Esta es la historia de Don Lápiz. El señor Don Lápiz, de honroso nombre pero más aún honrosa figura, había dedicado sus más felices años a la hermosa tarea que le había sido designada. Era la herramienta perfecta para todos aquellos hombres y mujeres que durante siglos habían expresado sus pensamientos en palabras. Sus trazas, de robusta mina mezclada con grafito, habían servido desde tiempos inmemorables a crear hermosos paisajes, bellas siluetas y bocetos de imponentes retratos. En aquella época, Don Lápiz era un galán, asemejaba ese estilo europeo de un elegante caballero de los tiempos ilustrados.
Con fuerza y determinación, Don Lápiz empezó su ardua tarea de la misma manera que todos los seres comienzan una tarea ardua: Con cierto escepticismo, una pizca de inseguridad, mezclada con ilimitadas cantidades de autodeterminación y añadiendo una picante mezcla de carisma y valentía por atreverse a ser diferente.
Algunos lo llaman la receta de la innovación.
Pero Don Lápiz también fue niño y como toda historia que se cuenta, en esta historia también hay un principio.
Corrían los tiempos de la Italia romántica, en donde cada sentimiento confería un valor único y necesitaba ser retratado. No existía emoción o anhelo que no fuera compartido, plasmado, escrito o dibujado. Siempre con exquisita elegancia y un toque de distinción hacia los racionalismos ya tan obsoletos para la época. Eran los tiempos de Pluma, Carboncillo y Tintero. Los rebeldes de la época, siempre dando un toque original, mientras escapaban al manejo de quiénes les sostenían en cada trazo para marcar su identidad. Que si una sombra más oscura, que si una gota de tinta sobre el papel, que si hay que afilar… Al fin y al cabo, eran jóvenes.
Pluma, Carboncillo y Tintero siempre se burlaban del pequeño Don Lápiz. Él quería escribir, dibujar, retratar, marcar, sombrear, crear…. pero en aquel momento, el pequeño Don Lápiz tan sólo era una idea atrapada en la mente de un visionario.
Lápiz siempre había escuchado las historias de su familia, las historias de su abuelo el gran Señor Estilete. El Señor Estilete marcó la diferencia en la historia, gracias a él se marcaron las primeras palabras en la humanidad. El pequeño Don Lápiz siempre quiso ser como él. Marcar una diferencia. Hacer algo grande.
Y con esa idea en la cabeza, la de hacer algo grande, una lluviosa tarde del Milano ilustrado, la pareja de los Bernacotti ayudó al joven Lápiz a dar el paso para marcar la diferencia: Y bien que marcó. Aquella tarde, Lápiz marcó su primera traza.
Desde entonces no paró de crear. Bailaba sobre el papel como las danzarinas sobre sus puntillas, con la energía y la jovialidad de quién tiene algo nuevo, de quien disfruta y no se detiene a pensar en lo que hace o cómo lo hace. Porque simplemente, lo hace.
Y empezó a crear. Las historias, los retratos, los dibujos, los borradores, las anotaciones, los cálculos, los sentimientos, las expresiones, las cosas que se olvidan pero no se quieren olvidar. La fuerza de las palabras, el rugir de las historias, las leyendas, los bocetos de cartas de amor. Las caricaturas, reír, llorar, amar, pensar. Crear.
Don Lápiz consiguió su propósito, dio a la humanidad una herramienta en la que plasmar lo intangible. En la que ser humanos.
Corrierontiempos de actividad frenética, en donde el joven Don Lápiz siempre estaba dispuesto. Preparado para sostenerse en cualquier mano que quisiera crear. Empezó a viajar, recorrió toda Europa de norte a sur, de este a oeste y cuando ya pensaba que no le quedaba más mundo que visitar, se descubrió a sí mismo cruzando los mares en un navío hasta el otro lado del mundo, las Américas.
¡Cuánto trabajó! En las escuelas, en las juntas diplomáticas, en los aeródromos, en las fábricas, en las galerías de arte y mientras ayudaba a crear, el mundo cambiante jamás paraba. ¡Cuántos cambios ha vivido Don Lápiz!
Incluso él mismo que empezó siendo un gordo cilindro de madera, acabó convirtiéndose en un plástico con mina adaptada que con tan solo un click ya era capaz de empezar a trazar.
Hermosos tiempos en donde Don Lápiz rugió con fuerza como ese caballero de madera esbelto y galán entrenado para cualquier anotación, cualquier margen o cualquier cuadernillo.
Los días han pasado y Tintero y Pluma ya no están con nosotros y Carboncillo, ¡ay! ese joven Carboncillo, ya no se revela con la fuerza de antes. Abraza a Don Lápiz que sigue siendo un Señor. Don Lápiz le ayuda a erigirse en las aulas de Bellas Artes, donde jóvenes artistas todavía siempre confían en él y lo anhelan, como esa herramienta un tanto olvidaba, pero la más natural y fiel de todos los tiempos para las grandes creaciones.
Son tiempos melancólicos para ambos, que ven con cierta nostalgia como las pantallas, las teclas o la propia voz humana, sustituyen a esas letras que antes ellos tan cuidada y melodiosamente trazaban, dando personalidad a quienes las usaban. Tiempos en los que los nuevos jóvenes Lápices Electrónicos irrumpen con fuerza con sus dispositivos, su capacidad para tener varios colores, sus sistemas de presión adaptados. Don Lápiz es ya un señor, relegado ante tanta tecnología. Nadie podría competir ante tanta innovación, tanta como lo fue él en su momento.
Pero nunca perderá la esperanza, él sabe que los tiempos cambian y todavía tiene en su memoria al Señor Estilete, quien dio voz a la humanidad. Quién sabe, si algún día los viejos Lapices Electronicos le recordarán a él de la misma manera.
Esta es la historia de Don Lápiz, que empieza a retirarse cada vez más. Aún muy sutilmente. Aún a momentos. Pero poco a poco, comienza a decirnos adiós.
Nos deja un legado de creaciones a su paso. De hecho, nos deja el mayor de los legados, pues gracias a él pudimos entrenarnos durante siglos para hacer tangible lo intangible.
Gracias Don Lápiz.
PD. (Este texto, con mucho cariño, está escrito desde mi móvil y ningún Lápiz fue utilizado en su creación)
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