5 de Junio del año 2020. En Argentina, como en todo el mundo, atravesamos una crisis sanitaria. Rige una cuarentena que, aunque menos estricta que hace un mes atrás, es lo suficientemente justificada para que nadie este paseando luego de las 23 horas.
Esa noche con mi mujer, fuimos temprano a la cama y miramos una serie, pero al intentar descansar, tuve problemas para conciliar el sueño por un ataque de tos. Estos días no tuve contacto cercano con nadie más que con mi mujer. Únicamente fui al supermercado por unas compras, siempre llevando alcohol en gel, barbijo, y desinfectando todo lo comprado. Aunque un señor me habló bastante cerca es imposible que me haya contagiado algo, por lo que me sentía muy tranquilo de eso, incluso en estos días de encierro. Me dieron ganas de fumar un cigarrillo, lo que me resecó aún más la garganta, por lo que para calmar un poco la tos y no molestar a mi mujer que dormía muy relajada, me fui a preparar un té de jengibre.
Salí de la habitación silenciosamente, caminé por el pasillo oscuro que une el cuarto con la cocina y llegué hasta la heladera, y al mirar por la ventana del departamento que da al balcón, note que los edificios del frente no se veían. Una espesa niebla cubría todo. Se percibía por la ventana el frío, el silencio, la humedad, eran ya las 2 Am y en la calle no pasaba un solo vehículo, ni mucho menos alguien caminando, como era de esperar. Me quedé un rato mirando por la ventana, por momentos la situación me daba bastante terror, de hecho, se me puso la piel de gallina, pero lo que más me erizó la piel fue el sonido del timbre. Si, en la soledad más absoluta, en la niebla más espesa, en medio de una cuarentena, alguien tocó el timbre. Soy una persona muy adicta al teléfono, por lo que sí un familiar o un amigo quiere visitarme me llama al teléfono, me envía un WhatsApp, me escribe por SMS, no hay forma de que no lo atienda. El timbre en mi casa es un adorno, solo lo uso para saber que vino el delivery, por lo que en principio me asuste, y de golpe sentí una fuerte necesidad de bajar y ver quien era. Si era un amigo o un familiar en problemas, y sin teléfono como para avisarme, por lo que sin decirle a mi señora, salí del departamento. Me dirigí al primer ascensor que misteriosamente se encontraba con la luz prendida y la puerta abierta, como si alguien lo hubiese dejado preparado. Llegué a la planta baja y salí hasta la calle. Comprobé que nadie se encontraba allí para mi sorpresa, ya que nunca el timbre había sonado solo, y al momento de hacerlo, estaba mirando por la ventana y nadie se acercó siquiera al edificio. Por lo que mi interés creció y ya actuaba incluso de una forma extraña, queriendo descubrir que había de raro en esta situación.
No se los dije, pero como no dude en bajar, tenía únicamente unas ojotas, un pantalón corto que utilizo para dormir tipo pijama y una remera. Mucho no importó, porque en ese estado, con un frío de unos 8 grados y una humedad que te hace sentir que son 2 grados bajo cero, empecé a caminar por el medio de la calle tratando de descubrir quien llamó a mi puerta. Me alejé unos 50 metros, solo hasta la esquina para ver si veía a esa persona. Pero al llegar allí el paisaje cambió totalmente. Los edificios se volvieron más oscuros, las pocas luces que estaban prendidas se apagaron y la luz de la calle se cortó por completo, por lo que con la niebla y la oscuridad no podía ver más allá de 3 metros. Di la vuelta para volver a casa, quería volver, olvidarme que el timbre había sonado, acostarme con la persona que amo, darle un abrazo y dormirme. Pero cuando intenté volver por el mismo camino por el cual llegue, la calle se había vuelto aún peor. Todo iba en subida, sentía mis piernas pesadas, no tenía la fuerza para seguir avanzando y no había nadie que pudiera ayudarme. La situación me empezó a desesperar aún más, creía que estaba en una pesadilla, me pellizque varias veces para asegurarme que no, pero no me despertaba, sentía el frío, sentía el miedo, tenía las gotas de la niebla en mi cuerpo que se mezclaban con las de mi sudor, empecé a temblar y ante la desesperación comencé a llorar como un bebe, me vinieron a mi mente miles de recuerdos, entre ellos, me vi de chiquito en un lago tirando piedras con mis hermanos, sentí el olor y el gusto de las croquetas de mi abuela, me recordé caminando por la playa, jugando al fútbol con mis amigos, riéndome en una mesa rodeado de toda mi familia. Fueron flashes que se proyectaron en mi cabeza como una película, como un pequeño resumen de mi vida, como avisándome, hasta acá llegaste pibe, esta es tu vida, no hay más. Faltaban miles de momentos mas, pero no tuve ni tiempo de analizarlo. Comencé a gritar con desesperación no me quería morir en esa calle, en esa oscuridad, en ese frío, no quería resignarme a morir así, solo, no me lo merecía, no podía dejar de pensar en que era joven, que tenía mucho que hacer en esta vida. Pero mis gritos eran mudos, nadie podía oirlos. Ni siquiera prendían una luz para indicarme el camino. Me quedé quieto un instante, pero mi desesperación era cada vez mayor, saqué fuerzas de donde no tenía y con mi último impulso volví a gritar, ayuda, ayuda, ayudaaaa! Era inútil, mis gritos retumbaban, nadie los escuchaba, nadie los respondía. En ese mismo instante me tiré al suelo, me rendí y me dejé morir sin mas. Ahí fue cuando apareció una luz que iluminó mi rostro. Despertate! Despertate! Escuché. Me habían quitado el respirador…
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