Quiero contar la historia de un chico que daba todo por sus amigos, y que fue mi mentor en cuanto a la vida en las calles, su nombre es David.
Nunca fue un mal pibe, si lograbas verlo desde su mundo, estaba todo el día en la plaza frente al colegio con sus amigos, divirtiéndose, solamente pasando los días. Cuando juntaban suficiente dinero, compraban unas cervezas o algo de marihuana para pasar la noche.
No eran inofensivos, para nada, tenían la peculiar costumbre de buscar pelea con cualquiera solo por mirarlos mal. Pero tenían una interesante filosofía, vivían para divertirse, no se tomaban en serio, al fin y al cabo no iban a salir vivos.
Pero a pesar de todo esto, no eran malas personas. Siempre defendieron a cualquiera de la plaza que tuviera algún problema, nunca permitieron que nadie robara, si sospechaban lo perseguían. En este punto, hacían más que la policía, y si a alguno del colegio le faltaba un cigarro o algo para comer, con gusto se lo daban. Eran humildes y muy buenos amigos.
Yo siempre lo vi como una especie de “antihéroe” de la vida real, era igual que el tradicional, pero que carece de perfección por tener las virtudes y defectos de los normales.
David estaba en la plaza cuando su mejor amigo, Tincho, lo invitó a una fiesta en la casa de Carlos. Como de costumbre solo iban a ir para fumar, tomar y divertirse. Así que comenzó el ritual de invitar a cada uno que sea “de los nuestros” que pasara por la plaza (incluyéndome a mí que llegué 10 minutos después), juntar el dinero para hacer “la movida” y comprar las bebidas. Nada demasiado complicado, unas cervezas, algo de vino, si se llegaba alguna blanca.
Carlos era un chico de un barrio humilde que vivía con su hermana y su hermano, sin sus padres, nadie los controlaba y las fiestas en su casa siempre fueron las mejores, mucha gente y mucho alcohol.
Cuando llegó el día empezaron a suceder todos los desastres, por lo general es que alguno no pueda ir a la fiesta o que falte dinero. Pero ese día no, esta vez tenía un clima extraño. Cuando David y Tincho estaban esperando para “hacer la movida” y así poder llevar algo de marihuana, un hombre se bajó de una moto y les apuntó con un arma. Al ver sus teléfonos, el tranza les preguntó si pensaban llamar a la policía. David, con miedo, contestó que hiciera las cosas tranquilo porque ellos esperaban a un amigo, alejando las sospechas de otro vendedor en “su zona”.
Después de este altercado, del que por suerte salieron ilesos, caminaron hasta la casa de Carlos, que queda en un barrio alejado del centro comercial, en la periferia, primero por la avenida, y luego por una calle angosta que terminaba en tierra. Pero, faltando dos cuadras, una banda de ocho jóvenes empezó a perseguirlos para robarles. David y Tincho corrieron, y lograron meterse debajo de un puente de madera que cruzaba un arroyo y los ladrones siguieron de largo.
Cuando por fin llegaron a la fiesta, saludaron a cada uno de los que estaban presentes y se dispusieron a beber. Cuando me vieron, me contaron las dos situaciones que acababan de vivir. Compartimos algo para fumar, y un vino en el mismo vaso. David marcó su objetivo de la noche: Milagros, una amiga que había llegado conmigo, petiza, delgada, con pelo largo, muy bella de cara y de cuerpo. Pero Milagros también tenía otros intereses, un chico que ninguno de nosotros conocía.
Al tiempo, David me dijo que quería pasar esa noche con Milagros, los vi charlando y le hice una seña para que supiera que ese chico que no conocíamos, estaba mirando a la misma chica que él.
Volví a hablar con Milagros y ella me dijo que no sabía con cuál de los dos quería estar, así que decidió que el que se animara a darle un beso primero iba a ser el elegido. Corrí a decirle a David las intenciones de mi amiga, él sonrió, le chocó el puño a cada uno de sus amigos y volvió a sentarse junto a ella para poder arrimarse. En un momento la besó, ahí mismo los dejé solos y me fui a seguir con la fiesta.
Al pasar las horas escuché que todos estaban en la calle gritando y corrí, porque seguramente peleaba alguien del grupo de la plaza. Resultó que mi amiga Milagros era la ex novia del chico que no conocíamos, y este le gritaba a David, que como era de bronca fácil, no tardó en darle el primer golpe. Lo tiró al piso. Cuando sus amigos lo levantaron, Tincho, los chicos de la plaza y yo nos pusimos delante y aclaramos que el problema era entre ellos dos y nadie debía meterse. Los dejamos pelear, porque esas eran las reglas de la calle: uno contra uno, mano a mano y nadie se mete.
De repente escuchamos el sonido de unas sirenas porque alguien, evidentemente, había llamado a la policía. Todos corrieron, todos excepto David que seguía golpeando a su rival. Cuando los cuatro agentes se bajaron del patrullero y los separaron, David (que recién había cumplido 18 años) golpeó a uno y empezó a correr, dos lo siguieron y los otros se quedaron a detener al que jamás supe el nombre.
Estaba dejando atrás a los perseguidores cuando el policía que había golpeado, y que tenía la nariz sangrando, sacó su pistola y le disparó 3 veces, asesinándolo en el acto.
El caso no se hizo viral, no salió en los noticieros ni en los diarios pero quedó en nuestras memorias, yo vi caer al piso a David con una expresión vacía en su cara. El policía quedó libre argumentando que lo hizo en defensa propia y de ese chico ni de milagros supe nada nunca más. En la plaza hoy hay una pequeña cruz con flores al lado del banco en el que él y sus amigos solían juntarse.
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