Aquel día todo cambió. Lo tuve claro cuando pude ver la verdad en los ojos de aquella triste mujer de negro cuya voz parecía apagarse por momentos, como si llevara años esperando algo, quién sabe qué. En ese momento su cara adquirió un brillo diferente por un instante, y fue entonces cuando pronunció las palabras que nunca olvidaré: “Te diré un secreto. La esperanza es una amiga que nunca debemos perder, pues será quien más ayude a los problemas vencer”. Aquella tarde de abril lo tuve claro, y justo en ese momento experimenté un sentimiento nuevo aquí dentro, algo que nunca había sentido antes, y que me hacía querer volver a correr por la playa, como si pudiera volar hasta aquella línea inalcanzable del fondo del mar.
Llevaba tres meses sin ver a mamá. La abuela me había hablado de un monstruo que podía entrar en la barriga y quedarse dormido allí por mucho tiempo. Durante esos meses me habría gustado poder dejar de ser un niño, dejar de jugar con mis amigos o de hacer todas esas cosas divertidas que se me permiten hacer por ser un niño; y convertirme en un superhéroe para matar a aquel monstruo que tenía mamá. Pese a la imposibilidad de aquello, no me sentí triste en absoluto, porque estaba seguro de que muy pronto encontraría a Esperanza y todo cambiaría. Sin embargo, ¿Cómo iba yo a conseguir hacerme su amigo si ni si quiera la conocía, ni había oído nunca a nadie hablar de ella? ¿Dónde podría encontrarse aquella mujer? No tenía ni la menor idea, pero supuse que era buena idea preguntarles a mis personas más cercanas. A si que esa misma tarde comencé buscando ayuda en mi mejor amigo
-Carlos, ¿Tú conoces a Esperanza?
-No, ¿Quién es? – pude ver cómo la curiosidad se asomaba a través de sus palabras.
-No lo sé, pero lo quiero saber.
-Pues cuando lo sepas me lo dices, que yo también lo quiero saber.
Asentí con la cabeza y por primera vez mentí a mi mejor amigo. Jamás le hablaría de ella porque yo y únicamente yo, por encima de todo, necesitaba a mamá.
Después de mi primer fracaso pensé en Papá y en la cantidad de países desconocidos para mí a los que había viajado, cuyos nombres nunca era capaz de pronunciar sin equivocarme en alguna letra. Pensé que quizá habría podido conocer a Esperanza en alguno de ellos. Las posibilidades crecían y noté la sensación de que mamá ese día se encontraba mejor.
-Papá, ¿tú alguna vez has conocido a Esperanza?
-¿Qué Esperanza?
-La mujer, ¿quién si no?– le respondí como se dice una obviedad.
-Pero muchísimas mujeres se llaman así, hijo– me dijo dejando escapar una risa – ¿Cómo voy a saber a quién te refieres?
-¿Muchas?- los ojos me brillaron de alegría – ¿Hay más de una?
-Claro, hay miles – exclamó
-¿Y eres amigo de alguna de ellas?
-No, amigo lo que se dice amigo no. Pero, ¿a qué vienen estas preguntas sobre ese nombre?
-Es un secreto papá, pero debo hacerme muy amigo de alguna de ellas.
-Bueno, en tu colegio a lo mejor hay alguna niña que se llame así, y seguro que está encantada de ser tu amiga.
En ese momento Esperanza dejó de ser una persona en cualquier lugar del mundo para convertirse en cientos, y solamente necesitaba hacerme amigo de alguna de ellas. Inmediatamente pude sentir al monstruo más lejos de nosotros. Le veía más pequeño y débil, asustado de mí. Entonces supe que me hallaba muy cerca de ella.
A la mañana siguiente esperé que todos mis compañeros salieran de clase para preguntarle a mi profesora sobre el asunto que tanto me ansiaba.
-Profe, quiero conocer a una niña del colegio que se llame Esperanza.
-La única tiene 18 años, a si que me temo que es un poco mayor para ti.
-Da igual, quiero hablar con ella y contarle una cosa.
-Pero ¿Por qué te interesa ese nombre? No lo entiendo.
-Porque sólo ella puede ayudar a mi madre – dije sin poder evitar soltar el secreto y un par de lágrimas.
La profesora se agachó, me cogió las manos y me miró a los ojos.
-Escúchame Lucas. No sé quién de tus amigos te habrá dicho eso pero te aseguro que esa chica no puede hacer nada para ayudar a tu madre. Tu madre se pondrá bien porque es muy fuerte y puede con todo ¿Me oyes? – continuó sin desviar la mirada de mis ojos lagrimosos – No tienes que preocuparte por nada porque todo va a salir bien, créeme.
Al igual que con aquella triste mujer, pude ver la verdad en sus ojos. Sin embargo eso no consiguió calmarme, y el miedo volvió a casa. Además, estuve casi seguro de que el monstruo se había vuelto más negro al escuchar a la abuela decir algo sobre una operación complicada. No tenía claro en qué consistía aquello, pero sabía que las cosas complicadas no eran fáciles y eso aumentaba las posibilidades de hacerlo mal. Entonces tuve miedo de la palabra difícil y de nuevo quise crecer de repente, porque seguro que alguien sin una madre enferma, decidió que a los niños no les podían dejar entrar en los hospitales. Pero esa noche soñé con ella. Como había imaginado unas horas antes, yo era ya casi un hombre, y ella lucía una sonrisa cargada de felicidad mientras sujetaba un regalo entre sus siempre cálidas manos. Su pelo volvía a llegarle por el pecho, y sin dejar de sonreír me dijo aquellas palabras “felices dieciocho Lucas”.
Cuando desperté sentí vergüenza de mí mismo. No había encontrado a ninguna Esperanza que pudiera ayudarnos, y aquella mañana todos parecían actuar como si yo no tuviera el derecho a preocuparme por Mamá. Podía notar sus mentiras, cómo esforzaban una media sonrisa cuando les sorprendía mirándome, sus frecuentes conversaciones en voz baja.
-Abuela, quiero hablar con mamá. Quiero contarle algo importante – le dije sin rodeos.
Mi abuela se puso seria.
-¿Es imprescindible? No sé si será buena idea que hables con ella.
-Tengo que pedirla perdón.
Se mantuvo callada durante unos minutos, y al fin marcó un número de teléfono, me lo puso en la oreja y salió a la calle. Tras unos largos toques, pude escuchar una débil voz al otro lado de la línea.
-Mamá, soy Lucas.
Mamá tardó mucho en volverme a contestar, su voz era triste y pausada, casi como la de aquella triste mujer. Supe que el monstruo se había hecho mayor.
-Te he llamado porque quería pedirte perdón por no haber sido capaz de ayudarte. Hace varios días escuché a una mujer en la tele contar el secreto de que la esperanza es una amiga que nos ayudaría a vencer los problemas. Entonces yo pregunté a Papa y a más gente que si la conocían y luego me enteré de que no había solo una, sino que había muchas, pero la única que está cerca de mí, me ha dicho mi profesora que no puede ayudarnos. A si que me siento como si fuera un idiota. Parecía tan fácil la solución, tan solo ser su amigo y ni si quiera he podido hacer eso, y ahora por mi culpa el monstruo sigue contigo… Perdóname mamá, lo siento mucho.
-¿Quieres que te cuente yo otro secreto?
-Sí.
-La esperanza de la que hablaba aquella mujer no es una persona, sino un sentimiento dentro de nosotros que vives cuando tus deseos de conseguir algo, son mayores que tus miedos. Y aunque no lo sabías, tú ya la encontraste hace tiempo, en el momento que decidiste comenzar a buscarla te impregnaste de ella. No estoy decepcionada contigo, sino orgullosa de ti. Y ahora que ya sabes que la tienes quiero pedirte que la agarres muy fuerte y nunca la sueltes, porque eso será lo que consiga que me sienta mejor. ¿Me prometes que no dejarás nunca que tus miedos te venzan?
– Te prometo, todos los días deseo que estés aquí.
Pronto conocí a otras nuevas amigas que me ayudaron mucho, como la positividad, la lucha, las ganas, la fuerza o la unión. Cuando al fin crecí, con el paso del tiempo, me di cuenta de la verdad de las palabras de Mamá, y de que el miedo es siempre quizá, el monstruo más difícil que uno debe vencer.
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