Picando la tierra muerta, todavía sigues, allá a lo lejos, ¿cuántos no te habrán deseado la muerte…?
Picando la tierra muerta, todavía sigues, allá a lo lejos, vertiendo tu mofa metálica bajo la lluvia de piedras constante, la que cae seca y cae siempre, la que cae lánguida y anónima, como una vaca esquelética entre moscas y mierda. Paseando la vaca, famélica bestia de hueso y cuero que da la leche a cuentagotas, te observo a lo lejos y te detesto, pero la energía me falta como al Lago Migrante sin agua, como a la tierra sin agua, y mi garganta seca maldice tu mala sombra del diablo entre susurros de una mente nublada, de un alma áspera. “Paseaba las vacas, famélicas bestias de hueso y cuero, que daban la leche a cuentagotas, como siempre, hijo, los que hablan de otras vacas, más gruesas y lecheras, hablan en sueños” me contabas. “Paseaba las vacas cuando llegaron los Hombres del Gobierno, espíritus tan negros como sombras erguidas, sin color de ningún tipo en sus prendas extrañas, guiados por los Hombres Blancos, que dijeron ¡aquí! Y aquí que la instalaron allá a lo lejos, tan alta y enorme al principio, creímos que era una escultura que celebraba nuestra región olvidada por todos, hijo mío.”
Picando la tierra muerta, todavía sigues, allá a lo lejos, percutiendo el desgarro de la tierra mientras ésta cruje en silencio, crujiente bajo mis pies, crujiente y yerma en la boca de la vaca vieja. “Dijeron que vendría Prosperidad, aquella que tanta dicha reparte, y dos Lunas Orondas nos vieron engalanados aguardando su llegada, vistiendo nuestros mejores colores en torno a hogueras tan altas que tostaban el techo celeste hasta hacerse la Noche” me contabas. “Eso dijeron y en ello insistieron día tras día mientras las orillas del Lago se iban recogiendo por el instinto que a nuestro pueblo le falta. ¡El Agua! invocaba el Chamán, ¡el Agua! Señalando con el Báculo Sagrado la costrosa orilla, crujiente bajo sus pies, crujiente bajo las garras de las aves desleales, crujiente el Lago Migrante bajo las barcas estancadas en una queja silenciosa y moribunda. Así invocaba el Chamán las aguas perdidas ante el Primer Encargado del Gobierno para el Norte del Gombolá, nuestra región olvidada por todos, mientras éste aseguraba la llegada de Prosperidad, quien nunca llegó, como ya sabes, hijo, viniendo en su lugar la Sed, que es terrible enemiga.”
Picando la tierra muerta, todavía sigues, allá a lo lejos, de un negro reluciente que robas y robas a mi pueblo, envenenándolo lentamente, adormeciéndolo, este veneno gris que infiltras en mi gris cuerpo, en mi gris sangre, que me nubla la mente a través de olfato, vista, oído, tacto…
Picando la tierra muerta, todavía sigues, allá a lo lejos, odiosa al paso lento de la vaca vieja, indiferente y soberbia mientras drenas la negra sangre de nuestra tierra enferma. La drenas y la blindas en toneles de aluminio que relucen plateados de camino al almacén del Decimonoveno Encargado del Gobierno para el Norte del Gombolá, tan gordo como los otros, una sombra erguida llena de adornos relucientes que saluda de cuando en cuando desde el balcón del Palacio, como una oronda constelación, hasta que se marche rumbo a Castillo de Francia como los otros, mientras que el Chamán los sobrevive a todos y nadie sabe dónde está: ¡qué vida tan larga la del viejo Chamán! ¿Por qué todo muere salvo el viejo Chamán…?
Picando la tierra muerta, todavía sigues, allá a lo lejos, tanto tiempo después de haber espantado tu cizaña a toda fiera y planta, que tan pronto huyeron de esta peste sedienta, de esta Sed paciente y ardiente, de este delirio gris. “A la llegada de la Sed, hijo, cuando el Lago se decidió por marcharse a otra región ignota, cuando la tierra empalideció hasta sentirse áspera, cuando el Tercer Encargado del Gobierno para el Norte del Gombolá fue recibido con una fastuosa fiesta en el Palacio, entre mujeres prósperas celosas de no salir de la casa no fuera la infertilidad contagiosa, a la llegada de la Sed, hijo, y, después, del Hambre, las fieras perdieron su brillo dorado y nosotros el negro. Víctimas de un delirio gris, nos volvimos grises como ceniza fría” me contabas, padre, y mi mente nublada y mi alma áspera lo recuerda al paso lento de la vieja vaca, deseando verla arder, a La Negra Escultura, sombra del diablo, verte arder en las llamas del infierno sin soberbia alguna, perdida toda tu mofa….
Picando la tierra muerta, todavía sigues, allá a lo lejos, solitaria entre el murmullo rencoroso de mi pueblo diezmado, del fantasma vengativo de mi pueblo sediento, del viento zozobrante por su aliento gris, la lluvia de piedras ha cesado y cuatro pálidas sombras brotan aprisa como semillas precoces en la suave colina, ahora siete, ahora diez, ahora veinte, figuras que recorre una noticia, que las aviva como de los rescoldos renace una llama, mientras la vaca vieja tropieza con una piedra, evaporadas sus fuerzas por este calor infernal. La vaca tropieza con una piedra y cae, saco de huesos mugidor, contra la tierra muerta, y muere al instante, como si también ella fuera una piedra y nada más. “El Chamán, hombre sabio y de espíritu, bajo influjo de la Hierba Reveladora, advirtió de combatir la enfermedad: es La Negra Escultura que pica la tierra que ha irritado a los Dioses, pues no consiguen descansar. Y de tan grises los nuestros iban cayendo, niños, mujeres y ancianos, hijos, esposas y padres, diezmado el pueblo, así que el Jefe ordenó: salid a combatir a La Negra Escultura que pica la tierra e irrita a los Dioses hasta que caiga muerta. Salimos los hombres con mazas y piedras y los más fuertes a mazazos y los más sagaces a pedradas, La Negra Escultura que pica la tierra seguía picando la tierra como si nada, picando y picando la tierra muerta, y comprendimos entonces que estábamos débiles por el escozor de nuestras gargantas, por el rugido retorcido de nuestras tripas, que ella era más fuerte, hijo, que nosotros estábamos débiles, que estábamos grises. El Quinto Encargado del Gobierno para el Norte del Gombolá se rio de nuestro intento y nos dijo que más nos valía resignarnos o al siguiente motín saldrían las Escopetas; eso dijo, como de chanza.”
Picando la tierra muerta, todavía sigues, allá a lo lejos, difusa por el Sol que cae recto sobre Gombolá, que cae furioso sobre Gombolá, que cae ardiente sobre nuestra región olvidada por todos que arde en un incendio sin llamas, en una obsesión febril. Yace la vieja vaca muerta al lado de mis pies descalzos y grises acechada ya por las moscas, tan rápido que no sorprende porque ya viva andaba medio muerta, cuando grito a mi pueblo diezmado que desciende en estampida por la árida colina desnuda que otrora bordeara el Lago Migrante, patinando sus pies descalzos de tanto sudar, les pregunto qué sucede, qué están haciendo, mientras me aproximo al impulso de su hedor a odio vigoroso, vivificador, galopante. ¡La Muerte Gris se ha llevado al anciano Chamán! alguien grita, ¡La Muerte Gris se ha llevado al anciano Chamán! ¿Quién lo dice? ¡Ella, ella lo vio! alguien grita. ¿Cómo lo saben? ¡Ellos, ellos lo saben! alguien grita. Pero tú todavía sigues picando la tierra muerta, altiva ante los gritos, más alta, y más aun, como un diablo crecido por el ardor del infierno, como una trampa paciente, mientras tu bífida lengua chupa y chupa la negra sangre de nuestra tierra muerta: ¿quién no te habría de desear la muerte? ¡Yo, ardientemente, ferozmente, yo mismo te la deseo! ¡Una y mil veces! “Contra La Negra Escultura que pica la tierra nada puede hacerse salvo esperar a La Muerte Gris” me dijiste, al final, gris tu rostro como ceniza fría entre mis brazos, grises tus labios como plata vieja, grises tus palabras como hechas de tierra yerma.
Picando la tierra muerta, todavía sigues, picando y picando sin inmutarte, la risa metálica ha cesado y tu llamada a las Escopetas a descargar su amenaza invisible, su amenaza letal, truena en el vacío del desierto mientras corriendo entra mi pueblo diezmado en el almacén del Decimonoveno Encargado del Gobierno para el Norte del Gombolá y destapamos la negra sangre de nuestra tierra exangüe y bebemos del barril metálico haciendo de cuenco las manos, que tiemblan de la risa, que salen negras, negras de nuevo, y hundimos las cabezas palpitantes por la Sed, que salen negras, negras al fin. “El Chamán, hombre sabio y de espíritu, ya lo anunció el día en que La Muerte Gris se llevó a nuestro Jefe, lo anunció poseído por el Espíritu Vidente de vista nublada que todo lo ve: contra La Negra Escultura nada podrá hacerse hasta que el pueblo sea negro de nuevo, lo que ocurrirá a la fecha de mi muerte. Entonces mi espíritu guiará a nuestro pueblo diezmado y gris contra La Negra Escultura hasta que caiga muerta” me contabas una y otra vez mientras espantaba las moscas carroñeras de tu famélico cuerpo de hueso y cuero, tanto tiempo hace ya, qué muerte tan larga la del viejo Chamán que ahora nos guía en esta obsesión febril, en este delirio gris. Pero tú sigues picando la tierra sin temernos, mordaz como un diablo en el infierno, soberbia contra la planicie seca y ardiente que nos observa, atentamente, negros relucientes como estamos, hasta los dientes están negros, cuando las Escopetas descargan su amenaza invisible, su amenaza letal, sobre nuestros cuerpos chorreando negro.
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