2 de febrero 2045

9:00 a.m

Calles vacías y a la vez llenas de gente , un caminar pausado, aletargado.

Miré el reloj, 58…59… exactamente las nueve, había roto mi propia marca, dos siglos, tres años y veinticuatro días llegando al mismo lugar a la misma hora, aunque eso estaba empezando a tornarse aburrido, afortunadamente dentro de poco ya no estaría más allí. De pronto un crujido de vidrios rotos, un golpe fulminante, el aroma de la muerte me había golpeado en la cara, la gente alrededor comenzó a acercarse, ralenticé el tiempo, esquivando al tumulto quedé frente al cuerpo inmóvil, era una joven, fue extraño verla tendida en ese suelo frío, sus ojos verdes infinitos, fijos en el profundo vacío, casi intacta.

Volví el tiempo a la normalidad, estoico la miré una vez más, seguí mi camino, después de unas cuadras noté que el suceso me había dejado un tanto nostálgico, lo decía por decir, sabía que no podría sentirme así, aunque quisiera, hasta ahora había logrado emular comportamientos y frases humanas, pero no sentía nada más que el pulso exacto de mi reloj magistral.

21 de marzo 2045

Esa esquina, ha pasado más de un mes desde aquel incidente, he intentado ignorarlo, pero está en mi mente como un bucle atrapado, cualquier sonido la trae a mí, he visto morir a tantos, por tantos años y solo ella me ha quedado en el pensamiento, lo analizo un poco, observo el pequeño reloj y después de pensarlo un instante, muevo las manecillas a velocidad sobrehumana.

22 de febrero 2045

8:59 a.m.

Nuevamente ese día, la misma esquina un minuto antes de que ella cruce por esa calle y sufra el fatal accidente, de que ese auto la impacte y la asesine al instante, espero, a tiempo aparece con un traje sastre gris, no lo noté antes.

Congelo el segundo, la observo detenidamente, recuerdo su cara gélida, su mirada perdida tan diferente a la de ahora, lo dudo, me niego rotundamente, pero al final no logro evitarlo, el reloj da las nueve en punto.

Me materializo del otro lado de la calle justo frente a ella, tomo un aspecto tétrico, oscuro, multiforme, descrito solo en historias de terror, se detiene de golpe y me mira horrorizada, aguzo la vista, noto que su respiración ha cambiado y sus pupilas se han dilatado tratando de creer lo que ve, el auto que antes la hubiera matado, pasa a la velocidad de un rayo en medio de nosotros, desaparezco de su vista con el viento.

Ella voltea en todas las direcciones buscándome, jamás permitiré que me vea nuevamente.

4:10 p.m.

Había estado caminado sin sentido toda esa tarde, una incomprensible sensación me acompañaba, por primera vez en toda una vida nada me preocupaba, ella no estaba más dentro de mi cabeza, el aire se había vuelto menos denso, todo alrededor parecía distinto, mi reloj comenzó a vibrar, la alarma me avisaba que debía estar en otro tiempo y otro lugar, me detuve para ajustar las manecillas.

-Buenas tardes, ¿me podría dar la hora por favor? – me topé de frente a una anciana que parecía mirarme fijamente, me quedé estupefacto, una persona detrás de mi contestó.

-4:10 señora…

Di un suspiro de tranquilidad, yo no era visible para ningún humano a menos a menos que así lo deseara, pensé en alejarme de ahí, pero al dar el paso tropecé con las escaleras de la entrada de un enorme edificio, lo miré lentamente hasta su cúspide, al volver mi vista a las escaleras, vi a la joven de la mañana salir del complejo hablando por teléfono, seguramente trabajaba en ese lugar, miré a mí alrededor, tenía trabajo que hacer, pero quizá podría acompañarla unas calles antes de irme, tenia de sobra algunos segundos.

4:29 p.m.

La miro con mas detenimiento, tiene tantas pecas en la cara como estrellas hay en el universo, esta embelesada leyendo notas en su libreta, los auriculares que usa desprenden una canción suave que no quiero escuchar, de pronto alza la vista, creo que esta recordando algo, contengo la respiración. El metro esta llegando.

Las puertas se abren, ella entra y yo vuelvo a quedarme allí, sin aire, sin palabras, sin nada.

4:34 p.m.

Subo las escaleras para salir del subterráneo, sonrió al pensar que esa acción no era necesaria, me inclino para tocar el suelo y de esa manera teletransportarme al lugar en donde debí haber estado vigilando el tiempo antes de encontrarme con ella, pero un sonido conocido, un estallido, el estruendo de una bomba a pocos metros sacude mis sentidos.

A la velocidad de la luz aparezco en medio de humo y gritos desesperados, la busco a ella, ¿dónde está?, ¿qué ha sucedido?, escaneo cada cuerpo sin suerte, adelanto el tiempo hasta donde las ambulancias han llegado, los heridos son trasladados, las noticias vuelan, “un atentado, 300 muertos”, y entre ellos, entre todos… ella.

– ¡Maldita sea! – hablo conmigo mismo – por la mañana ya había cambiado su trayectoria, y ahora esto.

Doy un suspiro con un poco de enfado, me inclino, toco el suelo, cierro los ojos.

4:05 p.m.

Estoy sentado en la sala de recepción de su edificio, el pequeño reloj dotado de divisiones tan pequeñas como centisegundos es lo único que me permito escuchar, muevo mis dedos de uno en uno en la orilla del gran sillón café, emulo una acción humana derivada de la impaciencia, de todas las que he observado, creo es la más propicia en ese momento, estoy desconcertado, dos veces, dos veces en un lapso muy corto la he visto morir… Las puertas del ascensor se abren, ella aparece, está metiendo algunas hojas en su bolso, despistada como siempre, me pongo en pie.

–¡Marion!… – Un joven alto de lentes le grita desde el pasillo acercándose con rapidez.

Ella voltea mientras se acomoda el cabello.

Yo aparezco justo a su lado.

– ¿Iras a la fiesta de Vera?, toda la oficina estará ahí.

–No creo poder, tengo que ir por Marcus a la veterinaria, se supone que me lo entregan dentro de una hora- contesta ella.

– ¿Ya se recuperó ese perro suertudo?.

–Sí, comió algo que le hizo daño, pero ya está mejor, espera un segundo.

Su celular vibraba, por lo que se alejó unos metros para contestar la llamada.

Yo me quedé observando de pies a cabeza al tal “Esteban, Asesor de Ventas” con su gafete azul y una foto de él en donde apenas y era reconocible.

  • -Malas y buenas noticias- dice Marión revisando por última vez el teléfono.
  • -¿Qué pasa?, ¿todo bien con marcus?
  • -Si, pero la doctora quiere asegurarse de su recuperación y lo dejará en observación otra noche más.
  • -Velo como una oportunidad de despejarte unas horas Mar, vamos a la fiesta o a donde tú quieras.
  • -Esta bien… Iré, pero solo esta vez.

Mi mirada se concentra con mayor intensidad en su cara, la cara del “asesorcito” que quiere ser carismático, al tiempo vuelvo a verla a ella, me desconcentro, es del promedio, delgada, tez clara, labios no muy gruesos, textura suave, me acerco a milímetros de su piel mientras ralentizo los segundos, huele bien a…aceite de lilas.

Detengo mis pensamientos mirando al suelo, la alarma de mi reloj suena, esta vez diferente, confundido me teletransporto dejando años luz la tierra, un cálido brillo blanco me rodea, camino sin hacerlo, me detengo justo frente al tribunal supremo.

-Laither… has cumplido tu contrato -dice Origen mientras me mira apacible.

-Señor, aun me quedan horas de vigilancia en el orbe azul, pido no se me asigne otro planeta, antes de eso.

Él dibuja una media sonrisa mientras sacude la cabeza al mismo tiempo que un pergamino gigante se abre delante mío.

– No es así, aquí esta, tres siglos, dos años, cuarenta días, doce horas, cuatro minutos y 27 segundos.

Miro mi reloj sorprendido.

– Se ha presentado la constancia. – dice nuevamente.

– ¿Quién me suple?

-Desiré.

– Lo lustros que cumplirá, el trabajo que hará, todo ha sido dicho.

-Todo ha sido dicho. – repito cabizbajo.

-La sustitución es acepta entonces, serás asignado durante ochenta milenios a Sterna, el planeta de la tempestad.

-Como ordene señor, solo…quisiera hacer una pregunta antes de irme.

– Habla hijo.

– ¿Nosotros, podemos morir?

El se queda pensativo unos segundos.

-ciertamente no estas diseñado como lo es un humano, tu fin depende del trabajo que te ha sido encomendado- responde.

Permanecí inmóvil.

-Sin embargo… si un día así lo deseas, lo que eres, puede cesar, detenerse y volverías al polvo cósmico de donde fuiste tomado.

Origen no dijo más y yo solo respiré un poco mas profundo que de costumbre. Tenía ese algo dentro, algo… suave… escurridizo, tibio, una indescriptible paz.

Me incliné, cerré los ojos, mi mano rozó la faz, aparecí en el planeta desolado, aquí los días no existían, la tierra es el único lugar que los tiene, y los humanos son los únicos que los desperdician, me sentía intranquilo como al principio, observé mi reloj, debía configurarlo, aun tenía el horario del planeta azul, las 8 en punto, a esta hora Marión estaría saliendo de la fiesta.

– ¿Pero ¿qué digo, por qué pienso en ella?, ¡absurdo, absurdo! – me repito.

Contemplo a la nada unos segundos, recuerdo que cuando se reinicia un todo, cuando se da una constancia, queda un pequeño, un milimétrico espacio de tiempo vacío, quien habría de reemplazarme aun no se había teletransportado a la tierra y yo aun conservaba el permiso de entrar en la atmósfera, quizá podría verla una vez, solo… una última vez.

Cierro los ojos, de vuelta en la tierra, la busco con el sonido de su voz, la detecto a la distancia, aparezco a su lado, no entiendo por qué llora, dos hombres armados le apuntan al asesor y a ella mientras les piden desesperados la billetera, los miro enfurecido, el celular de ella empieza a vibrar, uno de los asaltantes le toma la bolsa para sacarlo, Marión se defiende por inercia, el arma se dispara, ella cae al suelo, todo pasa en un segundo.

Detengo el tiempo, la veo desvanecerse como cuando la conocí aquella fría mañana, algo me duele, aunque no entiendo que es. Miro a los ladrones, no lo pienso, los toco a ambos y al instante se desintegran, sus restos se esparcen como ceniza en el viento. Me vuelvo hacia Marión, no importa cuantas veces cambie su trayectoria, ella tiene que morir, y no puedo evitarlo.

Miro mi reloj, los segundos se agotan, me teletransporto junto con ella.

22 de febrero 2045

4:29 p.m.

Ella esta embelesada leyendo notas en su libreta, los auriculares que usa desprenden una canción suave, esta vez me acerco para escuchar, piano, hermosa pieza, de pronto alza la vista, creo que esta recordando algo, contengo la respiración. El metro está llegando.

Las puertas se abren, ella entra, mis latidos descontrolados me impiden pensar con claridad, me materializo tomado la apariencia de un joven que vi en un comercial alguna vez, me quedo estático unos segundos, pero entro detrás de ella antes de que las puertas de cierren, miro a mi alrededor, niños, señoras, jóvenes, humanos sin sentido del tiempo valioso que se agota. La busco, el lugar a su lado está vacío, me siento.

-Hola Marion- le digo sin mirarla.

Ella voltea.

-Hola, ¿de dónde nos conocemos?

No nos conocemos, bueno, tu no me conoces, te vi en la veterinaria.

-Oh, en serio, ¿trabajas ahí?

– No…

-Entonces, ¿a qué te dedicas?

– Soy… no importa, debo decirte… por ti volveré a la nada, al polvo cósmico, tu me has dado paz.

Ella me mira detenidamente con esos ojos verdes que ralentizan el tiempo sin necesidad de usar poderes. Se agacha sonrojada. Sonríe.

-Disculpa, no entiendo, pero siento que te conozco.

-No en este tiempo.- respondo suavemente.

– ¡tiempo!, hablando de eso, se supone que a las cinco me entregan a marcus, ¿qué hora tienes?

Miro mi reloj, dan exactamente las 4:34.

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