Guante Negro

David golpeaba un saco en el Club Boxeo Sevillano. Entonces lo llamó el director del gimnasio, apodado el Bigotes, para que entrenara con un joven, al que llamaban el Negro, que se había estrenado en el boxeo profesional con una racha de cuatro victorias.

–No sé si estoy preparado –le dijo David.

–Estás más que preparado, chaval –le contesto el Bigotes, quien le había propuesto más de una vez que empezara a competir como profesional.

Los dos jóvenes pelearon con gran igualdad, hasta que el Negro propinó un fuerte “directo” en la cara a David. Este estuvo a punto de caer, pero entonces se abalanzó sobre su rival con tal potencia que no pudo evitar que lo alcanzara con un “crochet” que lo mandó a la lona.

–¡Buen golpe, pero ten cuidado o te lo vas a cargar! –exclamó el Bigotes celebrando su victoria.

–Lo siento –le respondió David disculpándose.

Al día siguiente, cuando regresó de la universidad, se encontró malas noticias: habían entrado por la noche en la tienda de bicicletas de su padre, se habían llevado los mejores modelos y habían roto la chapa de la entrada.

En Sevilla Este, un barrio residencial tranquilo, había surgido una oleada de robos desde el comienzo del verano, cuando familias de una zona marginal de la capital andaluza se habían mudado a unas viviendas sociales que llamaban el Ajedrez, por los colores blanco y negro de su fachada.

Ese día David decidió que pondría fin a los delitos que estaba sufriendo su barrio.

El día después eligió la ropa que lo ocultaría: una sudadera gris con capucha, unos pantalones de chándal y unos guantes negros, unas zapatillas deportivas del mismo color, que usaba cuando trabajaba de camarero, y una braga oscura para cubrir la parte inferior de su cara. Además, fue a la ferretería más cercana para comprar unas presillas de plástico.

Esa madrugada abandonó su casa sin hacer ruido, fue al garaje de su edificio para vestirse con la ropa que había escondido en su coche y salió a buscar delincuentes por las calles. Estuvo casi cuatro horas tratando de encontrar a alguno sin éxito. Cuando regresaba a su casa vio a un chico con aspecto de malhechor en la entrada de un bar que tenía la chapa rota. Al acercarse, este exclamó “¡Agua!”, tratando de avisar a algún compinche que estaba dentro. Segundos después salió otro ladrón por debajo de la chapa sosteniendo un jamón.

–¡Soltad todo lo que hayáis cogido! –les ordenó David.

–¿De qué vas, flipao? –le contestó el chico que había salido del bar.

En ese momento David se abalanzó decidido sobre él. El joven delincuente no tuvo tiempo de darle un puñetazo porque le soltó un rápido “directo” que lo hizo caer de espaldas. Su compañero, asustado, sacó una mariposa e intentó dos veces apuñalar a David, pero este lo esquivó con agilidad. El chico, desesperado, intentó alcanzarlo una tercera vez, pero David se inclinó hacia su lado derecho y lo tumbó con un “crochet”. A continuación, esposó a los dos ladrones con las presillas que había comprado esa tarde y después fue a una cabina de teléfono que conocía para llamar a la policía.

Uno de los periódicos locales publicó el día siguiente una pequeña noticia en la que contaba que un misterioso justiciero había entregado a la policía a dos ladrones que había intentado robar en un bar de Sevilla Este. Se referían a David como “Guante Negro” por la descripción que había hecho de él uno de los detenidos. Además, la noticia incluía un retrato robot del justiciero para que llamara a la policía quien lo viera por haber agredido a dos personas. La publicación no tardó en extenderse por las redes sociales, y en pocos días Guante Negro ya era famoso por toda la ciudad.

En las siguientes semanas, consiguió detener a varios delincuentes más. En algunas ocasiones, como conocía la zona en la que se cometían los robos en los locales, los sorprendía en medio de sus fechorías. En otras, seguía sigilosamente a grupos de chicos que le parecía que no tenían buenas intenciones y detenía los atracos que querían llevar a cabo sobre jóvenes que andaban por la calle. En poco tiempo, el número de delitos en la zona disminuyó considerablemente.

Una noche de viernes, mientras dormía en su habitación, el timbre del teléfono fijo lo despertó. Su madre fue a atender la llamada. Desde su cama escuchó a su madre preocupada hablando con su hermana. Cuando colgó el teléfono, fue rápido a despertar a su marido porque un hombre había dado una paliza en una discoteca al novio de su hija después de que este hubiera intentado que no abusara de ella. Le pidió a David que se quedar con su hermano pequeño y se fue con su padre al hospital.

Unas horas más tarde, ambos regresaron con su hermana. La familia de Juan, el novio de ella, se había quedado con él, que estaba en coma. David había permanecido despierto. Su hermana le contó que uno de sus amigos le había dicho que el hombre que le había dado la paliza a Juan era el Rodríguez. David había escuchado hablar de él en su gimnasio: era un excampeón de Andalucía de peso pesado que ahora vivía en el Ajedrez y aprovechaba sus habilidades pugilísticas para pegar a quien no le gustaba.

David esperó a que toda su familia se durmiera para ir a buscar al Rodríguez. Lo encontró junto con algunos amigos al lado del Ajedrez. Este, al verlo, exclamó con ironía:

–¡Hombre, si es Guante Negro!

Este no dijo nada y continuó andando enérgicamente hacia él. Estaba a solo unos pasos del malhechor cuando vio aparecer a lo lejos a un coche de policía. Salió corriendo a toda velocidad. El patrullero encendió sus luces y fue tras él.

El justiciero corrió a través de una calle peatonal. Al llegar al final de esta creía haber despistado al coche de policía, pero cuando miro hacia atrás vio en la pared de un edificio el reflejo de unas luces azules y rojas. Fue corriendo por la siguiente calle que estaba a su izquierda y al doblar la esquina se metió debajo de un coche. Unos instantes más tarde escuchó un vehículo pasar por su lado. Esperó unos minutos para salir, se aseguró de que ya no estaban por allí y se marchó a su casa con cuidado.

Pasaron varios días sin que Guante Negro pudiera volver a localizar al Rodríguez. Y llegó Nochebuena. Con sus amigos habían reservado la segunda planta de un pub que estaba al lado de su edificio que se llamaba Sarau. Lo estaban pasando genial, cuando al terminar de bailar una canción con Marta, su novia, fue al servicio. Cuando iba a salir vio que el Rodríguez y sus secuaces estaban en la sala. Uno de ellos saludó a un amigo de David. Sin que lo vieran, abandonó el pub y fue al garaje de su edificio a vestirse como Guante Negro. Cuando volvió se encontró al Rodríguez molestando a su hermana:

–¿Cómo está tu novio? –le preguntó burlándose.

–¡Déjala en paz! –gritó con rabia Guante Negro y fue a golpearlo. Este se protegió con habilidad de todos los puñetazos que le intentó propinar. Después, hizo una réplica de la que Guante Negro se defendió, pero sus golpes eran potentes y lo desequilibraron poco a poco hasta que cayó al suelo. El Rodríguez iba a tundirlo, cuando uno de sus amigos gritó:

–¡Vienen los malos!

Entonces le dijo al justiciero:

–¡La próxima vez que te vea te mato! –y huyó con sus compinches para que no lo detuviera la policía. Guante Negro se levantó, se fue corriendo al garaje y volvió a cambiarse de ropa.

Cuando regresó, Marta enfadada le recriminó que no estuviera cuando los malhechores se habían presentado en el pub. David le dijo que había salido a tomar el aire porque se encontraba mal, pero a su novia la excusa no le valió y no volvió a hablarle en toda la noche.

El día 26 volvió al gimnasio. Mientras estaba cambiándose en el vestuario oyó la voz del Rodríguez saludando al Bigotes. Le preguntó si estaba allí un chaval que se llamaba David de Sevilla Este. El entrenador, que había escuchado en la calle que su antiguo boxeador era un abusón, le respondió que no había ido ese día al gimnasio. Entonces el maleante se despidió del Bigotes y se marchó. David se preguntaba si podía haber descubierto su verdadera identidad.

Cuando salió del vestuario, su entrenador le preguntó si tenía algún problema con el Rodríguez, y le contestó que no. El Bigotes, escéptico, le aconsejó que si se lo encontraba tuviera cuidado con él y le reveló su punto débil: su resistencia. Su antiguo púgil era muy corpulento y ahora, además, estaba lejos de la forma física que tenía cuando era profesional. David le dijo que no se preocupara y se fue a su casa.

Llegó Fin de Año. A la vuelta de un cotillón David y sus amigos compraron churros. Como la freiduría estaba en los locales de su edificio, aprovechó para subir a su casa y pasar al baño. Mientas, sus amigos fueron a una plaza que se la conocía como los Apalanques, que estaba rodeada por una valla para que no entraran por la noche los gamberros.

Cuando salió del lavabo sonó su teléfono móvil. Al otro lado de la línea su hermana le pedía nerviosa que fuera a la plaza porque el Rodríguez estaba allí con sus secuaces. Se vistió rápidamente como Guante Negro y fue al rescate de su hermana, su novia y sus amigos.

Había empezado a llover. Al llegar se encontró a una docena de jóvenes junto con el Rodríguez. Este, al verlo, le dijo:

–Ya puedes enseñarnos tu cara, David.

El exboxeador, en Nochebuena, al ver que había ido a proteger a la novia del chico al que había dado una paliza un mes atrás en la discoteca, le preguntó al amigo que conocía a una de las amistades de David si algún chico de ese grupo practicaba boxeo, y este le contestó que un tal David entrenaba en el Club Boxeo Sevillano.

David se quitó su capucha y su braga. Su gente no podía creer que fuese el héroe del barrio. Entonces los compinches del Rodríguez fueron a atacarlo. Los fue noqueando uno a uno, hasta que el último intentó golpearlo con una barra de hierro, pero lo esquivó con agilidad y lo mandó al suelo. En ese momento una vecina les advirtió de que había llamado a la policía.

El Rodríguez, enfurecido, atacó a David. Este, que había ideado una estrategia, le lanzó una serie de “jabs” para guardar la distancia y trató de evitar sus golpes. Al cabo de un rato su rival estaba cansado, y aprovechó para lanzarle un “directo” con todas sus fuerzas que lo mandó al suelo. En ese momento aparecieron a lo lejos dos coches de policía. El Rodríguez intentó huir, pero David lo noqueó. Marta le dijo que huyera, pero prefirió reducir al maleante para que no escapara. Los patrulleros pararon en la entrada de los Apalanques e impidieron que la mayoría de los delincuentes escaparan. Después, detuvieron a David y al Rodríguez.

Un mes más tarde David estaba impaciente sentado en una sala de la prisión Sevilla 2. Se abrió la puerta y entro Marta, que se emocionó. Ambos se dieron un fuerte abrazo y se besaron con pasión. Después, le contó que Juan había salido del coma y que todo el mundo pensaba que era un héroe. También le dijo que se había publicado un artículo en el periódico que contaba que gracias al justiciero de Sevilla Este se había procesado a veintiún delincuentes del Ajedrez. David se sentía triste allí dentro, pero pensó que había merecido la pena.

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