Riquelme había hecho vibrar la Bombonera con un tiro libre que Marcos, años después, definiría como poesía en movimiento. Ese día Marcos había decidido viajar a Centroamérica, pero antes quería ver el clásico entre Boca y River. Él no podría faltar al peregrinaje del fin de semana: llegó a la popular, ajustó su bufanda, tragó saliva y empezó a puntear al equipo rival. Al terminar el partido volvió a tragar saliva, recordó a su viejo, quien le mostró el amor por Boca Junior’s, se encaminó hacia el parqueo y dio un suspiro: el último suspiro cerca de aquel estadio.

***

Un grupo de niños están sentados bajo un chilamate, todos huelen pega. Wanda les lleva comida. Son las 10 de la noche, hace frío, Managua es adornada por las luces de unos árboles de metal.

–¿Qué tal, Chavalos? Aquí les traigo

Los chicos están entre los 8 y 15 años. Sus ropas están hechas girones, los vasos con pega siempre están cerca de sus narices, ven expectantes las bolsas que lleva Wanda.

– Tomen.

Ellos se acercan y toman ávidamente los platos con comida, se ven, asienten, dan las gracias.

– ¿No van a comer?

– más luego – contestan.

– ¿ideay? ¿Por qué?

– Mire, ya es noche, váyase. –le dijo el mayor de todos –Usted sabe que andan matando mujeres, y aquí es peligroso.

Wanda sonrió sabiendo que la zona en la que estaba no era de las más agradables de la ciudad. Sacó un cigarrillo, vio a los niños, dio media vuelta y empezó a caminar. Los niños esperaron que Wanda llegara a su automóvil, subiera en él y arrancara.

– ¿nos vamos?

– vámonos

Los muchachos dieron muy buenos jalones a sus vasos de pega, vieron la comida y la volvieron a empacar. Dos de ellos tomaron todos los platos y los llevaron al expendio de drogas más cercano para venderlos.

***

– Hola, me llamo Valeria y soy estudiante de periodismo. Quiero solicitar el préstamo del laboratorio de televisión.

– ¿Llenó la hoja?

– ya la descargué, pero tengo entendido que la Licenciada Luisa es la única que puede firmar el permiso, y ella no está. ¿Cómo hacemos?

– No sé. Tiene que esperar.

– Esperar a qué, ¿A qué te ronque el culo?

Valeria tomó su bolso y sus libros y salió de la oficina. Caminó con ánimos de reyerta. Al encontrarse en el parqueo principal siguió caminando hasta llegar a la zona Wifi. Buscó una banca bajo un árbol, al encontrarla se sentó y abrió un libro de un poeta que firmaba como Sprouse, nada más. Luego tomó agua.

***

Wanda es abogada, tiene 26 años, estudió en una de las universidades más prestigiosas de Nicaragua. Estuvo casada, y a los 2 años de matrimonio decidió divorciarse. Su marido la golpeaba con asiduidad, pero aun así tuvieron una hija. Por otra parte, Marcos es Poeta, amante del fútbol. El argentino tiene 33 años, ha publicado dos libros, ninguno lo suficientemente bueno. Luego está Valeria: joven de 18 años, estudiante de periodismo en una de las universidades que más ha perseguido, sin éxito alguno, el prestigio. La joven aspirante a periodista es una verdadera devoradora de libros.

Valeria no dudaba en dar sus puntos de vistas, así tuviera que plantarse ante cualquier persona por largas horas. Ella nació en Jinotepe, Carazo; su mamá la crio sola, debido a la ausencia del padre. Al pasar de los años Valeria, luego de darle muchas vueltas, incluso de hablarlo con su mamá en repetidas ocasiones, decidió que estaba sometida a la oscura realidad latinoamericana. Vale, como le decían sus amigos, logró llegar a la universidad por méritos propios: estudió y leyó como muy pocos de su generación –por no decir nadie–, trabajó para lograr ahorrar y pagar sus estudios. Pensaba que toda la carga no podía caer en su madre, entonces ella hacía un doble esfuerzo. Ahora, bajo la sombra de un viejo árbol, sentada en una banca agujereada por el tiempo y el clima, lee a un poeta llamado Sprouse. Le parece bueno, sus versos le gustan. Colocó el libro sobre sus piernas, acto seguido googleó a el autor: nada.

Marcos había decidido usar un seudónimo porque le daba vergüenza lo que escribía, pero en el imperaba la necesidad de sacar todo ese universo en potencia. Al llegar al Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, tomó una de sus maletas y la abrió, sacó su libro de poemas. Leyó un poco para encontrar algún verso que describiera lo que le pasaba: llegar a los 33 años, sentirse inútil para luego huir de su amada ciudad a un país que tenía la fama de seguro. Abrió la página 13, leyó: «Nos quedamos solos en la habitación, nos sentamos pensando que algo podría pasar. Nos equivocamos. Intentamos abrir la puerta, pero ya todo había terminado, incluso aquel buen poema». Cerró el libro; se sintió apenado.

Wanda era abogada de a ratos, el resto de su tiempo estaba dedicado al estudio de la poesía. Estaba enamorada de Arthur Rimbaud, Nicanor Parra, Víctor Benuri, Salvador Gutiérrez, Rodolfo Zamora y algunos más. Al llegar a casa abrió el paquete que le había llegado. Era un libro que se titulaba «Notas de un triste hijueputa», Wanda lo miró desdeñosamente y lo dejó cerca de la puerta de baño, luego se fue a dormir.

***

Wanda condujo hasta llegar a la rotonda de Cristo rey, dobló a la izquierda y se estacionó en una gasolinera. Marco ya estaba en Nicaragua, estaba, incluso en la misma gasolinera que Wanda. Wanda vio beber café a un hombre de espaldas anchas y cabellos rulos. Marcos, por su parte, veía el borde del vaso tras cada sorbo al café. Wanda quiso un café, fue a por él; al llegar a la caja para pedirlo, sintió un toqueteo en su hombro, volteó: era el hombre de espaldas anchas y rulos, que además tenía unos ojos amarillos muy tristes.

–Se te cayó este libro

–gracias –respondió Wanda, tomando el libro. al verlo sonrió, no sabía cómo había llegado hasta ahí. Era “Notas de un triste hijueputa”, firmado por Sprouse.

— ¿Qué pasa? –preguntó Marcos

— Es que este libro me llegó desde Argentina, y yo lo dejé como una revista en mi cuarto de baño para cuando quiera cagar.

Marcos tragó saliva. Se sorprendió: era la primera vez que utilizaba su táctica para distribuir su libro y alguien ya lo tenía, además era un gran halago. En otras ocasiones la gente le había dicho que ellos no leían, que ese libro no era de ellos, o peor aún: que ni regalado querían esa boludez.

— seguramente lo tomaste de casualidad.

— tal vez –dijo ella.

— ¿Hay un bar aquí cerca? Necesito beber.

Wanda le dijo que por la UCA. Marcos preguntó que qué era eso, a lo que Wanda respondió que la Universidad Centro Americana. Marcos frunció el ceño. No sos de aquí, ¿verdad?, preguntó Wanda. No, che, soy de argentina. ¿Acaso no se nota en mi habladito? Creí que el acento argentino era reconocido. Wanda se rio, luego dijo que los argentinos creían muchas cosas y que el diez porciento eran ciertas. Marcos la invitó al bar que no conocía, ella le preguntó si tenía auto, no, dijo él. Vamos, te llevo, vos pagas el guaro.

Llegaron al bar, bebieron mucho. Se besaron, se besaron mucho. Hablaron de poesía, de lo que significaba el arte para ellos. Marcos dijo que el intentó ser poeta, pero que Cortázar, Panero –mis dioses, decía —y Bolaño no lo dejaban. Ella se rio –se reía mucho–. yo leo poesía, la estudio. ¿Qué piensas de este libro?, preguntó él mientras mostraba el libro de Sprouse. No sé, nada, creo. No lo he leído, Respondió Wanda.

Decidieron que una noche de sexo estaría bien. Se levantaron, Marcos tomó su cerveza rápidamente; Wanda encendió un cigarrillo. Cuando estaban a punto de Marcharse, una chica en el micrófono dijo que recitaría un poema, un poema de su autoría. Marcos y Wanda se quedaron en pie para escuchar a la muchacha.

Valeria estaba ebria, muy ebria. Había empezado a beber y a fumar marihuana desde muy temprano; se sentía despechada, su novia se acostó con otra. “Estuve con una chavala ayer, después de la fiesta”, decía el mensaje de Carolina. Vale no respondió, se levantó y se denudó frente al espejo. Se preguntaba qué estaba mal con ella, tocó sus pechos, sus piernas, apretó sus nalgas. “Estoy bien rica”, se dijo.

Valeria llegó al bar a leer poesía para combatir su dolor. Era la cuarta vez que carolina la engañaba, y en esta ocasión velería decidió suicidarse. Sus amigos siempre la interpelaban, argumentando que era ridículo que una persona como ella fuera tan débil sentimentalmente. Ya había terminado el libro de Sprouse, en el cual se encontró con un poema que para ella era magnifico.

Wanda y Marcos esperaban que la chica diera inicio al poema. Valeria encendió un cigarrillo, se acercó al micrófono y dio inicio:

“todo comenzó con un susurro de CHinaski: No lo intentes, se escuchó en la penumbra.

Ve, entra a tu cuarto, deja la ventana abierta para que el azufre que emana de tu alma acabe con esos que dicen odiarte.

Amarra en tus muñecas un sinnúmero de hilos, hasta que éstos se encarnen en ti y rompan tus venas. Bebe tu sangre y si no puedes soportarlo escúpela en el suelo.

Desnúdate, ponte de pie ante el espejo, observa como tus pupilas se dilatan. Toma esas viejas tijeras y acaba con tus rizos.

Observa la vieja viga que espera deslices sobre ella la soga que te dará muerte. Fuma tu ultimo cigarrillo, deja que se extinga junto contigo.

Escribe tus últimos versos en la pared usando tus uñas, hasta que ellas se desprendan de tus dedos. Ahora coloca en tu lánguido cuello el lazo, repite aquel primer susurro: No lo intentes.

Lo siento, es demasiado tarde”

No voló ni una mosca, todos hicieron silencio. Vale cerró los ojos y pudo sentir al poeta entre sus venas. Wanda tomó con fuerza la mano izquierda de Marcos, mientras éste pensaba que su poema se escuchaba muy bien viniendo de esa pequeña usurpadora.

–tengo que saber quién es –dijo Wanda.

La abogada fue a saludar a la joven despechada; Marcos se sentó a ver como ellas se enzarzaba a besos luego de algunas copas. Wanda se olvidó por completo de él. el argentino decidió irse.

Wanda y Valeria cogieron intensamente. Ambas eran tetonas y gustaban del sexo oral. A la mañana siguiente, Wanda le dijo que su poema era magnifico, a lo que Vale respondió con la verdad: no es mío, sólo estaba ebria. El poema es de un tal Sprouse. Wanda buscó su bolso, encontró el libro que Marcos le devolvió. Pasó las paginas, encontró una nota con el número del argentino. Luego de rascarse la entre pierna y oler su mano en repetidas ocasiones, Wanda fue al baño llevando el libro de Sprouse con ella, al llegar a la puerta pudo ver que el mismo libro estaba ahí. Empezó a meditar un poco, entró al baño con ambos tomos, se sentó en el inodoro, cagó.

–Debería llamarlo –se dijo Wanda.

Marcos estaba en su hotel, sin cabello, con las manos llenas de sangre y sus dedos sin uñas. El poeta se encontraba en un penoso estado. Vio la soga, dio una buena calada, tragó saliva, suspiró.

–Lo siento, es demasiado tarde

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