¡Ayuda! —vociferaban en busca de auxilio.

El barco se hacía más visible conforme pasaban los minutos, cuando de repente se empezó a abrir la escotilla y se asomó la cabeza rubia de un niño.

—¡Ed! —murmuró River. Éste era el apodo cariñoso que su padre solía darle.

—Nos tenías preocupados, ¿cómo no te han pillado? Me temía lo peor —replicó éste.

—Es una larga historia —contestó mientras desataba el nudo que los retenía—. Digamos que me creé un escondite en el camarote para escaquearme de hacer las tareas. Cuando me desperté de la siesta y me asomé por la ventanilla y os vi rodeados pensé en salvaros como en una de esas escenas de teatro. Pero luego caí en la cuenta de que solo lo empeoraría por lo que decidí esconderme y racionar la comida que me había sobrado del almuerzo.

—Bueno, y ya estáis desatados —concluyó éste mientras les ayudaba a levantar la cuerda.

—Gran historia hijo, estoy orgulloso de ti —confesó con alivio. Parecía que la situación estaba cambiando, mas se habían olvidado del barco que se les aproximaba. De un momento a otro, volvían a estar acorralados. Sin embargo, esta vez se trataba del hermano del capitán.

—¡Hermano! —clamó esperanzado River—. Tienes que sacarnos de aquí.

—¿Sacaros? No, no he venido aquí para eso, sino para hacer un trato. Vosotros a cambio de un botín —dijo con un tono de superioridad. Seréis mis esclavos.

—¡Nunca trabajaré para ti! —exclamó el capitán de río.

En ese mismo instante, se abrió el cuarto de la cubierta, era el jefe de los asaltantes. Por su cara se podía deducir que acababa de levantarse.

—Ya pensaba que no ibas a venir —suspiró—. Has tardado más de dos días.

Sin decir una sola palabra, el hermano de River tiró al suelo una bolsa la cual debía de contener el supuesto botín.

—¡Nos largamos! —informó tras este acto.

—Déjanos volver al río. Éste es el momento de solucionar nuestras diferencias —imploró River—. Si no lo haces, me veré obligado a pelear —dijo éste con algo convicción.

—¿Así que quieres pelear, eh? —preguntó retóricamente su hermano mientras cogía otra espada—. Pues vamos a pelear —añadió mientras se la entregaba. Antes de que llegara a estar listo para el combate, River recibió un corte en el brazo, el cual empezó a sangrar al momento.

—¿No puedes defenderte? —preguntaba sarcásticamente el hermano con aires de superioridad.

Guiado por la ira y el miedo a ser humillado delante de sus hijos, el capitán se lanzó hacia él con el fin de defender su honor. No obstante, los reflejos de su hermano le permitieron esquivar todos los golpes y acertar uno crítico en el abdomen de River. El panorama era dramático, el padre de Edward y Salomon yacía en el suelo tapándose la herida que le habían provocado.

Todo parecía perdido, el hermano mayor estaba paralizado por el miedo y el pequeño no tenía claro lo que debía hacer en esa situación dado que nunca se había dado en el pasado. En realidad, era imposible que se hubiera dado, ya que donde ellos solían navegar no era viable que dos barcos se colocaran en paralelo debido a la limitada anchura del río.

—¿Te he hecho daño? —se reía el hermano mientras jugaba con la espada—. Mírate, no puedes ni proteger a tu tripulación.

Mientras su tío se burlaba de su padre, a Ed le vino a la memoria una historia que había leído antes de caerse dormido en el camarote. En el cuento, el niño acababa dando la cara y lograba salvar a su familia, no obstante, él no era tan valiente. El miedo a acabar malherido reprimía sus ideas heroicas. Todo apuntaba a un final en el que su padre moría y ellos con él.

—¡Soltadles! —gritó alguien.

Todos se giraron para ver de dónde procedía aquel grito. Para sorpresa de todos, eran los gemelos Espinosa. Y no venían precisamente solos, sino acompañados de todos sus primos y hermanos en un barco más grande que el del propio River.

—¡Disparad! —ordenó el hermano de River un tanto nervioso—. No dejaré que unos piratas novatos me digan lo que tengo que hacer. Paralelamente, Ed fue corriendo a taparle la herida a su padre, quien había perdido algo de sangre.

—Aguanta papá, te llevaremos a casa —le dijo Ed.

—No —balbuceó su padre—. Ve y protege el barco, como haría yo.

Cuando Ed separó la mirada de su padre, la batalla se había trasladado al barco. Todos estaban luchando con lo que tenían, con espadas, alfanjes e incluso pistolas. Él no podía ser menos, así que, empuñando un arma, comenzó a apoyar a sus compañeros. Finalmente, tras horas de duro enfrentamiento, lograron vencer al bando de su tío, defendiendo el honor de su padre.

—¡Lo hemos conseguido! —gritaron emocionados al unísono todos los que quedaban en pie. Todos celebraban que al fin habían logrado acabar con aquellos que les habían hecho prisioneros. Justo en ese momento, sopló fuertemente el viento llegando incluso a arrojar al suelo a alguno de los allí presentes.

En ese momento, Edward se acordó de su padre y echó a correr apresuradamente hacia él. Desafortunadamente, ya era demasiado tarde. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Ante sus ojos yacía el cuerpo sin vida de su padre, el capitán River. Tras un rato mirándole y conteniendo la tristeza que sentía en ese momento, se puso en pie y se secó las lágrimas, debía ejercer como el nuevo capitán, el capitán Ed.

—¡Izad las velas! —ordenó este—. Volvemos a casa.

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