El último cuadro de Sofía iba a suponer el broche de oro a su exitosa carrera como artista. La noticia de un cáncer, que ponía fecha de caducidad a su calendario, había dejado consternados a todos los amantes de su arte. Reconocida a nivel internacional, todo el mundo esperaba ansioso la despedida que había prometido, una última obra en la que destaparía sus sentimientos más profundos. Realmente, poco o nada se sabía acerca de lo que Sofía iba a plasmar en su último regalo, lo que sí que se conocía, y de sobra, es la nostalgia que iba a causar el saber que no iba a continuar deleitando a sus numerosos seguidores.

Entretanto, Sofía se hallaba inquieta en su estudio. Había decidido culminar su aportación a la historia del arte con un autorretrato, al igual que hicieron muchos artistas reconocidos. No obstante, Sofía no encontraba una expresión adecuada que mostrar al mundo. ¿Qué quería reflejar realmente? , ¿Qué quería demostrar con un autorretrato?, quizá era un capricho de su ego, que quería mantener su imagen grabada el mayor tiempo posible. “No hay proverbio que pueda describir lo que siento en estos momentos” se decía habitualmente. Y es que, pese a no saber a ciencia cierta el por qué de su elección, algo la empujaba a retratarse a ella misma. Así que, dispuesta a cumplir con una voluntad externa a ella, decidió confiar en su intuición.

El primer cuadro que realizó lo pintó de memoria, sin apoyo de imagen alguna. Era un retrato asombrosamente cuidado, sobrio, lleno de precisión. No obstante, para Sofía, no reflejaba emoción alguna, no tenía sentimiento, era un cuadro sin vida, sin alma. Esa imagen no era lo que ella quería mostrar al mundo, así que lo abandonó en una esquina de su estudio.

Para su segundo intento, se sirvió de una imagen en la que salía sonriendo. Tras muchas horas de detalles y de medidas, elaboró un retrato exquisito. A ojos de un observador externo, el retrato daba la impresión de que la mujer iba a salir del cuadro en cualquier momento. Derrochaba realidad a borbotones. Si el primero era magnífico, este retrato rallaba la perfección. Por contra, Sofía era incapaz de reconocerse en él. Veía su rostro como una cáscara vacía, no era capaz de reflejar su interior, que curioso.

Aquello la frustraba hasta tal punto que pasaba las noches en vela, pensando en qué iba a dejarle al mundo con un retrato tan banal, tan superficial.

Sofía pasó varios días reflexionando sobre su carrera. Había realizado auténticas obras de arte a lo largo de su trayectoria, todas ellas elogiadas por la crítica. Era una artista que sabía transmitir emociones a la perfección. Sus cuadros reflejaban una verdad muy profunda que, si bien muchas personas podían percibir, pocos eran capaces de entenderla, incluso la misma Sofía. Siempre había estado guiada por una fuerza misteriosa, su pincel estaba cogido por dos manos en todos sus cuadros.

No obstante, esta vez era diferente. Sofía se sentía completamente sola en este último trayecto. ¿Por qué le había abandonado su guía? , ¿Qué había cambiado?

Realmente, ella sabía a la perfección qué era lo que había cambiado. Era la primera vez en su vida que se enfrentaba a sí misma. Durante toda su existencia había sabido ver las cosas de una manera especial. Plasmaba en sus dibujos el alma de todo objeto o ser vivo que se proponía. Era como si, verdaderamente, conociera el secreto de lo que se ocultaba en el interior de todas las cosas que hay en la Tierra. Sin embargo, nunca había mirado hacia su interior. Toda su obra estaba enfocada en algo externo a ella. Puede que tuviera un don para ver las cosas como realmente son pero, pese a ello, nunca se había metido en la tesitura de mirarse a sí misma, de conocerse.

Tan pronto como pudo, cogió un espejo y lo plantó en mitad de su estudio. Tras horas y horas observándose, sin hacer nada más, puso su caballete con un lienzo en blanco enfrente del espejo y empezó a pintar. La magia había hecho su efecto, consiguió plasmar a la perfección su expresión. Era, quizá, la obra más bonita que jamás había pintado. Era un dulce muy atractivo para su ego, una auténtica apología de sí misma. Terminó por firmar el cuadro con alguna que otra lágrima de la emoción. Dispuesta a presentarlo al mundo en la fecha pactada, lo único que le restaba por hacer era asignarle un título a su retrato. Tenía que ser un título acorde a su obra, un título que expresara todo el proceso que le había llevado hasta ese momento.

La búsqueda de ese título acompañó a Sofía a la cama, era tarde y necesitaba recuperar horas de sueño, no tardó ni un minuto en quedar profundamente dormida.

Un sueño curioso cuidó de Sofía aquella noche. De la nada, aparecía en la entrada del oráculo de Delfos. Sin saber qué pintaba allí, se fue dirigiendo a la entrada del templo de Apolo. Todo era oscuro y confuso. Lo único que daba luz era una inscripción en la entrada del mismo templo. Atraída por la voluntad de dicha luz, Sofía avanzó hasta situarse justo enfrente. Era una inscripción grabada que rezaba: “γνωθι σεαυτόν”. Sofía imaginaba, por lo poco que sabía sobre la historia del oráculo, que el idioma en el que estaba escrito era un griego antiguo pero, lo más sorprendente para ella fue que, pese a no tener conocimientos sobre aquel idioma ni saber qué hacía en ese lugar, sabía el significado de aquel texto. De pronto sonó la alarma de su estudio, era hora de levantarse. Sofía se encontraba algo confusa y desorientada. No conseguía comprender su sueño y tampoco podía atrapar detalles del mismo. Lo único que le venía a la cabeza era una frase: “Conócete a ti mismo”.

Lo primero que se le ocurrió fue que ya tenía un título para su cuadro. Un mensaje misterioso que daría lugar a varias interpretaciones de su obra. No obstante, decidió aplazar la culminación de su pintura y optó por sentarse a meditar sobre su sueño, sobre su vida, sobre su obra.

Tras varias horas de introspección, Sofía despertó más viva que nunca. Algo había cambiado en ella. Lo primero que hizo fue coger su último cuadro y apartarlo junto con los demás. Estaba convencida de que no era ese el mensaje que quería transmitir, no quería mostrar al mundo un rostro inerte,no tenía sentido. Sabía que ella era algo más que un conjunto de facciones, un conjunto de gestos, era algo más profundo.

Sofía sabía perfectamente lo que iba a dejar al mundo. Estaba tan segura que no tardó en ponerse a desarrollar su obra. Con las cosas claras y la mente despejada, ya nada detendría a Sofía en la expresión de su último mensaje. Pasaron exactamente treinta y tres días hasta que, por fin, terminó su retrato. Una corriente de emociones invadió su espíritu, había encontrado su mensaje, su granito de arena para el mundo, su despedida.

Aún quedaban nueve días para la fecha acordada de entrega, no obstante, Sofía envolvió su retrato y lo envió al museo en el que iba a ser mostrado. Una vez mandado, Sofía se puso a meditar.

La llegada del cuadro al museo y la divulgación de su inminente exposición consiguieron tener el efecto deseado. La fuerza mediática era descomunal, al igual que la fuerza popular que se había aglomerado en el museo para poder visualizar su obra.

Al descubrir la imagen, todo el público quedó en silencio, fue el silencio más bonito de la historia. El cuadro estaba absolutamente en blanco, no había nada. Lo más extraño era que, cuando el observador se acercaba, reflejaba su propia imagen. Era una especie de pintura espejo en la que el cuadro devolvía la imagen de la persona que lo contemplaba. El misterio de esa pintura sigue, aún hoy en día, sin descifrarse. Más que la propia obra de arte, fue la pintura del cuadro la que más fascinación provocó. Nadie se preocupaba en absoluto del mensaje que quería reflejar la artista. Bien es cierto que, a lo largo de la historia, la imagen acogería unos pocos ojos curiosos que sí que sabrían entender su mensaje.

Tras varios días sin saber de su persona, encontraron el cuerpo inerte de Sofía en su estudio. Lo más curioso fue que, en la autopsia realizada, no había rastro alguno de cáncer. Las causas de su muerte fueron naturales. La posición en la que recibió a los primeros testigos de su muerte fue en la posición de loto, y los despedía con una sonrisa en su rostro. Otro dato curioso que se descubrió fue que, en pleno plexo solar había una inscripción, una especie de mensaje. Este mismo mensaje se hallaba oculto en su última obra, no obstante, serían muy pocos los que lograsen verla. Únicamente los que se atrevieran a mirar un poco más allá de su retrato, encontrarían esa misma inscripción, el verdadero título de su última obra: “autosofía”.

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