Perro abandonado

Perro abandonado

Fer

28/07/2020

Cada día era igual al anterior, el tiempo transcurría de manera monótona, desde su última ruptura amorosa, sin tener noción del día de la semana en el que se encontraba.

Había decidido esperar, ¿esperar qué? que todo cambiara o mejorara como por arte de magia, pero ya era tiempo de darse cuenta que eso no ocurriría, y aunque se decía a sí misma que quería una vida mejor, no podía seguir así, debía hacer algo; con ese pensamiento se levantó esa mañana, y por eso decidió bañarse y salir a la calle.

Al abrir la puerta lo vio, con sus ojos tristes, allí estaba, un sucio y despeinado cachorro negro con manchas blancas en el pecho mirándola fijamente al lado del sauce que había en la puerta de su casa, estaba mojado por la lluvia de la noche anterior.

Trató de correr la mirada e ignorarlo, pero el pobre animalito emitió un llanto casi imperceptible, y comenzó a seguirla en cuanto ella dio el primer paso, como si la hubiera estado esperando.

De mala gana, pero sabiendo que se culparía más tarde sino hacía algo, se arrodilló y le acarició la cabecita con dos dedos, el pequeño animal respondió inmediatamente a la muestra de cariño, pasando su lengua rosada por sus dedos.

Esto la enterneció por lo que decidió adoptar al pequeño cachorro, lo llevó al veterinario que quedaba a unas cuadras de su casa, al que había ido unos años atrás a comprar alimento para sus peces, cuando los tenía. Allí desparasitaron al perrito y le compró alimento.

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Habían pasado 6 meses desde que el diminuto Cicerón vivía con ella, y no sólo eso, sino que se había convertido en un gran compañero para ella; dormía con ella, y la seguía a cualquier parte de la casa durante todo el día.

Esa noche saldría luego de dos semanas sin verlo, con su nuevo novio, con la esperanza de que su relación avanzara un poco, vivir juntos quizás…

Transcurrió la velada de forma perfecta, él le dió los regalos que le había traído, comieron en su restaurante favorito y compartieron anécdotas de este tiempo sin verse.

–Me alegra que terminemos bien– dijo él.

Ella no supo que contestar, sin comprender lo que estaba pasando preguntó incrédula:

–¿Terminar qué?

–Nuestra relación– contestó él, sin dudarlo–. Te conté por teléfono que había conocido a alguien en el viaje.

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Nuevamente esa sensación de vacío inundó su corazón y su vida, pasaron días hasta que decidió levantarse de la cama; ni los ladridos de Cicerón, ni su insistente llanto, lo lograron, sólo se encargaba de alimentarlo y darle agua, no había paseos para él tampoco.

Cuando había pasado más de una semana hundida en sus pensamientos, y ya no quedaba más alimento para Cicerón, ella se levantó para ir a comprar.

Salió y como si se tratara de un deja vu, al lado del mismo árbol, en la entrada de su casa, allí estaba otra vez, mirándola fijo un perro, este era más grande, de aproximadamente un año, color marrón marmolado, cuando ella caminó, este la siguió, y como estaba lastimado en su pata debió recurrir nuevamente al veterinario cerca de su casa. Luis, el veterinario la curó, y le comentó:

–Ya está castrada esta perra, que raro que alguien abandone un animal castrado.

–Sí la verdad muy raro, voy a preguntar por la zona a ver si es de alguien– dijo ella.

Pero nadie la conocía ni la reclamó. Así fue como Tina, se incorporó a las rutinas de paseo de Cicerón, especialmente los domingos cuando los tres iban al parque a pasear y tomar un poco de sol.

Esos meses las cosas fueron mejorando para ella, ya no pensaba tanto en el vació que sentía, que ella llamaba falta de amor, ese vació que había estado llenando con relaciones con hombres que no duraban más de seis meses, y con los cuales siempre se imaginaba un futuro perfecto, que nunca se concretaba. Relaciones que siempre terminaban de la misma manera y con sus ilusiones destrozadas.

Está vez sería diferente, no arruinaría las cosas, ni pensaría de más en todo, esa noche saldría a su quinta cita con Rodrigo, como habían quedado la semana anterior.

Tomo el teléfono y le envió un mensaje.

–¿Nos vemos más tarde?

–No puedo hoy, otro día– respondió el.

Ella sintió que era bastante cortante, el mensaje para lo bien que venían hablando.

A la semana sin obtener señales de vida de él, le volvió a escribir.

–¿Cómo estás?

Pasaron los días y Rodrigo nunca contestó.

Harta de la incertidumbre que sentía por la lejanía de Rodrigo, a los días le volvió a escribir.

–¿Pasa algo que no me contestas?

–No nada, he estado ocupado–, la respuesta la enfureció, los ojos se le llenaron de lágrimas, otra vez le estaba pasando lo mismo, y otra vez se había hecho ilusiones aunque dijo que no lo haría.

Quería gritar, pero se contuvo y pensó que lo mejor sería pensar en otra cosa, salió a comprar los ingredientes para hacer los brownies que tanto le gustaban y así distraerse.

Cuando volvía con las bolsas del mercado, lo vio en el árbol de siempre.

–Otra vez no– murmuró, y la mujer que iba caminando adelante de ella la miró interrogante.

Le sonrió a la mujer y aceleró el paso.

Al llegar al árbol comprobó lo que temía, otro perro, esta vez de color blanco, un macho, bastante mayor, y lastimado.

Esta vez sin pensarlo ni dudarlo decidió ayudarlo, lo llevó al veterinario de siempre para curarlo y al volver le puso una frazada en la lavandería para que pasara la noche.

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Hacía un año que no salia ni tenía un cita con un hombre, se había cansado de las citas y de las ilusiones que se hacía, y de amores que no la llenaban, pero esa noche le presentarían a alguien en el cumpleaños de su amiga.

La paso bien con Carlos, se divirtieron.

Estuvieron saliendo un tiempo, pero cuando las cosas comenzaron a ponerse serias, ella huyó, por miedo a que le rompieran el corazón.

Y nuevamente comenzó a sentirse mal como antes, esta vez por su negación al amor, por el miedo que tenía de volver a mostrarse vulnerable y salir dañada otra vez.

Esa tarde cuando volvía del trabajo, como ya le había pasado en tres oportunidades, vio un perro, que levantaba la pata y hacía pis en el árbol de la puerta de su casa.

–Sólo debe estar pasando y paró en el árbol a hacer pis– pensó preocupada.

Y pasó sin mirarlo, colocó la llave en la puerta y la giró para abrir, cuando sintió dos patas en la espalda.

–Dale pasa le dijo al perro gris– absolutamente resignada.

El perro entró, se olfateo con los otros tres animales, y se subió al sillón como si fuera su casa.

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Todavía dolida por su situación amorosa, esa noche ella al fin entendería.

Habían pasado tres años desde que Cicerón apareció en el árbol al lado de su casa, se habían convertido en amigos inseparables, solo con mirarlo él sabía que pasaba. Con Tina también tenía una relación especial, pero ella era más juguetona y sociable, se divertía buscando la pelota de medias en el pequeño patio del departamento, Hulk, el viejito, como ella le decía se la pasaba durmiendo y llevando paz adonde fuera que estuviera, y finalmente Nino, el perro Gris, el último en llegar, era una mezcla de gato con perro, era muy independiente, cuando quería buscaba mimos, sino andaba por la casa a su modo,y lo que más le gustaba era molestar a los demás perros mientras dormían.

Esa noche de primavera, Hulk empezó a sentirse mal, no se levantaba, ni quería comer, así que decidió llevarlo al veterinario, allí pasó la noche internado, y al día siguiente la llamó el veterinario, Luis, para decirle que el pronóstico no era muy bueno, que mejor fuera lo antes posible y se lo llevara a pasar sus últimos días en la casa.

Destrozada ante esta situación ella buscó a Hulk y se lo llevó a su casa, llevaba dos noches durmiendo de a ratos en el sillón para estar cerca de Hulk, cuando luego de un pequeño alarido dejó de respirar.

La pobre chica rompió en llanto, y pensó en todos los bellos momentos que había vivido junto a él, y como todos sus perros le habían dado un sentido a su vida, llegando en el momento justo y como la alegraban, dándole una forma de llenar ese vacío que sentía; entendiendo que el amor se presenta de distintas formas y finalmente haciéndola una mejor persona.

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Habían pasado dos meses, ya era verano y ella estaba en el parque que quedaba a unas cuadras de su casa con sus tres amores, por supuesto que Tina andaba suelta jugando y divirtiéndose con otros perros, corriendo. Ella estaba mirando el celular, subiendo una foto que se había sacado con Cicerón, cuando levantó la vista vio a Luis paseando a su perra.

–Hola– dijeron ambos casi al unísono.

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