La ciudad de las palabras

La ciudad de las palabras

Luisa Garzón

13/04/2018

Entre el río y las montañas se levantaba una preciosa ciudad llena de jardines, parques y obras arquitectónicas de lo más pintorescas.

La peculiaridad de esta ciudad era que las edificaciones no estaban construidas con acero y hormigón, sino con palabras. Las estructuras estaban formadas a base de letras y vocablos. Los habitantes habían ido construyendo poco a poco un entramado de frases y estrofas donde vivían en paz y armonía.

Unas décadas atrás, en el valle, apenas se levantaban unas casitas modestas y lineales junto a la rivera. Aunque a su llegada los pobladores construían con frases cortas y sencillas, con el paso de los años y el ingenio de la gente, la ciudad había crecido exponencialmente. Algunos se habían especializado en fabricar ventanas, puesto que sus palabras eran transparentes y sólidas, otros se dedicaban a construir cimientos, pues las suyas sonaban duras y resistentes como las rocas. Los más soñadores habían esculpido puentes, jardines y monumentos realmente espectaculares. Combinando rimas, estrofas y sonetos alzaban estructuras extraordinarias. La imaginación había dado lugar a un sinfín de maravillosas creaciones. Los lugareños eran felices y disfrutaban de cada paseo por la ciudad. A menudo, cuando algún poeta se sentaba a divagar en cualquier rincón, las calles cambiaban el color y la forma de sus baldosas, aparecían puentes colgantes, fuentes, torres espigadas y todo tipo de florituras.

Llegó un momento en que la ciudad ya no podía crecer más a lo largo y ancho, puesto que las montañas y el río acotaban los lindes de la Ciudad de las Palabras. La urbe contaba con más estructuras de las que los vecinos pudieran necesitar, pero algunas personas codiciaban tener más y más propiedades. Tanto que algunos habitantes llegaban a tener seis o siete casas, mientras que familias enteras vivían bajo un mismo techo. No sabían cómo habían llegado a esta situación, pero entre unos pocos se habían apoderado de la mayoría de la metrópoli.

Como no podían construir más viviendas, la gente empezó a compartir sus casas con familiares y amigos, mientras que los Apalabrados, así es como llamaban a este pequeño grupo de personas que se había adueñado de la ciudad, construían más viviendas encima de las que ya poseían. Como no podían seguir expandiéndose a los lados, empezaron a construir hacia arriba. La ciudad fue cambiando de forma, y lo que antes eran casas de una o dos alturas empezaron a convertirse en edificios que parecían llegar hasta el cielo. Los Apalabrados construían rápido, y los parques y jardines pronto desaparecieron entre los rascacielos.

Las viviendas que ofrecían los apalabrados eran inasequibles para los vecinos de la Ciudad de las Palabras. La situación se había vuelto insostenible, el descontento reinaba en las calles, los poetas ya no encontraban ningún recodo donde dejar fluir sus palabras. Todo estaba abarrotado de eslóganes con los que los apalabrados construían todas sus estructuras. Palabras repetidas una y otra vez. Mirasen donde mirasen, los habitantes de la ciudad sólo veían la huella de los Apalabrados.

Los vecinos se reunían para hacer frente a la situación, pero no hallaban la manera de derrocarlos. Empezaron a barajar la opción de abandonar el valle, los impuestos eran desorbitados, y ni juntando a varias familias en un mismo hogar conseguían hacer frente a los pagos.

El cauce del río empezó a descender hasta que el agua se agotó. Ese mismo día los Apalabrados anunciaron el «impuesto hídrico». Los vecinos no entendían lo que estaba pasando, los pozos y fuentes se secaron. El nuevo impuesto quedaba totalmente fuera del alcance de los ciudadanos, muchos empezaron a emigrar y sus casas fueron compradas por una miseria por los Apalabrados, que día a día aumentaban su poder.

Las reuniones de los vecinos eran cada vez más frecuentes, pero no encontraban la forma de atajar el problema. Sólo querían vivir felices y tranquilos, como antaño, pero parecía que todo aquello quedaba muy lejos ya.

En una reunión, a uno de los más jóvenes escultores de palabras se le ocurrió una idea. Era arriesgada, pero la situación requería medidas drásticas. Debían colarse en el embalse que los apalabrados habían construido en las montañas y crear un conducto que desviara agua hasta la zona antigua de la ciudad. Era una empresa peligrosa, así que organizaron un pequeño grupo de escritores experimentados que emprendió su rutahacia las montañas. No fue fácil acceder al embalse, pero conocían bien los senderos alternativos.

Desde allí arriba contemplaron la ciudad. No pudieron reprimir alguna lágrima de rabia y dolor. Los Apalabrados habían robado toda la belleza de aquel lugar.

“Abastecernos de agua no será suficiente” Dijo un viejo poeta del grupo. “Pronto inventarán otra manera de estrechar su yugo, no podemos limitarnos a sobrevivir, hay que luchar por una vida digna”

Uno de los escritores dio media vuelta y descendió la colina.

Los medios de comunicación alertaron de que se avecinaba una gran tempestad y se declaró el estado de alarma. Todos debían acudir a unos refugios habilitados para tal fin, pues no era la primera vez que fuertes vientos y tornados azotaban la ciudad.

Por la noche, el grupo de escritores se dispuso estratégicamente alrededor de la enorme presa que contenía al río. Empezaron a susurrar palabras a los gigantescos muros, narraban historias y leyendas de la antigua ciudad. De cómo sus habitantes se habían visto recluidos y privados de libertad, igual que el río. Los cimientos empezaron a vibrar, al poco tiempo algunas grietas asomaban por los muros exteriores y se empezaron a filtrar pequeños regueros de agua.

Un estruendo ensordecedor invadió el valle y segundos más tarde el río bajaba desbocado por todo el ancho de la colina. Los muros habían estallado en mil pedazos y el río volvía a ser libre. Toda la furia contenida del agua sacudió con fuerza la ciudad, inundándola en cuestión de minutos.

Unas horas más tarde, el agua había vuelto a su cauce y los habitantes salieron de los refugios. El nuevo plan de los escritores había dado sus frutos: las frágiles estructuras de los Apalabrados habían sucumbido a la bravura del río. Las edificaciones levantadas con palabras vacías y mentiras se desmoronaron y fueron arrasadas por la fuerza del agua, dejando sólo los viejos barrios de la ciudad, que tenían cimientos sólidos y muros firmes, construidos con palabras honestas, versos y frases que perdurarían al paso del tiempo.

El río había limpiado la ciudad de arriba abajo,nacía otra oportunidad para aquel lugar y entre todos los vecinos crearon un modelo justo de convivencia. No se sabe si ante semejante circunstancia los Apalabrados huyeron o también fueron llevados por la corriente, pero lo cierto es que no se volvió a saber nada de ellos.

Y de esa manera comenzó una nueva era en la ciudad, donde los ingeniosos juegos de palabras dieron lugar a la mayor sinfonía artística vista jamás.

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