Mi cuerpo es una cárcel. O en realidad lo es mi mente. Aunque yo me creo que lo es esta casa. Un solo pie fuera me hace temblar, como tantas otras veces. Ya no recuerdo en qué momento me encerré. Solo me viene a la memoria aquel día en que sucedió. Pero es demasiado desagradable recordarlo ahora. Así que lo intento de nuevo y doy otro paso. Del temblor paso al sudor. Jadeo, me quedo sin aire. Doy la vuelta corriendo y me tiro en la cama. Aquí me siento segura, qué falsa es esta sensación de seguridad, lo reconozco.
Tirada boca arriba, pienso en todas mis ilusiones del pasado y en la vibrante diversión. ¡Cuánta inocencia albergaba un cuerpo tan pequeño! Voy a intentar cerrar los ojos y dejarme llevar, como antes, cuando me iba a tantos lugares en mi nube particular. Lugares en los que ya había estado antes o que me gustaría visitar. Personas a las que ya conocía o estaban por conocer. Momentos que habían sucedido o solamente se quedarían en la imagen creada por mi mente.
“Y me acerco, con ese vestido rojo que me sienta tan bien y mis tacones favoritos. Mis labios rozan los suyos sutilmente y me agarra por la cintura. Estamos en Barcelona y las luces iluminan la ciudad…”
Un malestar me devuelve a la realidad donde estoy atrapada de nuevo. Abro los ojos, me giro, me encojo. Los “y si” me atormentan de nuevo ¿Y si nunca puedo volver a cruzar la puerta? ¿Y si esta casa es mi cárcel toda la vida?
Me niego. Me levanto. Voy a ser firme. Soy valiente. Me voy a la calle.
El sol calienta mi espalda, mi nuca, mi cabeza. Tras unos segundos angustiantes, gané una batalla. Voy a por la siguiente, porque quiero ver el mar. Recuerdo que voy a ser firme y valiente, así que sigo. Hace calor y me transporto a los peores momentos, cuando parece que no puedo respirar. Sin embargo hay cosas hermosas a mi alrededor. Escucho a la gente reír, el piar de los gorriones, las palomas picotear esas migas de pan que probablemente se hayan caído de un bocadillo de alguna criatura, gaviotas volar, una nube lejana, olor a pan recién hecho. Y así voy alejándome de mi cárcel, porque cada paso es una batalla ganada al miedo.
Ya veo el mar, tras unos largos minutos. De repente me doy cuenta de lo lejos que está mi casa, ¿cómo voy a regresar? ¿Y si me pasa algo malo por el camino? ¿Y si nadie me quiere ayudar? De nuevo los “y si” invaden mi mente. El oleaje no está solamente en este océano que puedo admirar. Vuelvo a recordar que voy a ser firme y valiente. Así que me siento en esas rocas, respiro profundamente y suelto todo el aire. Con el aire se van las tensiones que había acumulado en cada parte de mi cuerpo, en mi cara, en mis hombros, en mis manos.
Y sigo admirando el mar, hermoso y profundo. En calma invita a adentrarse. Pero ahora, su furia impone respeto. Puede salpicarte, engullirte y devolverte, quizá, cuando haya acabado contigo. Las olas llegan arrasadoras, rompen y dan tregua, al igual que la ansiedad. Ahora, una sensación de satisfacción amenaza con un nudo en mi garganta. No quiero evitarlo y las lágrimas recorren mi rostro, lágrimas de orgullo porque estoy aquí.
De vuelta en casa, estoy agotada pero me siento muy bien. He conseguido salir, no sin luchar. Una lucha diaria que nadie ve, nadie oye, nadie percibe. Solo yo. Los pasos de hormiga pueden parecer pequeños pero uno tras otro y mucho esfuerzo logran lo inimaginable. Estoy en la ducha y el agua caliente recorre mi cuerpo, produciéndome una sensación placentera que no quiero que termine. Pero algo se vuelve a activar. Mi corazón ahora palpita rápidamente, mi estómago se encoge, las paredes se me echan encima y parece que me voy a caer al suelo. Cierro el grifo rápidamente y me tapo con la toalla como puedo. Mi cuerpo está mojado y tengo frío, pero parece que las pulsaciones han disminuido y respiro más tranquila. Esta vez he dejado que el miedo me gane. Pero hoy hice un esfuerzo tan grande que no me siento capaz de enfrentarme otra vez, ahora no me apetece.
Siento el tacto de mi pijama aterciopelado sobre la piel. Con un bolígrafo en la mano y papel sobre la mesa del escritorio el mundo parece un lugar más seguro. De nuevo que falsa es esta sensación de seguridad, como si el mundo se parase anulando toda posibilidad de catástrofe en este momento, como si el juego de azar trucase los dados convirtiendo todas sus caras en ases. Pero me apetece abandonarme a esta sensación antes de que se la lleve una ráfaga de aire que se cuele por algún hueco de mi ventana. Y así, ya con la luna en la oscuridad del cielo y con la pequeña luz que emana la lamparilla de noche, traigo viejos recuerdos a mi mente.
“El ruido del motor empieza a taladrar mis oídos, se cuela hasta mi cerebro y me deja vibrando todo el cuerpo. Creo que algo no va bien, pero el sonido continúa. Oigo voces que parecen lejanas. Preguntan si estoy bien, si va todo bien, pero no puedo responder. Siento como si dos manos apretasen mi cuello. Noto como si todo alrededor girase sin parar. Parece que mi corazón se prepara para escapar del más temible león. Mi cuerpo no parece mío. Y parece el final.”
Pero no lo fue. No lo fue esa primera vez ni lo fue todas las veces que la siguieron. Cierro los ojos sabiendo que, en el fondo, esto va a ayudarme a obtener el mayor descubrimiento que pueda hacer en mi vida. Estoy en algún lugar perdido de mi interior y voy a aprender a buscarme.
Ya en cama, escucho el silencio que reina en la noche, siento flotar mi cuerpo, la almohada huele al perfume del suavizante de la ropa y hundo mi cabeza en ella.
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