Todos bailamos al rededor del fuego. En esta tribu todo es bien sabido y certero. ¿Si no como íbamos a funcionar y sobrevivir? El dios llameante del cielo es bueno con nosotros y nos da calor y sabemos por la observación que hace crecer las cosechas.

Y el espíritu de la tierra nos protege y cuida. Nosotros solo debemos respetarle y rezarle cada vez que nos aprovechamos de su generosidad, como cuando cazamos un jabalí. Sabemos que algo de él muere cuando nos alimentamos o cuando muere cualquier criatura. 

El chaman nos informó bien al respecto, el mundo que vemos a través de nuestros sentidos no es el único real pues en sus incursiones medicinales pudo ver otros mundos que están en éste, incluso algún ser divino le habló en un lenguaje que no podemos entender.

De alguna manera todo es espíritu pero no podemos sentirlo. 

El caso es que el otro día nos encontramos aterrados ante la visita de lo que nosotros creímos que eran los hombres del cielo. Tenían herramientas mágicas, y chismes que echaban fuego. Nos arrodillamos y les rezamos, mostrando nuestro respeto. Uno de ellos hablaba con el que parecía el jefe, que le daba ordenes. Fue entonces que nos hicieron prisioneros atándonos las manos. Yo supe que no podían ser los dioses.

No! Los dioses no eran crueles y vivimos en comunión con ellos, de ahí deduje que debían ser diablos de alguna dimensión. Nos llevaron a su barco y nos encerraron. 

-Capitan, nos vamos a hacer ricos, cuando llevemos a estos salvajes al zoo. ¿Has visto? creían que éramos dioses, jajajaja, no entiendo cómo la selección natural no ha acabado con ellos hace siglos, ¡si son idiotas!-

Oíamos hablar arriba, en cubierta a esos seres que parecían estar siempre enfadados pero no entendíamos nada. Yo encontré una rendija por la que mirar fuera, hacia la playa y con asombro pude ver a monstruos de hierro que hacían mucho ruido, destrozar arboles y comerse la selva.

Le dije al jefe Humuntu que eran monstruos se comían a la tierra y el espíritu sin el mas mínimo respeto ni reverencia. 

-Sin duda son demonios, Humuntu- dije.

-No creas, dijo Humuntu, yo se que no son demonios, son como tu y yo.-

-¿Cómo puedes decir eso?- protesté

-El chaman me advirtió. Y no hay que ser muy observador para ver ciertas actitudes potenciales en los niños, cuando son bebes, lo quieren todo para ellos y muchas veces podemos imaginar que si fueran hombres y no bebés actuarían muy cruelmente. Por suerte la tribu nos acoge, nos educa, y gracias a la union con la selva que nos proporciona el conocimiento ancestral que poseen nuestros gurús adquirimos las propiedades del alma natural nosotros mismos y respetamos a todos los seres, hasta las rocas, pues somos todos los hijos del gran espíritu.-

-Que quiere decir- pregunté

-El mago me habló de un sueño en el que seres como nosotros tenían una gran sabiduría pero les faltaba bondad- dijo Humuntu

– ¿Pero es qué no saben que el espíritu nos une a todos y se están haciendo daño a ellos destrozando la selva? La naturaleza es buena y nos acoge y nos da de comer.-

Humuntu calló.

El barco partió hacia el viejo continente. Apenas pudimos comer los restos de la comida de los seres crueles. Y al fin llegamos aunque muy maltrechos a tierra firme.

Las multitudes se amontonaban en el muelle en torno al barco. Esperaban ansiosos ver a los salvajes capturados de la selva. 

Al bajar por la pasarela nos dimos cuenta de que todos esos seres estaban cubiertos por prendas pintorescas y llenos de adornos. Yo no pude evitar la comparación y sus miradas puestas en nosotros denotaban una mezcla de pena y asco, y sentí por primera vez en mi vida algo muy desagradable, me sentí peor que un animal, hoy sé que eso que sentí tiene nombre, se llama vergüenza.

Me mire desde sus ojos, pues eran mas que los nuestros, y creo que toda mi tribu sintió por primera vez vergüenza. Eramos raros. Y sus miradas puestas en nosotros como si fuéramos unos bichos. 

Vimos sus enormes construcciones y alucinamos con su elegancia y sofisticación, su limpieza.

Creo que el alma nos abandonó, fuera de la selva de alguna manera sentí la enorme pena del espíritu muerto. Mis pasos eran más pesados, tenia hambre y cansancio pero lo peor era mi conciencia derrotada mi alma rota y pisoteada.

Todos empezamos a mirarnos con nuevos ojos, aquellos ojos con que nos miraba esta gente y al parecer eran muy superiores a nosotros.

Al fin llegamos al zoo. El chaman estaba impasible como siempre pero yo sabia que él también lo sintió. Algo en el universo había muerto, completamente aniquilado.

Los niños nos miraban curiosos. Al parecer les parecía interesante o divertida nuestra derrota. Yo pensaba ¿pero si no les hicimos nada, por qué les complace vernos completamente derrotados y humillados?

Nunca volvimos a bailar, para mi era no solo una cuestión de apenas una decena de seres como era mi tribu, no, era algo universal y absoluto, una derrota para una tribu pero una catástrofe para el planeta. Todos los sabíamos. Alguna especie de magia negra de aquellos rostros blancos había matado todo lo sagrado del universo. Y ya solo la dura materia quedaba. 

Pasaron los años y la tribu fue disgregada y cada uno de sus miembros tuvo un destino. A mí me enseñaron su idioma, y me vistieron, me dieron un trabajo. Nunca he dejado de llorar por dentro, echo de menos a mi familia y a mi universo. Un terapeuta me dijo que aquí era lo normal sentirse perdido, y sin sentido. La vergüenza se me quitó al confundirme en la multitud y ser uno más en la ciudad. Vergüenza no, pero una honda pena nunca se va. Me informé y la selva fue arrasada en gran parte. Para construir muebles como la mesa en la que ahora apuro el almuerzo para volver a la fabrica a cumplir mi horario.
 

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