Yacía llorando en la cama, como siempre justo después de que él se fuera, eran las 6 am y debía incorporarse rápidamente porque se tenía que preparar para ir a trabajar. Lo hacía todo por inercia, luchando contra la tristeza y el dolor que sentía por ese maldito amor que tanto daño le hacía, luchaba para no desmoronarse sobre la cama y quedarse ahí todo el día y después la noche y después la semana y después la vida. Luchaba para que no se fuera todo al diablo, para no dejarse llevar por el sentimiento terminal de que sin su amor ya nada valía la pena.

Su vida entera estaba dominada por él, un llamado suyo podría vencer hasta el encuentro más esperado con esa amiga que no veía hace años, nada importaba si él llamaba o mensajeaba, ni hablar si aparecía. Lo amaba con locura, pero con locura de la mala, esa que excede la lógica y avasalla la dignidad, te aplasta el alma y te escupe el corazón. Ella era por y para él, sin embargo él solo llamaba cuando sentía ganas de tener sexo con alguien que no fuera su pareja, cuando necesitaba inflar su ego, entonces iba y se daba una dosis de ella, la adulaba un poco, le decía un par de perversidades y ella caía completamente en sus redes, lo complacía de todas las formas que una mujer enamorada puede complacer a un hombre y el la despreciaba de todas las formas en que un hombre puede hacerlo con una mujer, cuando se aburría, obviamente siempre después del sexo, se levantaba, se iba y a partir de ese momento ella dejaba de existir hasta el siguiente encuentro, mientras tanto ella se queda llorando y piensa que es lo que no le está dando, piensa en que está fallando para que la desprecie de esa manera, se pregunta porque él no la ama como ella lo ama a él.

Los amigos se cansaban de decirle una y otra vez que abriese los ojos, ya no quedaba nadie que no se hubiese dado cuenta de lo que ocurría, pero ella sumergida en ese amor que la asfixiaba hacia oídos sordos a todas las advertencias, y todos los consejos de la gente que la quería, no había nada en el mundo que la hiciera desistir de seguir amarrada a esa locura.

Los días pasaban, los meses, año tras año, ella seguía caminando las mismas calles, tomaba los mismos colectivos, recorría los mismos pasillos de la facultad, la misma rutina insoportable, casi todo seguía igual, excepto su depresión que crecía exponencialmente, las noches se hacían cada vez más largas y los días más cortos, iba por ahí en estado catatónico, como un zombi, la tristeza y el dolor no la dejaban pensar, estaba enferma de amor y no tenía cura, así pasó seis inviernos atrapada en ese amor fatal​.

Ese miércoles llovía como loco, cerca de las 19 hs a él le sonó el teléfono, al contestar escuchó del otro lado un horario y una dirección, la voz dijo que llamaba de parte de ella, que lo iba a estar esperando y que por favor sea puntual. A pesar de la incertidumbre que le produjo el misterio de aquel llamado se hizo presente en la cita. Al llegar se asombro al leer el nombre en esa pizarra espantosa, avanzó por el pasillo en penumbras, a través de la gente llegó hasta el salón principal y ahí estaba ella esperándolo, no estaba pálida, más bien cenicienta, bellísima. Mientras intentaba descifrar que demonios estaba pasando un señor de traje y corbata se acercó y con un tono solemne le consultó:

-¿Es usted el Sr. Sequeira?

-Si, soy yo.-respondió él, totalmente extrañado.

-Esto es para usted. –Dijo el hombre, extendiéndole un sobre que había sacado del bolsillo interno del saco.

Lo tomó con un poco de miedo, no entendía absolutamente nada de lo que estaba pasando, pero el sobre decía su nombre. Lo abrió y extrajo una carta escrita a mano:

Viniste! Tenía mis dudas de que todo esto funcionara, por favor agradecele a mi hermano que me haya hecho el favor de llamarte, debe haber sido duro para él después de lo que pasó. Ya habrás visto lo linda que me pusieron para nuestra última cita, de todas formas no tiene porque ser la última, después podrías consultar adonde me van a llevar y me podes ir a visitar cuando quieras, podes venir sin miedo de que te haga unos cafés horribles o que te ruegue para te quedes, así que espero verte algún día por ahí. Ah! Mis flores favoritas son las rosas, si querés podes traerme algunas cada vez que vengas.

No sabes el alivio que siento de haber logrado solucionar el tema que tenía con vos, no sé si fue la mejor forma pero fue la única que encontré para dejar de amarte. Ay… como te amé querido… Tal vez si me hubieras dejado a tiempo ahora andaría llorando por los rincones y no acá acostada nadando entre las lágrimas de los demás, no digo que sea todo tu culpa, pero en tus hombros siempre va a descansar un gran porcentaje de responsabilidad de que yo este acá y no ahí.

Te hice venir porque no quería dejar pasar la oportunidad de no llorar como una estúpida como cada vez que te ibas de casa, hoy cuando te vayas a nadie le va a importar mucho, espero que puedas soportarlo!

Esta bueno no llorar más por nadie, y que alguien llore por mí, hacía mucho que nadie lloraba por mí.

Bueno querido, me voy despidiendo, el agua de la bañera esta a la temperatura perfecta y no quiero que se enfríe porque quiero que todo sea lo más fluido posible, dentro de un rato llega Benja y quiero que este todo listo, además, ya casi no puedo contener las lágrimas mientras escribo esto.

No te olvides nunca de mi porfa, no te olvides nunca de cómo te ame.

Tuya siempre.

Fer.

Guardó la carta y salió del lugar visiblemente ofuscado, se dirigió a un bar cercano, al entrar se acercó a la caja y pidió una lapicera, luego se sentó y después de pedir un cortado tomó una servilleta y empezó a escribir, lo hacía con furia y resentimiento, estaba muy enojado, los trazos casi que rompían el débil papel, cuando terminó tomó de un sorbo el café que ya estaba tibio, pagó y volvió volando a la casa velatoria, entró maleducadamente empujado a los presentes, cuando llegó al salón principal hizo la servilleta un bollo y la tiro con desprecio dentro del cajón, se dio media vuelta y se fue tan impertinente como había entrado.

Nadie había entendido muy bien la escena, nadie sabía muy bien quién era ese sujeto que había venido, se había ido y había vuelto enfurecido. En un primer momento nadie tampoco se animo a increparlo, y luego tampoco a investigar de qué se trataba el papel que el desconocido había arrojado adentro del cajón. Cuando se disipó un poco la incertidumbre que se apoderó unos minutos del salón, uno de los presentes tomó la servilleta, la desenvolvió y en voz alta leyó su contenido:

La verdad no puedo creer lo infantil que sos, siempre lo fuiste pero jamás me hubiese imaginado que podía llegar a ser para tanto. Es obvio que lo único que queres es llamar la atención y yo no me voy a enganchar en estas tonterías de quinceañera enamorada, yo no estoy para telenovelas, es hora de que madures de una vez.

No sé qué te habrá hecho pensar que esto me iba a mover un pelo de la cabeza, es lo más cobarde que pudiste haber hecho y desde ya te digo que jamás me voy a hacer responsable de lo que hiciste, si vos sos una infantil y no podes manejar tus sentimientos no es mi problema, vos sabías bien de que se trataba lo nuestro, sabías bien que tengo una relación de diez años, no puedo entender que hayas pensado que la iba a terminar por vos, y vos nunca pudiste entender que eras mi amante y nada más.

Lamento informarte que no voy a ir a visitarte nunca porque tengo una vida demasiado ocupada y como ya no hay nada que vos puedas darme lo nuestro se termina acá.

Y que te quede bien claro que yo te estoy dejando a vos a vos, porque vos sos demasiado poca cosa para dejarme a mi.

Al escuchar el contenido de la carta los presentes no pudieron sentir otras cosas más que indignación y rabia, pero el desconocido se había marchado para siempre. Todo era llanto y gritos de odio e impotencia cuando de un momento a otro el salón enmudeció y las caras de todos fueron palideciendo de terror. Y es que allí, mientras ella yacía exánime abatida por las miserias del amor, de sus ojos comenzaron a brotar las lágrimas.

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