Pamploneses, pamplonesas…–DN

Pamploneses, pamplonesas…–DN

Irati A

25/07/2020

Se va a estrellar contra la muralla. No me lo puedo creer, no consigo ver bien lo que es, parece un cohete. Hay cada vez más humo y el olor a pólvora se intensifica. Ese ruido ensordecedor, es insoportable. Me mareo, veo borroso, luces y sombras. Estoy sudando y respiro con dificultad. Madre mía, se va a estrellar. Parece una carrera de estrellas fugaces, no queda tiempo para actuar. Esto es peor que correr al lado del torico de fuego. Enseguida me doy cuenta de que son los fuegos artificiales de San Fermín. En el Baluarte real. El muro está a pocos metros, se aproxima con rapidez, cada vez está más cerca. Más cerca, más, más aún y…. ¡Boom! Explota, y grito. Solo era una pesadilla.

Me despierto acalorada, sudando. Siento una presión en el pecho, como si me pisara un elefante. Necesito calmarme. Respiro hondo. Luego voy a la cocina, bebo agua y vuelvo a la habitación. Son las tres de la madrugada. Qué buena noche hace. En poco me tengo que levantar. Hay luna llena. No se oye nada en el jardín. No hay ningún movimiento fuera. Reina el silencio en la oscuridad. Cuatro meses han pasado y las calles continúan desiertas. Mascarillas, guantes e hidrogel, imprescindibles en estos tiempos. Estado de alarma decretado, viajes suspendidos y eventos no celebrados. Tengo un poco de miedo. “Mañana será un gran día” me digo para tranquilizarme. Estoy nerviosa pero trato de olvidar la pesadilla.

Me acuesto pensando en el primer día de juerga. Sueño con el almuerzo sanferminero antes del chupinazo, la euforia en la plaza Consistorial. Doce mil personas vestidas de blanco y rojo, con su pañuelico en alto. El grito a los pamploneses y pamplonesas antes de tirar el cohete. Ya dan las doce, tres… dos… uno… ¡Pum! Ya ha empezado la fiesta. A las 12:05 ya estamos bailando con la charanga. Más tarde entramos al “Río” y pedimos fritos de huevo y pimiento. Qué rico sabe con una cerveza. Sin darnos cuenta son las cinco de la tarde, ya salen los gigantes. Joshemiguelerico, a la cabeza, Braulia cerrando la fila y, como siempre, espléndida. Me escapo de Caravinagre, que me sigue por detrás. Cuando consigo despistarle aparece Barbas, así que me escabullo entre la multitud y termino por saludar a la Abuela. Entre cabezudos y zaldikos, me he alejado de mi cuadrilla. Les llamo pero no me cogen. Vuelvo a intentarlo, a la tercera va la vencida. Aunque no se oye nada por el ruido de txistus, gaitas y tambores, conseguimos entendernos. Nos reunimos en la tómbola. Cogemos boletos a ver qué toca. Yo compro cinco. Casi siempre tengo suerte. Esta vez los premios han sido helado, 3 reunas y barquillos. Hay tantas cosas que queremos hacer qué no sabemos dónde ir… estamos dudando entre noria o barracas, finalmente decidimos lo segundo. Hay muchísima gente pero no tanta como otros años, era de esperar, es lunes. No sé en cuál montarme, todos quieren subir a ese barco vikingo pero yo no me fío. Como todos tratan de convencerme acepto, eso sí, a cambio de una entrada para los toros. Tenemos que esperar, una hora de cola se hace eterna. Menos mal que el momento más dulce de la tarde llega con los churros, gofre o algodón de azúcar. Qué bien me lo estoy pasando, disfruto igual que una niña pequeña. Las 21:40, toque de queda para llegar justo a tiempo al torico de fuego. Las chispas gobiernan las calles del Casco Viejo. Al acabar compramos algo de cenar entre todos, para ir con energía a los fuegos artificiales. Hay un ruido ensordecedor y el olor a pólvora se intensifica. Qué ganas de que terminen. Aún tenemos fuerzas para bailar por lo que vamos a “El Champi”. Esta noche nos quedamos hasta el despertar, al son de las dianas a las 6:45. Esperamos la plaza el cohete de Santo Domingo, aunque también los heridos por asta en el encierro, resbalones en Estafeta, mozos caídos en el callejón y los cabestros de cola que llegan por detrás. Con el desayuno de churros de la Mañueta y chocolate del Iruña, terminan mis primeras veinticuatro horas de las fiestas de Pamplona.

Ha sonado el despertador. Son las seis y media de la mañana. Pese al calor que hacía, he despertado con una sonrisa. Estoy agotada, tal vez de salir de fiesta. Menuda pasada de sueño. Tan pronto como abro los ojos, recuerdo la pesadilla de anoche… ya sé lo que significa: Pirotecnia estropeada, Sanfermines arruinados. Y efectivamente, vuelos suspendidos, almuerzos cancelados y San Fermín anulado. Hoy es seis de julio. Llego tarde al trabajo. Sin embargo, me levanto despacio, de mala gana. Voy al baño. Me miro al espejo, no reconozco a esa chica. Ya no soy la misma chica que, el año anterior había salido hasta el amanecer, la que este año ha tenido que decir adiós a quedarse de empalmada, a las cenas con amigos y amigas, a la fiesta. Ahora llevo una blusa blanca de flores, cazadora, pantalón vaquero y por supuesto, la mascarilla. Salgo a la calle en dirección del Complejo Hospitalario de Navarra. Hoy cambio de horario. A las once ya he acabado, aunque todavía tengo que volver a la noche. Soy médica de urgencias. Camino hasta el centro de Pamplona, mirando a mi alrededor en busca de ambiente sanferminero. No veo nada. Runners en la vuelta del castillo, policías controlando el aforo. No hay ni almuercico, ni chupinazo. No hay rastro ni de charangas, ni de la tómbola de Cáritas, ni de los puestos de la Taconera. El Baluarte real, este año sin pirotecnia, el torico de fuego, sin chispas ni corredores. Los bares casi vacíos, ni Toko-Toko ni Josephamunda, nada de gigantes, Caravinagre, Patata, Napoleón, y el resto de la comparsa esperando en autobuses… Mañana no habrá heridos en el encierro, solo enfermos de coronavirus.

Qué triste el no chupinazo. Un gran pañuelo rojo en el Ayuntamiento y las 1.500 fotografías de San Fermín en la Plaza del castillo, fue lo único encontré, lo único que nos recordaba las fiestas. Pamploneses, pamplonesas, este año no hay Sanfermines. Los viviremos. 

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