Querido diario de superación,
Ya hace casi un año que salí del hospital. No os penséis que he pasado por un cáncer o algo así. No es una enfermedad que digas: «joder que putada». La gente no le da importancia, pero es algo que cuando uno entra es difícil de salir. Os hablo de la depresión. Cuando alguien oye esa palabra piensa: «¿Y te pasas el día triste y llorando?». Pues no es así, es más que eso: es la sensación de que no vales para nada, que tu vida es una mierda, y no entiendes porque te sientes así. A veces te sientes peor porque no entiendes la razón por la cual estás así, y eso agobia mucho, os lo digo por experiencia.
Como iba diciendo, a finales de mayo de este año hará un año que no estoy ingresada. Todo esto comenzó una noche de diciembre de 2017, fue antes del puente de ese mismo mes. Yo me estaba duchando y por alguna razón que no recuerdo, me encontraba muy triste. Al acabar de ducharme empecé a llorar un montón, así que cogí la tijeras de las uñas y me empecé a cortar el pelo. Deberíais de haberme visto, no sé que parecía. Salí del baño y me vieron mis padres, no se lo podían creer. Mi madre intentó arreglarme el pelo pero yo me negaba. Me estiré en el suelo de la cocina y no me moví de allí en un buen rato. Mis padres intentaban hablar conmigo, pero yo no quería. Al cabo de un rato subí a mi habitación, mi hermana no entendía nada. Mi padre iba subiendo de vez en cuando para ver como iba, pero yo seguía sin inmutarme, tenía la mirada clavada en el suelo, no sé que miraba. Mi padre se fue, así que me quedé sola. Vi mi estuche abierto en el que sobresalían unas tijeras azules. Yo no dudé ni un instante en cogerlas y seguirme cortando el pelo, pero eso no fue todo… ya os podéis imaginar que vino después.
Mis padres me llevaron a urgencias de San Joan de Deu, donde tuvimos que esperar un buen rato. Nos atendió la psiquiatra de guardia, ella me destinó a una habitación de la zona infantil, donde pasé dos noches; la compartía con una señora mayor que tenía a su nieta.
Me dijeron que me iban a ingresar en el Hospital Clínic, pero no me dijeron donde. Bajé de la ambulancia con mi madre, dos personas me llevaron en silla de ruedas hasta la cuarta planta. Nos paramos en frente de una puerta de un color grisáceo, de fondo se veían a niños de mi edad paseando por el pasillo principal con un pijama azul. Supe que ese sitio solo podía significar una cosa: era la zona de psiquiatría infantil y juvenil.
Entramos y me llevaron hasta la habitación número siete. Allí ya se encontraba otra niña que había entrado el mismo día que yo. La chica se fue. Mi madre se quedó un momento para despedirse, me dijo algo pero no lo recuerdo. Me quedé sola con la única compañía, una cámara que estaba en frente mío que me veía y me observaba.
Entró una enfermera y me preguntó si había comido algo, yo le contesté que no. Al cabo de un rato llegó con una bandeja con comida. Me dejó sola, así que me empecé a comer. No tenía mucha hambre.
Cuando acabé de comer, la enfermera entro para recoger la bandeja. No pasó mucho tiempo hasta que llegó la que sería mi terapeuta. Y desde que entró no me gustó mucho, parecía una bruja. Empezó ha hacerme preguntas. No era la primera vez que me visitaba un psicólogo; antes de que empezara todo esto ya me visitaba uno, aunque no sirvió de mucho.
El 21 de de diciembre me dieron el alta. Solo pasé diecisiete días hospitalizada, pero aquello solo fue el comienzo.
Antes de mi segundo ingreso, pasé varias veces por urgencias. Tenía ataques de ansiedad cada dos por tres y eso me provocaba más ansiedad, y eso que tomaba medicación para eso. Para resumir fue un momento muy crítico en mi vida.
El viernes 29 de enero me volvieron a ingresar en el Hospital Clinic. Pasé allí una buena temporada, hice muchos amigos con los que aún tengo relación. Llegué a pasar mi décimo quinto cumpleaños ingresada allí, no fue el mejor cumpleaños de mi vida pero mis compañeros de hospital hicieron que pasara un muy buen cumpleaños.
Una semana después de mi cumpleaños me trasladaron de hospital a uno de San Boi de Llobregat, un sitio llamado la USA o UCA. A mi me ingresaron en la USA, que era el piso superior. Ese sitio era diferente al Clínico ya que allí pude ir en ropa de calle, todos los días salíamos a un patio del recinto para que nos diera el aire; también, algunos podíamos ir a hacer unos talleres que se hacían en un edificio cerca del hospital. Allí hice más amigos, algunos de ellos los conocía de mi primer ingreso, otros también los habían trasladado como a mí y otros los conocí allí.
En total, en mi segundo ingreso, estuve 97 días ingresada, ¿bastante verdad?
Cuando salí de allí empecé a ir a Hospital de Día del clínico. Esto consiste en alternar el colegio con el hospital para seguir en observación constante. Yo iba los lunes, miércoles y viernes por las mañanas ya que por las tardes van las que tienen problemas alimenticios. Por las tardes si que iba al colegio, lo que hacía que pudiera asistir a alguna que otra clase; eso sí, con una evaluación diferente. Yo por ese momento cursaba tercero de ESO.
Seguí yendo algunas semanas de verano, pero lo alternaba con un casal, asistía al hospital solo los miércoles, el resto de días iba a ese casal.
Era finales de julio y mis padres me mandaron, junto a mi hermana, a unas colonias de un esplai al que habíamos ido durante el curso; nos lo pasamos genial.
Al acabar a las colonias fuimos a la finca de mis tíos un par de días, y a finales de verano estuvimos en Menorca, un par de semanas en casa de otros tíos.
Empecé cuarto de la ESO. Estaba motivada por el nuevo curso ya que me encontraba mejor, aunque durante las primeras semanas seguí yendo a hospital de día. Ese curso había llegado mucha gente nueva, y yo pude retomar amistad con mis antiguas compañeras, que con eso de los ingresos habíamos perdido relación.
Yo pensaba que ya estaba mejor, cuando a mediados de abril de este año, mi psiquiatra me dijo que le preocupaba. Al principio no entendía porque si yo le decía que estaba mejor, y esa fue la razón por la que estaba preocupada por mí. Decía que la forma en que me tomaba lo que me había pasado era mala. Además de depresión, también me habían tratado por síntomas psicóticos, ya que oía voces que me decían que hiciera cosas. Ella decía que yo no me podía tomar eso de las voces a la ligera, así que me aumentó la medicación. Todo eso fue un golpe bajo para mí y estuve unos días deprimida y triste.
Mis amigas me encontraban distinta y distante, pero yo les decía que estaba bien, que no me pasaba nada.
Un día recogiendo mi habitación, encontré un álbum de fotos que me habían regalado mis amigas por mi décimo sexto cumpleaños. Empecé a mirarlo y me cayeron unas lágrimas. Recordé los buenos momentos que había pasado con ellas, y eso hizo que me alegrara. Pasaba las páginas, miraba las fotos y leía los textos que me habían escrito.
Al día siguiente me levanté como nueva. No quería estar más tiempo triste y deprimida, y entendí que mis amigas me habían dado la fuerza que necesitaba para estar mejor. Ellas eran, son y serán siempre mi pilar de apoyo, con las que sé que podré contar con ellas siempre.
En ese momento pensé en los buenos momentos vividos, y me dí cuenta de lo importante que era para ellas y lo que les había trasmitido. Cada día es una aventura nueva, cada día hay risas nuevas y momentos inolvidables, y con momentos así, te das cuenta de lo importante que eres para los demás, que no estas tan solo como creías y que aportas algo a cada persona. Te sientes única y eso es lo que me hace estar feliz, contenta, el saber que si yo no estuviera, habría un gran hueco en sus corazones.
Con esto concluyo mi historia de superación y, decir que cualquier cosa es posible, que todo tiene solución, y que por muy solo que te sientas siempre habrá algo o alguien que te hará sentir única y especial. Tengas el problema que tengas y por muy negro que lo veas todo, siempre habrá luz al final del camino.
Esto es un mensaje para todas las personas que creen estar solas en este mundo, a las que se ven gordas y las que creen que no tienen solución. Yo lo he conseguido y os puedo decir que he pasado por mucho y, que como vosotros, los veía todo negro. Tuve momentos de ansiedad en los que pensaba que me iba a morir, así que pensaba que esa ansiedad era la vieja Sílvia que tenía que salir; en otros no oía más que mi propia voz que me decía que me matará, que hiciera daño a la gente, pero yo me lo tomaba como mi lado oscuro y aprendí a no creérmelo; también tuve momentos en los que me veía gorda, pero esa grasa de más es la bondad que no te cabe en el corazón.
Con esto concluyo con este capítulo de mi vida.
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