Memorias del Alzheimer

Memorias del Alzheimer

Irene Gil Gómez

06/05/2017

Abrí los ojos. Un rayo de sol se colaba ligeramente a través de la persiana haciendo que en la pared de la habitación se dibujaran pequeños y nítidos círculos que anunciaban un nuevo día, al parecer, primaveral y bastante cálido. Pestañeé por primera vez en la mañana. Miré hacia un lado y no había nadie. El silencio inundaba toda la casa. Me incorporé mientras me frotaba los ojos y allí estaba, un pequeño perro con abundante y suave pelo blanco. Me daba lametazos por toda la mano, como si ya me conociera de antes. Miré una chapa de plata que le colgaba del cuello en la cual ponía: Sandy-28/08/2013. Al ver esa fecha me pregunté qué día sería, y qué año. Empecé a ponerme nervioso al darme cuenta de que ni si quiera sabía quién era ni dónde estaba.

Salí de la habitación continuando por aquel largo pasillo, por el cual Sandy me seguía, dejando atrás otras dos habitaciones y un baño y llegando a la cocina que comunicaba con el comedor. Encima de la encimera de piedra había un calendario con el 22 de abril de 2017 rodeado con un color rojo chillón. Al lado de este, se encontraba un sobre en el cual resaltaban unas letras la blancura del papel sobre el cual ponía: “Léeme”. Estaba abierto por lo que decidí sacar lo que contenía: una bonita foto de una pareja en una gran ciudad y una carta doblada en dos. Desplegué aquel folio y, haciendo caso a lo que ponía en el sobre, comencé a leer.

Hola Manuel.

Sí, ese es tu nombre, Manuel García. Te preguntarás dónde estás, qué haces ahí y quién soy yo. Pues bien, me llamo Lucía Gómez y soy tu mujer desde hace nada menos que 30 años. Esta es nuestra casa donde vivimos con nuestra pequeña Sandy. Nos hace compañía desde que nuestros hijos decidieron volar del nido. Sé que te resultará confuso el no acordarte de nada ni de nadie, ni si quiera de ti mismo. Primero ve a la entrada donde hay un gran espejo y mírate. ¿Ahora ya reconoces quién es el de la foto? Sí, eres tú, y a la que agarras de la cintura soy yo. Estábamos en nuestra luna de miel. ¡Qué bien lo pasamos! Hemos hecho muchos viajes juntos, pero ese fue mágico. Estuvimos en París, según dicen, la ciudad del amor. Era la primera vez que montabas en avión. Tratabas de parecer valiente pero por dentro tenías mucho miedo. Sino que me pregunten a mí, que me dejaste la mano sin circulación de tanto apretarme. Pero toda esta locura comenzó mucho antes.

Recuerdo el primer día que te conocí. Éramos muy jovencitos, yo tenía 16 y tú 17. Estábamos en una fiesta en pleno mes de julio por lo que hacía un calor insoportable. Tengo que decir que ibas bastante guapo con aquella camisa. No empezamos a hablar como personas normales que se conocen por primera vez, no. Esta vez el protagonista fue aquel futbolín roto en el que, aun así, conseguimos vencer a nuestros contrincantes. Quien nos iba a decir que a partir de esa victoria nuestras vidas, en algún sentido, darían un giro.

Un tiempo después, cuando nos dimos cuenta de que llevábamos más de seis meses hablando, llegamos al acuerdo de vernos cada vez que nos apeteciera, sin ningún compromiso pero, eso sí, sin que nadie se enterase. Era nuestro pequeño gran secreto. Desde ese día supimos que algo nuevo había comenzado. Esta fue la mejor y más bonita manera que tuvimos de engañar al mundo.

Me encantaba la forma que tenías de inventar cualquier excusa para que tus amigos no sospecharan. Y si yo estaba cuando soltabas aquella retahíla de mentiras, al instante me mirabas con ese brillo en los ojos sabiendo que yo sabía toda la verdad y, automáticamente, una sonrisa se dibujaba en mí rostro. Aún recuerdo aquellas largas llamadas que, aun así, se pasaban volando. Esas tardes de otoño paseando bajo la lluvia con aquel distintivo paraguas rayado eran únicas. Nuestra boda fue una gran fiesta a la que invitamos a muchos familiares y amigos. Qué decir del nacimiento de nuestros hijos; ¡maravilloso! A partir de ahí empezamos a vivir por y para ellos, aunque algún viernes los abuelos nos hacían un favor y nos escapábamos para ver alguna obra de teatro de esas que tanto nos gustaban. Tengo que afirmar que las vacaciones de verano en Valencia con los niños te hicieron un experto en castillos de arena. ¡Cuántos helados nos habremos comido a la orilla del mar! Millones de recuerdos que quedarán enmarcados, como en esta fotografía donde guardamos nuestro amor y donde todos los momentos vividos juntos quedan congelados para siempre.

Ahora mismo te sentirás miserable al no poder recordar nada, pero no te preocupes, tienes una familia que te quiere y que te va a seguir apoyando y ayudando el resto de tu vida.

Yo iré siempre donde tú vayas, sin importar lo que suceda, porque nosotros, nuestro amor, siempre ha sido diferente y sé que dentro de ti aún quedan pequeños recuerdos que ni el Alzheimer impedirá borrar.

Espero impaciente un fuerte abrazo cuando llegue a casa. Tu mujer que nunca te abandonará y siempre te querrá.

Lucía.

Terminé de leer con los ojos inundados y una lágrima recorriendo mi mejilla izquierda. Esa dichosa enfermedad me impedía recordar los mejores momentos de mi vida junto, con la que parecía ser, la mejor mujer del mundo. Ella era la que había soportado lo peor de mí y aun así seguía ahí, a mí lado, soportando la dureza que debe ser ver que la persona a la que amas no se acuerde de ti, ni de un solo momento vivido junto a él.

La admiro, y sin creer conocerla, aunque en verdad lo haga demasiado bien, la quiero como nunca antes había sentido querer a alguien, solo por esas hermosas palabras que ha escrito pensando en una persona que ni siquiera yo conozco.

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