Cada paso que doy, pesa sobre mi alma. Tengo miedo de enfrentarte. Y ver tus ojos juzgándome. Me revuelco el cabello ansioso. Las enfermeras me admiran, solo un rostro nena. El que me importa es el de él ¿Qué dirá al verme?

Atraso el paso, y las rosas entre mis manos se estremecen. La opresión en el pecho crece en demasía. Las puertas del asesor se abren y mi cuerpo se paraliza.

-¿vas a bajar?-

Una anciana encantadora, con una delicada sonrisa, me admira con frescura. Mira mis rosas y aun sonríe más.

-hermosas ¿para quienes son muchacho?

-para un gran hombre-. Y salgo disparado, sin más que decir. Busco la habitación y hay tantas que me pierdo en el piso; hasta al fin hallar a la mismísima habitación 504. Quisiera tocar pero estoy parada detrás de ella. Peleando consigo mismo. Aferro las flores con mi mano izquierda. Levanto las manos para golpear. Pero el miedo se apodera de mí. Una joven y bella enfermera pasa por delante de mí, tensa. Apenas logra mirarme y en cuanto lo hace percata mi intensa mirada, y huye despavorida de mí. Aún tengo los ojos rojizos de tanto llorar.

Hace quince años huí de mi casa. Cuando mis padres pelearon de la peor manera posible que recuerdo. Él se había enterado del engaño de mi madre, y tiro prácticamente la casa abajo. Volaron platos, sillas y hasta mesa. Me enfrente al que creí el monstruo del hogar por defender a ella. Tan frágil y bella como malvada.

Jamás había participado de una pelea. Pero con trece años, pelee como nunca enfrentándolo. Tome un cuchillo e intente asesinarlo, con tanta facilidad me lo arrebato. Arrojándome contra el piso. Humillándome por lo crio que era. Y desgraciadamente para mí, me comí la peor golpiza. Y ella me grito tantas cosas que intente enterrarlas durante años. Abrió la puerta pidiéndome que me marchará. Aquel hombre que me propicio los golpes, me impidió que saliera. Que lo había hecho por impulso. Que por favor me quedase. Apenas podía moverme y mi angelical madre le clava aquel cuchillo en el pecho de mi padre. Asustado salí corriendo, perdiéndome entre la multitud, tapado por el saco de mi padre, que tome antes de salir de esa pesadilla. Camine tanto sin rumbo hasta llegar a dar con la policía.

Mi madre había desaparecido, y mi padre estaba internado en grave situación. Ahí me entere que ella era acusada por robo y estafa a jubilados. Una prestigiosa abogada con las manos manchadas de sangre. Solo dios sabe lo que ella era capaz de hacer. Las lágrimas se me sueltan, quisiera volver el tiempo atrás para poder estar en la misma escena y revertir las cosas. Ya que mi padre había actuado de ese modo, al descubrir no solo su estafa, ni a sus amantes, sino que ella había dejado en la calle, a mis abuelos. Engañándolos como a muchos. Y ese mismo día ambos se suicidaron al verse sin nada. Todos sus esfuerzos se diluyeron como el agua cayendo entre las manos de ella. De mi maldita madre.

Y aun permanezco parado, por el odio que me tengo al intentar asesinar a este hombre lleno de dolor y pasión por esa mujer, ese hombre que me busco incondicionalmente, y la culpa me hacía huir de él. Jamás me anime a verlo, perdí mis años depositados en la calle y vagando por dinero. Tire mi vida por la borda, porque debía haber acabado aquella oscura noche, que cambio mi vida por completo. De capitán del equipo de futbol a un errabundo nocturno.

Escuche por ahí, a una mujer millonaria andando buscando a un niño que se escapó de la casa. Un niño de cabello rubio y ojos oscuros. Que podría ser alto y de rasgos bien marcados. Escuche que andaba buscando desesperada a su niño. Si fuera esa señora para que me buscará. Ya que ella me hecho. Y me mando a miles de lugares adoptivos, si la de mi padre fue una gran golpiza. No pensé que sería la primera de tantas. Recuerdo las noches llorando, diciéndome que me lo merecía por mis actos. Según mi psicóloga, era un niño y miles de palabras sin sentidos me decía. Tratando de consolarme. Pero no era yo el que debía ser consolado, sino ese pobre hombre que perdió su familia esa misma noche.

Aun me tiembla el cuerpo y no me animo a entrar. Las personas pasan a mí alrededor, y golpeo la pared de la rabia que tengo. Tengo que enfrentar y verlo. Por una vez por todas debo mirarlo a los ojos y pedirle perdón.

Sé que rehízo su vida, y espero que esa familia sea mejor que la que tuvo con nosotros. De hecho sé que lo es. Mi pecho se infla y peleo consigo mismo ¿Qué hago acá?

Miro las flores casi las lanzo, pero siguen pegadas a mi mano. Maldita habitación 504 porque no te enfrento de una vez por todas.

Hace un año lo vi agarrado del brazo de una bella dama, ambos sonreían, yo estaba al frente tomando unas cervezas con algunos amigos. Lo reconocí por su tapado negro y la panza sobresalía de él. Me reía solo al verlo vestido. Estaba tan feliz que sus hoyuelos no desaparecían. Ella lo acariciaba y ambos sonreían animados. Dos jóvenes se acercaron, ambos bien educados y de finura vestimenta, se sentaron a su lado.

-papá-. Que fuerte palabra salieron ellos. Ahí creí que había tomado mucho. Mire la cerveza pero era la primera. Mis amigos me preguntaron qué había ocurrido, ya que estaba pálido. Los calme con chistes y anécdotas del orfanato. Y seguimos hablando como si nada, y yo espiaba a escondidillas a mi padre y su nueva familia. Puede que me halla dolido como nada en el mundo, pero recuerdo aquella noche e inmediatamente sepulto mi dolor.

Escucho lamentos detrás de la puerta y sé que está con ellos, con su verdadera familia.

¿Qué hago aquí?

Me pregunto una y otra vez. Y aun suena en mi cabeza ese timbre del teléfono, y al responder, detrás la voz una mujer. Dulce y sincera.

-¿David?

-¿si? ¿Quién habla?

-soy la mujer de tu padre, Clarisa.

El piso parecía moverse. Ellos me habían encontrado, y no lo sé cómo lo hizo. Me he mudado más veces como años que tengo. Ella desesperada me cuenta de la maldita enfermedad de mi podre, y que pocos días le quedan. Suplicándome porque valla a verlo, que necesita verme.

Escucho las voces y hace más de una hora que estoy parado detrás de la puerta. Han pasado quince años de esa oscuridad, y doy el más difícil paso de mi vida. Toco la puerta al fin, muy despacio. Escucho pasos y mi corazón parece salirse de la boca. Se abre la puerta y todos me admiran asombrados. Salvo él que esta postrado en la cama; con los ojos llenos de lágrimas me admira con dulzura.

-hola papa- y apenas me salen las palabras. Avanzo hacia él.

-al fin te encontré hijo-.

Lo abrazo lleno de dolor y pude al fin perdonarme. Aquí regreso junto él.

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