En un día tan trivial como cualquier otro en una acogedora villa cercana a Horsetail fall en el estado de California, un capricho de la naturaleza que brinda una preciosa vista a aquellos que se aventuran a ver la descomunal cascada que se torna naranja con la puesta de sol, quinientos metros de esplendor natural. Una belleza que Enrique entendía a la perfección, era hora de que un nuevo día empezara. Este iba a recibir la visita de su nieto Quique, este miraba a su abuelo con escepticismo y desconfianza por sus extraña forma de actuar. El ya octogenario Enrique era un hombre desgarbado de porte corvo y semblante extraño; su rostro era cual fotografía, sus anchas cejas no se movían aunque este sonriera, si es que alguna vez lo hacían esos gruesos labios rasgados por el frío silencio que perpetuaban cual superficie escarchada. Sus grandes orejas colgantes estaban veladas por melenas plateadas que sobrepasaban su picuda barbilla. Aunque poseía una mirada pasional, impregnada con las llamas de la pasión característica que se dedican los enamorados. El hombre además lo único que ofrecía a Quique eran historias de tiempos vetustos para él, pero qué más se podía hacer para saciar la necesidad de matar el tiempo. Así pues una vez acabó de deshacer su maleta se dirigió al hombre y con resignación este pensó en algo que nunca le había preguntado, qué razón tiene un hombre de esa edad para vivir en un lugar tan inhóspito sin más compañía que la de sus libros, salió del cobijo de sus pensamientos y dijo con voz cortada:

-¿Abuelo no vivirías mejor el una residencia?- Antes de que éste tuviera tiempo de justificarlo el

abuelo le inquirió:

-Aquí tengo todo lo que necesito. Pensaba que venías a disfrutar, no de mensajero para tus

padres…dijo el anciano sin miramientos.

-¡Lo siento sólo me preguntaba porque vives aquí!- exclamó rápidamente el joven ante el aparente desagrado de su abuelo.

  • Está bien, te lo contaré, todo comenzó cuando conocí a la que aún no sabía que sería la mujer de mi vida, tenía unos ojos verde esmeralda que habrían hecho enloquecer a cualquiera, su cabello fuego que me invitaba a perderme y su voz… Su voz era miel para los oídos de un maleante como yo. Así pues me decidí a hacerla mía aunque me costase la cordura, ella era además de bonita, inteligente, frecuentaba una librería próxima a mi casa…
  • ¿Y dónde está ella?- irrumpió Quique, ahora con un vago interés por lo que su abuelo le contaba.
  • Cada día pasaba por allí y la observaba leer y ojear las novedades que llegaban a la librería, lo que para mi eran días de desenfreno se convirtieron así en apacibles tardes en las que impulsado por lo que comúnmente se conoce como “efecto espejo” me vi enfrascado en lecturas de todo tipo, del amor de Stendhal, los arquetipos de C. Young y obsesiones y fobias, S. Freud. Y muchos más cuyos nombres resultaría inútil nombrarte.
  • Ya sé que libros has leído, todos y cada uno de ellos.- afirmó con rotundidad
  • Está bien los elidiré, tal y como iba diciendo ella era preciosa de blanca piel salpicada con estrellas conformando el más bonito firmamento que hubiese visto antes mediante meras pecas… Oh si perdón, allí estaba ella parada frente a mi, sólo con un segundo de clemencia por parte de su mirada me sentí valiente para acercarme e intentar así hablar con lo que algunos llamarían su amor platónico, hice acopio de todas mis fuerzas y disipé la niebla de incertidumbre que me volvería loco si no reaccionaba:
  • “Vaya tienes buen gusto aunque si esperas un final feliz te llevarás una decepción, el final es agrio y poco verosímil”-le dije con seguridad pues el libro que sostenía era Romeo y Julieta.
  • “Lo siento pero no estoy de acuerdo, el amor que existe entre ellos es el más arduo y a la vez placentero pues pese a su situación de desventura ambos anhelan una vida juntos sin importar el resto, únicamente la felicidad del otro y su bienestar. Quizá deberías volver a leerlo, no tienes que coincidir pero creo que todo depende de como se mire.” lo dijo con una seguridad y una picardía que me dejaron ennortado mientras hacía girar la tragedia de W. Shakespeare alrededor de mi cara a la espera de una respuesta. – “Si, si perdona tal vez tengas razón, volveré a echarle un vistazo con más detenimiento”

  • Balbuceé nervioso como pude, no recuerdo cómo se despidió, tan sólo su sonrisa llenando esos vacíos que todos tenemos y nadie sabe quién puso ahí. Paradójicamente todos esos sentimientos encontrados desaparecían conforme ella se alejaba. Lo único que podía hacer era leer y frecuentar en la medida de lo posible, que resultó ser todos los días, esa misma librería por tal de coincidir. Para cuando por fin el azar jugó de mi lado ya había tenido tiempo suficiente de empaparme con su recuerdo ahora lo que necesitaba era saber más de ella, conocerla realmente. Pese a las pocas expectativas que depositaba en mi, la acabe seduciendo para así enamorarnos, el resto es historia, vivimos felices criamos a tu padre y…
  • ¿Y ahora viene cuando me dices dónde está ella?-Prosiguió el joven ya impaciente
  • Ella está en un lugar mejor- dijo el adulto con voz nostálgica mientras apretaba los puños con ira fácilmente visible pues todo su cuerpo se tensó y en un momento un extraño vigor invadió el cuerpo de este y se precipitó a la puerta de su humilde hogar.

Recorrió un angosto sendero hasta poder avistar la majestuosa vista que supone la cascada a la luz del amanecer, exhausto por la proeza de haber recorrido aproximadamente unos veinte metros dada su edad se vio en la necesidad de tomar todo el aire que sus ya oxidados pulmones pudieran antes de afirmar:

-La única razón por la que vivo aquí es por que estas vistas me recuerdan como solía dejarme llevar por el aroma de su perfume, salvaje como este bosque, puro como el agua que fluye por la cascada y sobretodo ese tono naranja que ilumina las noches y mis recuerdos de un tiempo mejor.- Dijo con la mirada clavada en el paisaje

  • ¿Sabes ya dónde está?- Prosiguió el otro ya con una sonrisa esbozada en su rostro.
  • No, nunca lo sabré. Y tú, no eres más que un maldito desagradecido, tu padre no sé en que pensaba al ponerte mi nombre, no haces honor más que a lo malo que habita en mi.- murmullo el anciano entre los pesares provocados por la fatiga.
  • Vaya parece que alguien está recobrando algo la cordura, ¿de verdad vamos a tener que hacer este numerito hasta el día final? No soy el nieto del hijo que podrías haber tenido con Judith y lo sabes.- El tono del joven ya no parecía tan risueño e inofensivo, lo único que su cuerpo hacía era temblar. El cuerpo del anciano empezó a flaquear hasta el punto de desfallecer por un segundo, tiempo en el que cayó al frío suelo, fortuitamente sin que ninguna roca le golpeara la cabeza. Con la certeza de que ahora sabía lo que pasaba se recostó en el suelo con la mirada absorta pensando en todos los años que había empleado en confeccionar la perfecta mentira, que le permitiera vivir lejos de su amada, pues Enrique fue en su juventud un atractivo chico con predilección por la buena vida, en un giro drástico del azar conoció la chica que le haría enloquecer. Lo que no sabía es que enloquecería por ella: Judith era una mujer de carne y hueso, idealizada o no. La idea del amor que ella introdujo en su vocabulario lo convirtió en presa de ese vil ser alado armado con flechas que al mínimo contacto incapacitan a la más sensata de las personas hasta convertirla en no más que una necia loca expectante de la gloria. Por desgracia todas las energías empleadas no son sinónimo de victoria asegurada y como sucede con todas las cosas de la vida, el amor de estos pereció, aunque lastimosamente la reciprocidad no actuó como debería y el pobre hombre siguió esclavo del amor por el resto de su condicionada existencia:
  • Vaya, al final resultó ser un final verosímil…- Murmuró Enrique el anciano con los primeros segundos de claridad que su mente le otorgó, que por desgracia también serían los últimos pues su conciencia, Quique, encarnado por su yo joven también comenzaba a disiparse de nuevo.
  • Algún día la volveremos a ver, si tan sólo consigo que recuerdes que ella no está muerta más de unas pocas horas…- Su voz desapareció entre los pensamientos del anciano demente y este se desmayo mirando el amanecer, una belleza que Enrique entendía a la perfección, era hora de que un nuevo día empezara. Este iba a recibir la visita de su nieto Quique

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