Ahí arriba. Tras haberme despedido en tierra de las personas que más quiero en el mundo. Reflexionando. Dándole vueltas a cómo había llegado hasta ahí. Con una mezcla de miedo e incertidumbre empecé a hacerme infinidad de preguntas entre absurdas y filosóficas. Podía ver el verde de mi tierra desde kilómetros de distancia siempre y cuando las nubes, espesas y blancas como la nieve, lo permitiesen. Veía las carreteras y los coches de un lado para otro, entre todo tipo de cruces e intersecciones. Casas, casitas y edificios enormes. Me imaginaba las vidas que iban quedándose tras de mi, como una estela: una familia feliz jugando en su casa, una pareja discutiendo a punto de terminar su relación porque nunca se habían entendido, una residencia de ancianitos haciendo su gimnasia matutina, unos jóvenes que se reencuentran tras meses separados y hacen el amor en un hotel de carretera, una mamá soltera ingeniándoselas para alimentar a su bebé mientras teletrabaja, unos hermanos peleándose por una muñeca, incluso un adolescente ensayando las piezas que iba a tocar para su examen de piano en el conservatorio. Miles de historias que iban quedando tras de mí, debajo de todas y cada una de esas nubes, escondidas entre las montañas.

Ahí arriba me preguntaba cuanto tiempo iba a pasar hasta que pudiese volver a mi hogar, cuantos días llenos de horas que están llenas de minutos que a su vez son la suma de segundos, tan pequeños pero tan importantes, tendría que esperar para volver a abrazar, a abrazarles. Décimas de segundos que pueden cambiar toda una vida. Pensaba en esas decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida que nos desvían de un camino para adentrarnos en otros totalmente desconocidos en los que ni siquiera habíamos pensado. Mi cabeza daba vueltas a esos momentos en los que tenemos que elegir: elegir seguir donde estamos o elegir cambiar. Elegir mirar las cosas desde la orilla, disfrutando del paisaje o elegir tirarnos por el acantilado sin saber qué vamos a encontrarnos abajo. Pero parece que de eso va la vida como decía Machado: “al andar se hace camino, se hace camino al andar”. Y ahí arriba entre decenas de nubes iba dejando mi camino creando nuevas rutas inesperadas y sin explorar. Caminaba sin saber a dónde iba, creando historias en mi cabeza, desdibujando sueños, perdiendo ilusiones, recuperando otras, perdiéndome a mí misma para encontrarme a la vuelta de la esquina antes de volver a perderme otra vez.

Ahí arriba no sabría decir si me sentía más pequeña de lo que me sentía habitualmente o si podía sentirme más grande, con más poder, creando mis propias historias de película. Imaginándome que cuando bajase de ese avión nada hubiese pasado, que la vida hubiese seguido su rumbo y que incluso fuese mejor: un mundo sin dolor, sin maldad, sin egoísmo, sin desgracias, sin desamores, sin rencores, sin heridas…. Podía imaginarme saliendo de ese avión sonriendo, saludando a la gente que sonríe también. El sol brillaría en lo alto, los abrazos y los besos no estarían prohibidos, sonaría música, podríamos bailar, los teatros y los cines estarían abiertos y a rebosar, es más, habría tanta cola que las funciones y las sesiones tendrían que duplicarse. Los niños jugarían en los parques sin peligro. Y nadie tendría miedo de volver a salir a la calle, de cruzarse con alguien, de una mirada tímida, de pasear libremente, de respirar aire fresco. Nadie tendría miedo del simple hecho de vivir.

Ahí arriba seguía creando mi mundo perfecto e imaginándome historias de ensueño. Recordando películas que me marcaron, canciones que marcaron etapas de mi vida, poemas que me dedicaron, besos que me robaron e incluso sueños que se perdieron intentando recuperarlos entre texturas de nubes blancas.

Ahí arriba me pregunto si volveré a reunirme con mi familia, a reír juntos, a intentar cambiar el mundo, a pasear, a viajar, a compartir charlas y debates, besos, abrazos, sonrisas y lágrimas, a querernos en vivo y en directo como cuando éramos pequeños y soñábamos juntos creando un futuro quizás idealizado. Me pregunto si alguien volverá a romperme el corazón o si ya nunca más tendré una relación, ni siquiera sabemos si estará permitido volver a conocer a alguien. Me pregunto si llegaré a estar en una residencia de ancianos (quizás sola o quizás con el amor de mi vida) haciendo gimnasia todas las mañanas para que mis huesos que cada día irán pesando más no se estanquen. Me pregunto si volveré a hacer el amor alguna vez, si volveré a sentir el calor de un cuerpo que me rodea con sus extremidades, si volveré a acariciar, a besar, a tener otro cuerpo meciéndose sobre el mío. Me pregunto si llegaré a ser mamá y si seré capaz de crear una nueva vida yo sola, una vida en este mundo caótico que se nos escapa de las manos, una vida llena de sueños a la que darle alas para volar como hicieron conmigo. Me pregunto si volvería a discutir con mi hermano, en esta ocasión no por una muñeca sino seguramente por algún debate político o sobre arte. Me pregunto si volveré a escuchar canciones que me transportes a otros universos, a tocar las teclas de un piano, a bailar hasta el amanecer. Me pregunto también si volveré a hacer maratones de cine hasta quedarme dormida o a asistir al estreno de una película en una sala de cine. Me pregunto si volveré a pisar un escenario y envolverme de aplausos, a aplaudir y llorar de emoción entre las butacas de ese mismo teatro en el que días antes actué. Me pregunto si volveré a sentir todas y cada una de estas cosas. Una y otra vez. Y tengo miedo y no tengo miedo a la vez…

Ahí arriba me pregunto cómo serán las cosas cuando baje de ese avión navegante de nubes y surcador de mares. Me pregunto cómo seré yo, si algo habrá cambiado en mí. Pero quiero bajar de ese avión y seguir mi camino. Intentar disfrutar aún más si cabe de las pequeñas cosas, disfrutarlas como si fuera la primera vez sabiendo también que quizás pueda ser la última. Quiero seguir sonriendo a pesar de todo, aunque esté triste, aunque tenga miedo, pero siempre con una sonrisa que contribuya a mejorar el día a día. Quiero seguir queriendo, aún más si cabe: querer con todas mis fuerzas pase lo que pase. También quiero que me quieran, pero eso ya es otra cosa fuera de mi alcance. Quiero ser feliz, caminar hacia delante entre mis particulares nubes: habrá días nublados, otros soleados y quizás alguno de esos días podamos cruzarnos en el camino con el arcoíris. Caminar hacia delante, respirar, sonreír, vivir… Poner mi pequeño grano de arena para que todo esto pase cuanto antes. Y así, si cada uno pusiésemos nuestra pequeña parte por minúscula que sea, quizás hagamos una montaña para subir, sonreír y rozar esas nubes que tan lejos nos parecen.

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