Otro día rutinario acababa de comenzar. Otra vez sentía cómo pesaba terriblemente la rutina, cómo se despertaba vacía, sabiendo qué esperaba para ella esa mañana, esa tarde y hasta esa noche. Como el transcurso en un reloj de arena, sus días pasaban lenta y aburridamente.Ya no disfrutaba su trabajo; ahora la aburría su profesión, esa que tantos años de estudio y esfuerzo le costó. Su familia, o la parte que quedaba de ella, habían cambiado significativamente; ya no contaban con la unión y amor de toda la vida. Amelia comenzaba a preguntarse si sería ella el problema.
– ¿Seré yo que cambié? ¿O será que tengo que cambiar? ¿Encontraré, algún día, la forma de ser feliz?- Ser feliz… un dilema que da vueltas en su cabeza desde que tiene uso de la razón. Siempre se preguntó por qué no lograba ser feliz, o si era feliz pero no era consciente de ello; siempre las mismas preguntas y nunca obtenía respuesta alguna.
– ¡Llegó el momento de un cambio! – Se dijo a sí misma esa mañana tan monótona como su vida entera. ¿Por dónde empezar? Por su trabajo, sin dudas. Hacía tiempo que se había “desenamorado” de su trabajo, ya que había comenzado a frustrarla y decepcionarla. Al comenzar ejercer su profesión, se había dado cuenta que la realidad la golpeó duramente y su trabajo le dolía en el alma. No se reducía a las ocho horas diarias sino que, además, al llegar a casa su trabajo continuaba y su mente no descansaba. Por ello, esa mañana decidió animarse a la incertidumbre pero apostar a lo que sentía y necesitaba, y renunció ese trabajo tan insatisfactorio. – ¿Y ahora? ¿Cómo sigo? ¿De qué vivo? – Comenzó a cuestionarse si no se había precipitado. Al llegar a casa, su familia se enfureció terriblemente por su renuncia repentina y su nueva vida sin rumbo. Amelia se había dado cuenta que el trabajo no era el único motivo por el cual vivía triste y frustrada. Miró a su alrededor, observó la sociedad en la que vivía, su entorno, y decidió cambiar de aires por un tiempo.
-¡¿Un viaje?! – Gritó a coro su familia. Comenzó a acobardarse, pero terminó respondiendo muy decidida: – Sí, un viaje… con mis ahorros de estos últimos años quiero hacer un viaje, conocer otras culturas, lugares soñados por mí, descubrir quién soy, qué quiero en la vida o qué necesito para ser feliz.- Así, sin más, su familia debió entender que Amelia no se iría para siempre, sino que necesitaba volver a descubrirse y vivir una experiencia distinta, y que ya volvería para compartir lo experimentado con ellos.
Había decidido que su primer destino sería París, la ciudad con la que soñó conocer desde muy pequeña y jamás imaginó lograrlo… hasta hoy. Con un nuevo semblante y gran esperanza, comenzó su largo camino, primeramente volando a Francia. Llegó el día en que dejaría su tierra natal, su querida Argentina, por un gran tiempo conociendo otros países. El vuelo fue alucinante, cada minuto vivido en él sintió la ansiedad y las expectativas recorrer su cuerpo. Así, comenzó a concientizarse sobre todo lo nuevo que iba a vivir y, especialmente, sobre cómo había tomado por fin las riendas de su vida pensando en ella misma.
Su experiencia en Francia superó todas sus expectativas. Conoció gente maravillosa proveniente de diversos países, convivió con distintas culturas y se dio cuenta de que pequeño mundo era bello pero el mundo que la estaba esperando desde hace tiempo allá afuera era gigante… y, sin dudas, impresionante. Tuvo que ingeniárselas para conseguir más dinero y lograr viajar un tiempo más. Conoció a unos españoles que tomaban fotografías en puntos turísticos y las revelaban para vender en el momento, y trabajó un tiempo con ellos. Luego conoció una pareja francesa que, al conocerse y simpatizarse tan prontamente, la invitaron a hospedarse unos días en su casa de forma gratuita. Conoció, también, a unos chicos argentinos que hacían artesanías y las vendían por distintos rincones de Francia, con quienes compartió semanas asombrosas; estos compatriotas le compartieron tantos mates y risas, como su amor por la artesanía y sus ganas de continuar viajando. Con ellos continuó su rumbo por España, Italia, Holanda… les perdió el rastro en Ámsterdam y siguió rumbo con una pareja mexicana. Con ellos conoció Alemania, Rusia, Inglaterra, y su mundo cada día se hacía más grande y fascinante. Por supuesto que hubo días en los que pasó hambre, un poco de frío, varias horas de trabajo para conseguir un poco de dinero y seguir camino; tuvo momentos de tristeza, extrañando a su familia, otros tiempos en que tuvo miedo de encontrarse tan lejos, sola, conociendo gente extraña. Pero cada experiencia enriqueció su mente y su alma.
Luego de viajar por un año entero, sintiéndose llena, plena, alegre, con ganas de vivir siempre una aventura nueva, conoció a un hombre. Entre tantas personas, en tantos países y ciudades, se encontró con él. Un señor de ojos marrones intensos, sonrisa perfecta, un pelo morocho y algo enrulado, alto y algo serio a primera vista. Se encontraba muy concentrado con su café y su lectura, por eso dudó en acercarse a conversar con él pero, luego de tantas experiencias vividas, sabía que sería solo una más entre tantas y que nada se obtiene si no se intenta. –The Little Prince… one of my favorite novels, is amazing.- Le dijo con mucha seguridad a ese gran hombre (en inglés, por supuesto, ya que se encontraba en una pequeña y acogedora ciudad de Inglaterra). El hombre entendió lo que le dijo, pero le costó mucho continuar la conversación en inglés. En su intento por hacerlo, agregó: –Sepa disculparme, señorita. ¿Sabe usted algo de castellano? Es que me encuentro aquí por trabajo pero aún no me acostumbro al idioma.- Amelia soltó una carcajada tan grande que el hombre se avergonzó y susurró: –Qué torpe soy, mi horrible inglés la hizo reír tanto, qué vergüenza. – Entonces, ella rápidamente se incorporó y le respondió: -No me río de usted, hombre, sino con usted. Me causó gracia cuánto me esforcé en conversar en inglés por el lugar donde nos encontramos y ambos hablamos en español. ¡Por fin puedo hablar en mi idioma, hace días que estoy conversando en inglés! Creo que… era hora de conocerlo.- Y el hombre, escondiendo una sonrisa, respondió: -Bruno, me llamo Bruno.-
Luego de reírse juntos un rato y conversar otro buen rato, mejor dicho, hablar por horas, se dieron cuenta de que anocheció. Entre tantos cafés y risas, el hombre la invitó a cenar y se lo pidió en inglés, retomando el chiste que surgió al conocerse. Luego de varias risas, aceptó cenar con él. Desde ese momento, comenzaron una historia de amor tan apasionada como merecía vivirse en las ciudades románticas y hermosas que conocieron juntos. Él observó de cerca la gran vida de viajes que ella llevaba y no dudó en sumarse a esta pasión por recorrer el mundo… esta vez, juntos a la par.
Después de varios meses viajando juntos, crecía su historia de amor y cambiaba cada vez más el concepto de ambos sobre la vida. Una hermosa noche se encontraban en París, esta vez cenando en la Torre Eiffel gracias al trabajo de él, el cual pudo continuar desde cualquier ciudad del mundo porque era lo bueno de ser su propio jefe. En esa romántica cena, Amelia se encontraba nuevamente en la ciudad donde comenzó su gran viaje y, sintiendo a París desde otra perspectiva y ya con otra mentalidad, llegó sin dudas el momento más bello de su vida. Bruno se arrodilló a su lado y, mientras comenzó un alucinante juego de luces en la Torre Eiffel, le pidió que se casara con él. En ese instante, en ese pequeño instante lejos de su hogar, Amelia se dio cuenta de que descubrió por fin qué era el amor… así, al fin, sintió por primera vez en su vida que era feliz. En el instante que dijo “Sí, acepto”, se besaron y comenzó a brillar en el cielo un juego de fuegos artificiales.
Pasaron varios días planeando la boda juntos, pensaban en qué ciudad les gustaría más realizarla, mientras él trabajaba un poco y ella pensaba nuevamente replantearse su vida. Finalmente, ambos decidieron que su aventura de viajar debía frenarse por un tiempo, al menos hasta la tan esperada luna de miel, y volvieron a su país natal a reencontrarse con sus seres queridos. Allí en Argentina, junto a sus familias y amigos, llevaron a cabo su casamiento. Una boda inolvidable y mágica, sin dudas.
Amelia se sintió inmensamente feliz, por supuesto por haber conocido a Bruno y estar viviendo una historia tan romántica y única. Pero en su interior entendió que no era el amor quien despertó la felicidad en su monótona vida, sino la aventura de VIAJAR. Y desde luego que disfrutó plenamente su luna de miel junto al amor de su vida, el compañero perfecto para este y los futuros viajes que vendrían. Así, comenzaron una hermosa vida de a tres, con su pequeña hija llamada Libertad; ambos se sentían conformes con sus trabajos y vida social en su país. Por supuesto que vivían el estrés, inevitablemente se cansaban de la rutina, pero el amor de su pequeña hija y las planificaciones a lo largo del año por sus próximas vacaciones juntos, los mantenían felices y a la espera del próximo VIAJE. Amelia descubrió que la mantenía feliz viajar y que realmente la vida es un viaje, esta vez, y para siempre, de a tres.
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