Siempre me consideré como una persona solitaria, siempre ensimismado en mis pensamientos y en todo aquello que no tuviese que ver mucho con el mundo exterior. Es por eso que, ante la mera posibilidad de recibir compañía, comprendía, cada vez más, que había llegado a este mundo para estar completamente solo.
Entre una de esas aventuras que, creí, podrían ayudarme a comprender un poco más mi situación y el poder estar mejor en la soledad de la noche, me dispuse a pasar unos días en un bosque cercano a mi casa. No suelo acampar y no suelo dormir fuera de casa, pero estaba convencido de que una vigilia nocturna en el bosque no sería más que una reconfortante experiencia para poder disfrutar de aquello que siempre afirme fue mi mejor compañía, la libertad de encontrarme con todo aquello que un buen libro tiene para dar.
Junté pocas cosas, pues, eran solo dos días y una noche. Había considerado ir más días, pero me atemorizaba la idea de encontrarme con algún grupo de gente y que me quisiera hacer parte de sus tediosas vacaciones. El bosque, como tal, era un lugar tranquilo, constaba de espacio para carpas y otro espacio para disfrutar del lago. Yo sabía que mucha gente solía ir allí para desconectarse y hacer algo distinto de lo que uno hace en su vida cotidiana. Además, el lugar era conocido por tener unas lindas noches donde uno podía disfrutar de las estrellas y de los ruidos de la naturaleza. Para un lector con mucha imaginación, no creo haber elegido mejor lugar para disfrutar mi fin de semana.
No quise ir en mi auto, preferí tomar un tren que llegaba al mismo lugar, pero disfrutando de una ruta completamente distinta de la que uno hace cuando va en auto, y yo ya conocía esa ruta de memoria. Lo que me gusta de los trenes es que llegan al mismo destino que los autos, pero hacen distintos recorridos, entonces, parece un viaje completamente nuevo. No soy una persona que suele salir mucho, por ende, tomar el tren y llegar a un bosque era toda una aventura, claro que no sabía lo que me esperaba allí.
Encontré un buen lugar para dormir y pasar la noche. Estuve mucho tiempo armando la carpa, no estaba acostumbrado a hacerlo y fue una odisea el simple hecho de poder encastrar las piezas para que ese pedazo de tela soportara toda la noche en pie. Creo que había quedado bastante bien, al menos, era solo una noche y no parecía un día de lluvia, ni mucho menos.
La noche estaba exquisita, los árboles parecían un complejo de edificios, pero los sentía como una grata compañía en lo lejano del bosque. Tal es así, que decidí relajarme, porque me había llevado esos libros que uno espera leer en los lugares más inhóspitos. No es que este bosque lo fuera, porque estaba cerca de la ciudad, pero en mi cabeza, ese era el lugar inhóspito más cercano que tenía, hasta lo había idealizado como un bosque lejano en esos lugares donde no llega ningún tipo de civilización. Claramente, tengo la mente de un soñador y me sirve serlo, porque me ayuda a soportar cualquier realidad no confortante.
Me estiré en la carpa para poder aprovechar todo el espacio para mí solo. La niebla no me permitía ver mucho más allá, pero no hacía frío. Me puse a leer algo que encontré en mi mochila, nada importante, una antología de cuentos fantásticos.
Cerré la carpa y me recosté a disfrutar de la lectura en la noche. Abrir este tipo de libros, en este tipo de bosques tiene una connotación especial y uno suele pensar que, quizás, las historias de los cuentos cobran vida a medida que uno lee. Me atrapaba el hecho de leer y disfrutar de un buen cuento corto, la acción es rápida, el batacazo final es tan repentino como excitante y no es la típica lectura abrumadora de la novela.
Una historia, dos historias, todo iba rápido y, en un vaivén de ojos y de párpados prontos a caer, escuché a alguien corriendo, pareciera que venía de lejos. Yo podía sentir perfectamente las ramas que se iban rompiendo a medida que la persona corría, se escuchaban cada vez más cerca. Después, una especie de murmullo. Alguien me decía que tuviese cuidado y sus pasos se alejaron sin dejar rastros. Creo que me llevó un instante darme cuenta de la situación. Abrí la carpa, rompí la tela e hice un impulso por irme lo más lejos posible. No sé muy bien hacia donde iba, me chocaba árboles, piedras, ramas, creo que hasta me choqué algún animal que por allí andaba.
Me quedaba sin aliento de tanto correr, me perseguían, sentía esa respiración en la nuca de quien te sigue con todas sus fuerzas. Mi corazón repiqueteaba en pálpitos que se sobresalían del pecho. Por momentos intenté desviarme del camino y lograr que eso que me perseguía no pudiese encontrarme. Creo visualizar a lo lejos un lugar en donde parecía todo más tranquilo, donde no había tanta vegetación como en el medio del bosque. Y dejaba de sentir esa persecución tan cercana a mi cuerpo y me sirvió para alivianar el ritmo y poder tomar una buena bocanada de aire. A lo lejos vislumbré una carpa pequeña, que parecía tener a una persona en su interior y un trozo de tela arrancada, o quizás solo estaba abierta.
Una parte de mi sabía que eso me seguía persiguiendo y continuaría de esa forma a lo largo de toda la noche. Me encontré en la inevitable situación de alarma. Consideré avisarle a esa persona que nos seguirían a ambos. Entonces, me dispuse a correr con todas mis fuerzas para llegar rápido a la pequeña tienda. Entre los pasos furiosos sentía cómo se quebraban las ramas que estaban en el piso y el ruido que proporcionaba mi lucha contra todo aquello que se cruzara en el camino. Cuando creo estar lo bastantemente cerca, lanzo un murmullo, le dije que tuviese cuidado y seguí corriendo.
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