Hoy se cumple un año desde que decidí construir la maqueta de la casa que se describe en mi cuento de terror favorito. Durante un mes de trabajo reproduje sus escaleras derruidas, paredes descascaradas, retratos ovales, grietas en los muros, candelabros y cortinas de raso. Fabriqué platos, copas, cucharas y tenedores que puse dentro de muebles de cocina y vitrinas. En el comedor instalé una mesa ovalada con veinte sillas estilo Luis XVI. Confeccioné catres de bronce y, sobre ellos, pequeños colchones manchados de sangre y lágrimas. Procuré que los pasillos estuvieran en penumbras y que la madera del piso y las puertas crujieran como suelen hacerlo cuando alguien las atraviesa. Construí un salón de baile. Colgué retratos y paisajes en sus paredes. Cubrí las ventanas con cortinas que no dejaban entrar la luz e instalé, en una de las esquinas del salón, un reloj de péndulo que sonaba a cada hora. Erigí una casa perfectamente funcional, de unos cuantos centímetros, en el centro de la habitación.
Cuando la observé desde el marco de la puerta decidí que haría lo mismo con todas las casas que aparecieran en los cuentos de terror que leía.
Junto con la planificación y construcción de las maquetas me dedicaba a planificar y construir calles y avenidas. También, en los ratos libres, instalaba alumbrado público, casetas telefónicas, señales de tránsito, sitios eriazos, vertederos, plazas y cementerios. Mientras observo encenderse las luces recuerdo que construí sin parar hasta cubrir el piso de la habitación.
Proseguí mis lecturas y las casas continuaron apareciendo. Como no quedaba espacio en el suelo decidí construirlas en las paredes. Le di continuidad a las calles y al alumbrado público. El trabajo en esta posición fue más lento. Me vi en la obligación de pegar los muebles al piso y las paredes y a fijar todo lo que estuviera dentro de ellos. Cubrí las cuatro paredes en cinco meses de lectura y construcción ininterrumpidas. Instalé las últimas casas sobre las ventanas de la habitación. Desde ese día una penumbra constante se cierne sobre mi ciudad. A veces pienso que esta decisión fue un error, pero ya no hay manera de solucionarlo.
Veo encenderse el alumbrado público y con él recuerdo la desesperación que sentí al no saber dónde ubicar las casas que seguían apareciendo en mis lecturas. Fui capaz de almacenarlas en mi memoria y en mis apuntes durante una semana hasta que decidí construirlas en el techo.
Lo primero que hice fue conseguir un andamio. Entre la confección de los cimientos, la obra gruesa y los detalles de cada casa invertía, más o menos, una semana. Procuré que las calles y avenidas se conectaran con las de las paredes y el piso con la idea de que en el futuro pudieran ser recorridas sin problema. Erigí la última casa sobre el marco de la puerta soportando, apenas, el frío del invierno que empezaba a colarse por el pasillo.
Al terminar mi creación observé las rejas oxidadas, las piletas de agua estancada, los pantanos rodeados de arbustos, las lapidas del cementerio y los muelles desde donde nadie volvería a lanzarse al agua, nunca. Miré hacia arriba y vi los techos, las chimeneas a punto de derrumbarse, las tejas cubiertas de musgos y hierbas. Minutos después, recostado en la silla de mi escritorio, con una sonrisa que no he vuelto a sentir en mi rostro, observé mi ciudad hasta que cayó la noche.
La primera vez que vi luz dentro de una de las casas de la planta baja pensé que era el reflejo del foco que estaba frente a ella. Me incliné en la silla y el cambio de perspectiva devolvió todo a la normalidad. Minutos más tarde se encendió otra luz a tres cuadras. Me puse de pie y desde el marco de la puerta observé encenderse, en tan solo unos segundos, las luces de toda la zona baja de la habitación.
El techo y las paredes comenzaron a poblarse de luces tres días después. Me entretuve observando su progreso a través de las calles y dentro de las habitaciones. Del porche al living, de la cocina al comedor, del salón a los baños, del segundo piso al primero y luego al sótano. No me moví de la silla durante esos tres días. Observé cada calle, cada jardín, cada balcón, cada puerta de entrada, pero no logré ver nada más que las luces encenderse y apagarse, encenderse y apagarse.
Noté que las luces que aparecieron en la zona de las paredes tenían una tonalidad distinta. No irradiaban el blanco luminoso de las del suelo, sino que eran más bien amarillentas. Se movían de la misma forma dentro de las casas, pero su tonalidad me decía que eran diferentes.
La luz rojiza que se encendió por primera vez en la casa que estaba en el techo, junto al marco de la puerta, comenzó a expandirse una hora después de aparecer. La vi avanzar entre las calles contaminando una a una las casas contiguas. Me daba la sensación de que estas luces eran más estáticas que las otras; como manchas de sangre, pensé en un momento.
No he vuelto a salir de casa desde ese día. El teléfono sonó sin parar durante una semana, pero quien estuviera tras esa llamada renunció a seguir haciéndola. Todas las noches, a la misma hora, observo encenderse la ciudad que construí con mis manos, tal como ocurre ahora que las luces del techo comienzan a desplegarse desde la casa sobre el marco de la puerta.
Comencé a escribir este testimonio cuando me di cuenta que se acercaba el aniversario de la construcción de la primera maqueta. Lo he escrito y lanzado a la basura muchas veces tratando de encontrar la mejor manera de contarlo. Cuando lo releí por tercera vez comprendí que me faltaba una casa por construir: la mía. En una semana de trabajo ininterrumpido erigí la maqueta perfecta, su reflejo exacto. La revisé muchas veces y estoy seguro que no le falta nada, ni siquiera la habitación llena de casas descritas en los cuentos de terror.
Instalé esta última maqueta junto al marco de la puerta. Creo que fue una buena elección. Desde aquí puedo ver cómo se encienden las luces e internarme todos los días en la ciudad a través de la avenida principal. A veces, cuando estoy muy cansado de recorrer las calles, me quedo a dormir en la casa perfectamente funcional, de unos cuantos centímetros, que hace un año construí en el centro de la habitación. Sigue siendo mi casa de terror favorita.
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