Acaban de sonar las doce en el reloj de la pared. Yo no tengo ningún reloj de pared. Mi vecina si tiene un reloj en su pared. Lo oigo a través de la pared que compartimos. Nuestra pared. 

Me voy a la cama. Mañana mi reloj despertador me alarmará a las 6.40h. Me desnudo. Sólo a medias. Me dejo  la camiseta. Tengo frio en el pecho. Allí donde ubico el alma. 

La cama está deshecha. De mañana no pasa que cambié estas sabanas. Hago la cama desde dentro. Soy un especialista. Me queda mucho mejor desde dentro. Acomodo la almohada al hueco de mi cuello. Perfecto. Me convierto en un ovillo. La cama está fría. Fría como mi pecho. Fría como mi alma. Estar enroscado me calienta. Meto la cabeza bajo las sábanas. Hecho el aliento en mis rodillas. Miro de reojo el reloj de la mesita. Las 12.11h. La mesita de noche. De día la mesita sigue existiendo. Tengo que dormirme deprisa. Si no duermo, mañana no habrá quien me soporte. Yo no me soporto.

Me duele el brazo. Me tengo que dar la vuelta. Me acuesto sobre el otro brazo, seguro que enseguida me duele este también. No he cerrado la persiana. Se cuela la luz de la farola por las rendijas. Si cierro los ojos no veré la luz. La luz obstinada traspasa mis párpados. Me levanto y bajo la persiana. Ya no hay luz. Las 12.21h. Capicúa.

Tengo la boca seca. No me he traído agua. Siempre tengo s la boca seca. Siempre me traigo agua a la cama. Tengo sed. Tengo que dormir. ¡Olvídate de la sed o levántate a beber! Si me levanto, me desvelo. ¡Pues relájate!

Puedo probar a contar. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete ocho, nueve, diez…once, doce¡Vaya timo!

Las 12.32h. Tengo calor. Me quito la camiseta. Me suda el pecho. El sudor me empapa el alma. Saco un pie y toco el suelo. Está fresco. Meto el pie. No me gusta tener las extremidades fuera de la cama. No es zona segura. La cama es casa.

El reloj de la pared de la vecina toca la media. Dong. Va retrasado. Ese reloj retrasa un minuto al día. Hoy es martes. Ahora ya es miércoles. Mi vecina lo pone en hora los domingos.

Un coche frena bruscamente en la calle. Le chirrían las zapatas. Me chirrían los brazos. No puedo cambiarle las zapatas a mis brazos.

Tengo sed. Si no bebo no me podré dormir. Las 12,36h. Si me levanto me voy a desvelar. Si bebo podré dormir. Ya estoy desvelado. Me voy a levantar. Voy a beber.

Me levanto desnudo. No me voy a vestir para ir a la cocina. El suelo está frio. La cocina está fría. La ventana está abierta. Ya no hay humo en la cocina. Cierro la ventana. Mañana la cocina estará helada si la dejo abierta.

Bebo agua del grifo. Directamente del grifo. Tengo que comprar agua mañana. Tengo que cambiar las sabanas mañana. Tengo que dormir ahora.

Tengo una caja de somníferos. No me gusta tomar somníferos. Tengo que dormir. Tampoco pasa nada. Sólo los uso para casos de emergencia. Esto tampoco es una emergencia. El puto reloj de la vecina toca los tres cuartos. Cuarenta y cinco minutos de insomnio no es una emergencia.

Ahora ya no hay vuelta atrás. Mi cerebro ya ha oído que hay somníferos a su alcance. Mi cerebro es como un niño. Debería mantener los medicamentos fuera de su alcance. No puedo luchar contra él. Mi cerebro es más fuerte que yo.

Pongo la pastillita en la punta de mi lengua. La paso a la parte trasera de mi boca. Se ha pegado en el paladar. Bebo a morro del grifo. El agua la arrastra por mi garganta. La siento bajar por mi esófago. La disolución será rápida. Apuesto algo a que antes de la 01,10h ya estaré dormido. Capicúa otra vez.

Voy a mear. No quiero que nada perturbe mi sueño ahora. Mi sueño prefabricado. Mi sueño de diseño.

Acaba de sonar la una en el reloj de pared de mi vecina. Hace muchos años que oigo las campanadas de su reloj a través de la pared que compartimos. Es como si fuera un poco mío también. Un día lo vi y la verdad es que me rompió los esquemas que tenia de él. Yo lo imaginaba un reloj de cuco, con algunos enanitos saliendo por la puertecilla cada vez que sonaba, pero lo cierto es que es un reloj sin personalidad, no tiene ningún elemento que lo haga especial. Es una lástima, pero la imagen real ha desplazado irremediablemente a la idílica y ahora, por mucho que me esfuerce soy incapaz de ver a los simpáticos gnomos marcando las horas.

Ya estoy en la cama otra vez, todavía conserva una temperatura agradable y me acomodo en la forma que mi cuerpo ha dejado en el viejo colchón. Quizá debería cambiarlo, dicen que a los diez años de uso, aunque yo pienso que es sólo una estrategia para vender colchones. De momento mañana cambiaré las sabanas, lo del colchón va a requerir un poco más de presupuesto.

Lentamente empiezo a notar mis miembros anestesiados y flojos, es la magia de la química, diría que hasta se me ha dormido plácidamente una pierna. La saco de la cama para volver a notarla, porque no me gusta la sensación de no sentirla, pero en cuanto toco el frio suelo vuelvo a refugiarla entre las mantas. Cuando era niño imaginaba que la habitación se me llenaba de monstruos al caer la noche pero si me mantenía dentro de la cama, no podían hacerme ningún daño, y todavía hoy conservo esa necesidad de mantenerme a salvo.

La boca se me llena de sabor a sueño, y me voy a permitir el lujo de dejar que un hilillo de saliva se deslice por mis labios, hasta formar una nueva mancha en el mapa onírico de la almohada. Mañana cambio las sabanas…

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