Espadas iban y venían, como un crepitante grito de agonía ahogándose en la lejanía; gritos guturales de guerra que profesaban los soldados cargando fiera y orgullosamente el estandarte a la casa que pertenecían.

Miradas vacías relucían en aquel paisaje de hierro y sangre; unos contra otros chocaban hasta perder el conocimiento como una trágica melodía de antaño; cuervos revoloteando tumultuosamente impacientes a la espera de su gran acto final.

Entre aquel cuadro de conflagraciones, sobresalía aquel guerrero con su espada flamante en mano que combatía ferozmente como un Dios de la guerra, fiero y certero.

Su cabello dorado iba al son de sus acometidas, todos le temían y él lo sabía; sin gracia y con el corazón desecho, despedazo a sus enemigos sin contemplaciones ni miramientos clavando su espada cientos de veces; dándole un festín a los cuervos.

Espoleando su corcel blanco, se dirigía velozmente con sus generales a aquel castillo para darle fin a aquel tirano que se proclamaba así mismo su rey, dirigiéndose a los muros de piedra; el guerrero la escalo ágil mente con las flechas que su general disparaba formando una especie de escalera.

El guerrero al llegar, ato varias sogas a un yunque para luego lanzarlas fuertemente al vacío, no se detuvo a esperar a su ejército; sino que siguió su trayecto hacia aquel salón principal donde el rey se encontraba protegido celosamente por la guardia real.

El guerrero entrando en aquel recinto; decapito sin ningún inconveniente a aquellos que osaron levantar su espada en contra de él; observando como el corpulento rey desenvainaba su espada desafiándolo con la mirada; el guerrero sin apuros se acercó y realizando la primera acometida; daba inicio a aquella danza que hacía que se escucharan el clamor de las espadas al chocar una contra la otra; el bien y el mal que en aquel salón residía definiría el futuro de aquella nación que a gritos ahogados clamaba la luz del sol.

Un fallo en la maniobra hizo que el guerrero actuara rápido y clavara su espada dando el golpe final a un costado del rey para luego decapitarlo con furia contenida, después de aquella contienda convirtiendo a aquel guerrero en el vencedor, se dirigió a pasos lentos hacia el gran ventanal arrojando la cabeza del rey hacia el tumulto de gente.

Entre aquel estupor se pudo oír claramente la algarabía que en aquella plaza se empezó a formar; dirigiendo su vista hacia el crepúsculo oyó como entraban apresurados sus generales al recinto; observando tal proeza, uno por uno empezaron a hincar su rodilla ante su señor.

– No os arrodillaos, amigos míos; el trono es suyo; la corona es suya…

Al decir esto, los generales se levantaron de su posición con los ojos empañados en lágrimas entendiendo a su señor; a su salvador; él era un guerrero valeroso, no un rey; ni menos un vasallo; él era un guerrero de cenizas que vaga por el mundo sin alma, esperando a que llegara el día en el que una espada más avasalladora que la suya llegara y reposara sobre su cuello.

– Gracias mi señor, nunca lo olvidaremos…

Uno de los generales al terminar de decir estas palabras, el guerrero inclina su cabeza en un modo silencioso de decir adiós; al alzar su rostro, rápidamente se colocó el yelmo para luego dirigirse apresurado a su corcel, para emprender su destino.

Un corazón atormentado cabalgaba ajeno a su alrededor, mientras atravesaba los senderos de gravilla mientras su pecho golpeteaba de dolor; se llevó una mano al pecho reprimiendo un quejido.

Después de aquel infortunio, no se detuvo a descansar; siguió cabalgando a pesar de la tormenta que se avecinaba; estaba dispuesto a correr riesgos.

Así pasaron los días para aquel guerrero, cabalgando sin rumbo fijo hasta llegar a una explanada en donde fue emboscado; al observar detenidamente los estandartes de aquellos soldados; se dio cuenta que había sido traicionado por los que alguna vez fueron amigos suyos.

Desenfundando su espada, cabalgo rápidamente hacia ellos para incentivarlos a dar batalla; aquel guerrero sediento de venganza asestaba a diestra y siniestra espadazos sin importarle si alguna vez se conocieron. Se sentía traicionado por los que fueron alguna vez fueron sus vasallos; le dolía el pecho pero no se detendría hasta su último suspiro en aquella tierra lejana.

Caían cientos, pero aparecían miles; el guerrero luchaba fieramente sabiendo que aquella podría ser la última batalla; el último adiós a aquella tierra que solo le ha provocado dolor.

Con el último aliento clavo su espada al último soldado, cayendo al suelo derrotado esperando su fin, al cerrar los ojos pudo escuchar como los cuervos caían en picada contrastando con aquel cuadro.

En una colina, viendo aquella batalla; una joven de gran belleza descendía rápidamente a donde se encontraba su salvador, al llegar a su lado; desmonto de su caballo y avanzo unos cuantos pasos y se agacho para observarlo detenidamente; aquel guerrero la había cautivado hace algunos años en aquella justa.

La joven rompió en llanto por el estado en el que se encontraba su amado, con los ojos empañados en lágrimas se acurruco en su pecho y empezó a juguetear con su cabello.

El guerrero escuchando un llanto en la lejanía, abrió sus ojos y lo que observo le oprimió el pecho; sabiendo si aquello era un espejismo o su amada en realidad; con la poca vitalidad que tenía en aquel momento; alzo su mano lentamente reposando la en el dulce pómulo de su ángel. La joven dio un respingo, alzando la mirada para comprobar que su amado la observaba con asombro para luego abalanzarse sobre ella y besar desesperada mente sus dulces y febriles labios.

Tomándola de la cintura, la acerco hacia su pecho para luego inhalar su dulce aroma, después de tanto sufrimiento y engaños; ni todo el poderío de un rey pudo contra el amor que aquellos dos jóvenes se profesaban.

El guerrero al recordar aquello le embargo una gran dicha y sin previo aviso; apenas pudo reaccionar cuando tres niños con hermosas cabelleras doradas se lanzaban a sus brazos, dándoles un fuerte abrazo y besando sus coronillas los acurruco a su lado, mientras observaba a su amada acercarse lentamente brillando en su mirada; el amor que le profesaba.

FIN

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