Todo el mundo siente curiosidad por el misterioso autor de Miradas sangrientas, un bestseller que vio la luz en 2005. Perdimos el rastro del famoso escritor Armando Bardero Laraña hace ya tres años en una última entrevista para el programa “Literatura atormentada”. Unos dicen que ha desaparecido, otros que se enamoró y se escapó sin dejar rastro, algunos creen que ha enloquecido y todavía vive encerrado en alguna de sus mansiones de Fuenlabrada. Hoy por fin, lo tenemos de vuelta nada más y nada menos que en nuestra décima edición de “Escritores y sus influencias”.
-Buenas tardes don Armando, ¿cómo está usted?
-Bien, bien. Gracias por su presentación, aunque me ha dejado un poco perturbado, casi diríamos que he enloquecido de verdad.
-Y bien, mucha gente se pregunta el motivo de su desaparición, ¿qué puede contarnos?
-He estado escribiendo… tuve un encuentro sorprendente con varios escritores célebres que quizá conozcan. Hemos escrito una nueva novela en colaboración y me gustaría presentársela aquí, la he titulado: Un encuentro inesperado.
-¡Vaya sorpresa!Y cuéntenos… ¿de qué trata? ¿Es una de sus novelas terroríficas que pretenden alcanzar el éxito de Stephen King?
-Verá… creo que esta será mi última novela… últimamente no me encuentro muy bien… he estado ingresado en el hospital tras varias crisis cardíacas y quería terminar dignamente para dejar mi legado completo en la historia de la literatura. La idea inicial de mi novela se basó en lecturas de mis críticas literarias y, sobre todo, en los grandes genios del cuento de terror como Arreola. En este punto, me gustaría sincerarme, ya que en realidad recibí ayuda de otros escritores. Sin ir más lejos, la noche en que concebí la novela paso algo extraordinario… No, no me interrumpa que ya estoy muy viejo y no quiero perder el hilo de la historia… bien, lo que iba diciendo… Aquella noche bebí más whisky del habitual, no es que sea un aficionado pero ya sabe… la soledad y la escritura se ahogan y florecen con unos cuantos tragos. En mi ebriedad, me pareció que llamaban a la puerta, me levanté a duras penas y me dirigí a la entrada, abrí la puerta pero no había nadie. Aquella llamada me sorprendió porque nadie sabía que yo vivía ahí, soy un hombre un tanto reservado. Pero al regresar al salón, me di cuenta de que no estaba solo, pues alguien se había servido con toda confianza un vaso de whisky y lo había posado al lado del mío. Cuando levanté la vista y vi quién era, tuve que frotarme instintivamente los ojos, luego miré al whisky ¿qué me estaba pasando? Ante mí se encontraba el famoso escritor decimonónico Edgar Allan Poe.
Fue él quien rompió el silencio exhortándome a que me sentara, “este whisky es espantoso” comentó, y acto seguido se acomodó en el sofá de al lado. Aunque me sorprendía su presencia, sabía por qué estaba ahí. Temía lo que iba a pasar. El silenció reinó de nuevo durante varios minutos, sentía que mi rostro comenzaba a reflejar mis pensamientos inconscientemente, lo cual me asustó. De pronto se levantó del sofá y se dirigió convencido hacia la estantería donde tengo los originales de mis novelas, mis cuentos inéditos y mis fantasías más turbias plasmadas en papel. Decidido le arrebató a mi estantería Miradas sangrientas y mirándome fijamente me dijo: “esto me pertenece”. Frías gotas comenzaron a desfilar por mi frente hasta llegar a mis ojos, me sentía paralizado y, por primera vez, aterrorizado. No me malinterpretes, no tenía miedo por el hecho de que Poe se hubiera servido un Whisky en mi salón, sino porque había descubierto el plagio de mi novela. Me miró y sonriendo me dijo “ahora van a venir unos amigos”. Aquella anunciación supe que supondría el fin de mi carrera literaria. Me miraba complacido, pero subestimó el estado de mi inmovilidad, ya que en cuestión de un segundo me levanté bruscamente e impacté mi vaso de whisky contra su cabeza. Poe cayó y empapó la alfombra de sangre. Dudé de haberlo matado.
De repente llamaron al timbre. Me dirigí hacia la puerta y me asomé a la mirilla. Era un grupo de hombres con sombreros, “son los sicarios” pensé. Así que decidido cogí mi chaqueta y me dirigí a la puerta de atrás con la intención de huir, pero escuché un ruido en el salón. Recobré fuerzas y suspirando rehíce mis pasos hacia el interior. Pude ver cuatro hombres y una mujer de pie encima de mi alfombra, uno de ellos Edgar Allan Poe. No sé muy bien por qué, pero me acerqué. Reconocí sus rostros: Bram Stoker, Howard Philips Lovecraft, Matthew Lewis y Mary Shelley. Para colmo, parecía que eran ellos los que me miraban con cara de susto. Recuerdo un golpe seco y me desmayé.
Desperté con un dolor poderoso en la cabeza. Lo primero que recobré después del sentido fue el olfato: apestaba a whisky. Abrí los ojos, serían como las cuatro de la mañana, pero ahí seguían mis cinco huéspedes charlando y discutiendo a partes iguales mientras yo agonizaba en el suelo. Me senté en el sofá y todos se volvieron hacia mí. Fue Poe quien tomó de nuevo la palabra “querido amigo, disculpa por el golpe, te lo debía. En fin, te sorprenderá vernos a todos aquí reunidos, pero no teníamos más remedio que venir. En estos tiempos ya nadie lee, con lo cual tuviste la suerte de escribir una novela que prácticamente recopilaba nuestros cuentos de terror, insultando y manchando así nuestra historia. Te hiciste dueño de nuestras obras. Y lo peor, nadie se inmutó, todos te aplaudieron”. No supe qué responder, he de reconocer que en parte tenían razón. Pedí disculpas. Me sirvieron un whisky. Me presenté cordialmente y nos embarcamos en una conversación sin límites espacio-temporales que dio como fruto esta novela que os presento aquí. El resto no lo puedo contar. Mis compañeros desaparecieron dejando su marca personal en mi novela y los quiero reconocer como coautores. Se lo debo.
En la décima edición de “Escritores y sus influencias” la periodista miraba a Armando con cara de pocos amigos. Hizo un esfuerzo piadoso cuando le preguntó:
-Disculpe, hemos cortado la retransmisión. El púbico ha mandado mensajes amenazantes y los directores del canal han expresado su descontento de tal modo que nos han obligado a anular el programa.
-Pero ¿cómo es posible? – Gritó indignado el escritor.
-Señor, hágame el favor de calmarse. El hecho de que el nombre de nuestra programación sea “escritores y sus influencias” no implica que deba enfrentarse a los reverses de la literatura y manejar a su antojo a autores supuestamente consagrados. Es una vergüenza.
-No sé de qué me habla. Yo le estoy contado lo que sucedió, cómo nació mi última novela, ¿no era eso lo que querían? ¿no es por eso por lo que me pagan? ¡Yo no me he inventado nada!
-¿Ah no? Entonces, ¿cómo es posible que nadie conozca a esos autores, que según usted se le aparecieron muertos en su casa? Que los muertos resuciten es imposible, señor Bardero, pero aún es más imposible que resucite alguien que nunca ha existido.
La periodista salió enfurecida de la estancia. El escritor, desconcertado, cogió su chaqueta y se dirigió a la salida. Comprendió la ignorancia del mundo y las razones por las que nadie pudo leer en las líneas de su trabajo el plagio inminente. Parecía asustado. Alguien le ofreció un cigarrillo y con voz familiar le dijo:
-No le han creído, ¿me equivoco?
Aquel hombre que le esperaba a la salida era Poe. Caminaron en silencio y cuando llegaron a la puerta de la casa de Armando se despidieron. Ya nunca se volvieron a ver. Al cabo de un tiempo se supo que el escritor enloqueció y murió súbitamente de un ataque al corazón. Antes tuvo tiempo de cambiar y alargar el título de su última novela: ¿Ignorancia o cordura? La muerte y el olvido resucitaron para volverme loco. Nadie la leyó.
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