Reflexiones en un día de lluvia -RN

Reflexiones en un día de lluvia -RN

Mart SanEme

18/04/2018

Hoy está lloviendo. Podríamos estar dando un paseo, pero nos hemos quedado en casa.

Ella está sentada junto a la ventana con la mirada perdida, fingiendo que ve caer la lluvia.

Yo la observo en silencio sin que ella se percate, me encanta mirarla cuando se abstrae en sus pensamientos.

Está pensando en los planes que podría haber hecho si no estuviese lloviendo.

Podría estar en el parque tumbada en la hierba leyendo conmigo a su lado.

O podría llamar a una amiga para echar una cerveza en una terraza al sol. Pero está lloviendo.

Y ella está pensando en todas las cosas que podría hacer y no hace.

Ese curso de pintura, de fotografía, de repostería, de costura, de teatro o incluso de baile.

En aprender nuevos idiomas, aunque no sean los más hablados o no aporten nada al currículum, solo porque le hace gracia como suenan.

Pensando en que debería comer más sano, comprarse una bici, ir a correr, a nadar, probar nuevos deportes como el gap, el spinning o el bodycombat.

En involucrarse más y ofrecerse de voluntaria a alguna ONG o asociación para ayudar a los demás. Siempre piensa en hacerlo, no sabe por qué, pero nunca lo hace.

En el ansiado viaje al otro lado del charco, recorrerse las Américas de norte a sur. Conocer sus ciudades, montes, playas, selvas, cañones y desiertos. Sus gentes, sus dioses, sus culturas y su gastronomía. Y ¿por qué no? No volver. Quedarse en algún lugar con un clima cálido donde no llueva.

Pensando en las palabras que no dijo, o las que no debió decir. Ahora se arrepiente, pero yo sé que es mejor así. Que él no era la persona adecuada. Yo se lo hacía saber y ella se enfadaba conmigo. Esa persona está ahí esperándola, sólo tiene que darse el momento.

En cómo sus amigas y su entorno avanza mientras ella se siente atascada. Viendo cómo se van a vivir en pareja, se casan y tienen hijos. Ella ni siquiera sabe si quiere tenerlos algún día. Puede que sea por haber trabajado tantas horas de canguro cuando era adolescente. O puede que simplemente no los quiera. Lo que está claro es que su reloj biológico aún no se ha despertado. Quizá no lo haga nunca o quizá sea un mecanismo de defensa porque no tiene ni trabajo estable, ni casa, ni pareja. Lo justo puede mantenerse a sí misma como para traer al mundo a un bebé que dependa de ella. Aunque ella no quiera pensarlo, la sociedad no para de recordárselo, en cada entrevista de trabajo ¿Tienes hijos? ¿Piensas tenerlos? ¿Dónde te ves dentro de cinco años? Con cada nueva embarazada ¿Y tú para cuando? ¿A qué esperas? Porque los años pasan y cada vez lo tendrás más difícil. Pero ella piensa ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con quién? ¿Por qué? y ¿A ti que te importa?

Pensando en la casa que le gustaría tener. En el centro de la ciudad, con una terraza llena de macetas con flores de diferentes colores. Que tuviese un rincón donde leer y otro con un caballete donde pintar sus cuadros. Con una enorme bañera donde relajarse y un horno donde hacer magdalenas. Y con espacio suficiente donde extender una esterilla para poder hacer yoga. En cambio, ahora lo justo le llega para pagar la habitación del piso compartido donde vivimos.

Y piensa en esa persona que le gustaría conocer. Qué sea alto, moreno y con unas manos fuertes. Que le gusten la naturaleza, los animales y los deportes de aventura. Que sienta tanta pasión como ella por viajar y conocer nuevos mundos. Que no fume. Con mucho sentido del humor y que sea extrovertido.

Veo que se levanta, hago el amago de ir hacia ella, pero me sonríe y pasa de largo. Se dirige a la cocina a prepararse un té, mirando su móvil mientras se calienta el agua, siempre pegada al móvil. Abraza la taza entre las manos y regresa a sentarse junto a la ventana.

Vuelve a sus pensamientos.

Piensa en esa carrera que no estudió. Le gustaban la lectura y el dibujo. “Pero se te dan bien los números y tienen más futuro”. Le decían. Y ahora cada día temprano veo como se prepara para ir a ese lugar, a trabajar con esos números que no le gustan.

Piensa en su infancia, no le gusta pensar en ello. Con unos padres que le inculcaron una educación que nunca entendió y que hoy en día sigue sin compartir. Unas creencias en las que nunca creyó. Desde muy pequeña lo cuestionaba todo marcando esas diferencias que todavía mantienen. De tres hermanos es la del medio, sin la alegría de ser el primero ni la atención de ser el último. Siempre en medio. Soñaba con hacer grandes cosas, pero nunca destacó. Ni alta ni baja, ni flaca ni gorda, ni rubia ni morena, pelo ni rizado ni liso. Unas notas normales, nada sobresalientes. Alguien del montón.

Pero sobre todo piensa en que debería hacer ese cambio. Dejar los números y tener tiempo para todas esas cosas que podría hacer y no hace. Hacer de su afición, su pasión y su trabajo. En dejarlo todo e irse a ese lugar donde no llueve.

Pero ¿Por qué no se atreve? ¿Por perder lo que tanto le ha costado conseguir? ¿Pero que ha conseguido? ¿Y qué le queda por conseguir? Quizá piensa que por ser una persona normal del montón solo tenga derecho a una vida normal del montón. O quizá tenga miedo, miedo de enfrentarse a ese cambio, de conseguir las cosas que nunca creyó conseguir. Miedo a salir de lo conocido, del estado de confort. Miedo de descubrir esa persona nada normal que hay dentro de ella.

Sale de sus pensamientos para mirar de nuevo el móvil, ese móvil que nunca suena.

Me acerco a ella y paseo mi lomo entre sus pies esperando que me acaricie.

Se agacha, revuelve el pelo de mi cabeza y me aparta el flequillo. Al ver en mis ojos la necesidad de salir, reflejo de su propia necesidad, decide levantarse. Se pone las botas y coge el paraguas. Me pone la correa y nos vamos de paseo.

–RN

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