Antes todo era tan fácil como dibujar una línea desde un punto a otro sin levantar el lápiz del papel. La superficie lisa hacia que todo fluyera en la dirección correcta sin esfuerzo, cuál trozo de hielo seco deslizando sobre la mesa con su sonido característico producido al sublimarse instantáneamente a temperatura ambiente.

Digamos que eso era el inicio del experimento, la base fundamental donde situar el marcador para evaluar la experiencia, condiciones iniciales, intencionalidad de objetivos, declaración de intereses y toda esa morralla de datos e información relevantes en el estudio pero finalmente transformados en una esencia pura tras horas de desarrollo.

Visto así, no parece demasiado difícil, pero si seguimos la línea temporal existen imprevistos que suceden y cambian irremediablemente las variables e incluso algunas veces hasta los cimientos… y lo que era arriba se vuelve abajo y permuta como una brújula sin norte, donde llega un momento que inevitablemente surge espontáneamente la pregunta más repetida de la historia

-¿Qué ha pasado?

Es algo que evoluciona en el tiempo… y no me refiero a la meteorología, esa ya bastante loca esta por si misma con el cambio climático, su alergia al calentamiento global y a los agujeros en la capa de ozono. Que leído de esta manera y al sonar técnico tiene hasta sentido. Pero si vuelves a leerlo otra vez digamos que con medio cerebro menos o una perspectiva diferente puede ser una conversación cualquiera en un sótano a oscuras de Madrid.

Todo tiene mil formas de mirarse dependiendo de la x, la y o la misma z. También es importante con que pie se levanta uno o se acuesta, cae rendido o se desploma en la cama. Por supuesto está la versión fantástica de los que saltan de un brinco o se meten a lo buzo con los pies por delante. Siempre hay una forma que no has visto, porque hasta pensar en ello te parece complicado, enrevesado o sin sentido. Mas el que está un metro por debajo quizás no lo ve desde la misma manera o su prisma puede ser un dodecaedro.

Cuando empiezas a llenar el cerebro lo haces sin ninguna orientación. Lo mismo que ocurre con un trastero vacío y lleno de potencial, el espacio en diáfano es impresionante, pero al llenarse sin pensarlo se queda pequeño en poco tiempo sobretodo si no se anda con cuidado.

La primera vez que llega al límite, es el inicio de los cambios, apilas, amontonas y colocas por utilidad y frecuencia. Lo menos útil es enterrado en vida por cosas que rara vez se usan pero siguen valiendo para algo. Al igual que los recuerdos se clasifican con etiquetas y carteles para cuando se necesiten puedan encontrarse lo más rápido posible.

Se vuelve a la rutina y cuando llega la segunda vez. Todo lo escondido se destruye sino alberga recuerdos demasiado especiales para poder subsistir sin su presencia. Se recolocan los objetos y gracias al Tetris mi generación ha llegado a compactar mejor los volúmenes que mismísima abeja reina, sus celdas hexagonales y su legión de adeptas. Un trastero es un espacio finito y por lo tanto sufre de limitaciones, no es lo mismo que únicamente lo utilice uno que varios.

Por suerte el cerebro es personal e intransferible como el DNI. Puede tener muchos San Benitos anclados con alfileres por mil y una lenguas que no saben lo que dicen o tal siquiera lo piensan. Sigue siendo castillo o prisión de igual manera… paraíso, vergel o desierto inhóspito.

Casi llegados a la mitad del trayecto, debo informarles de que el plácido viaje que hasta el momento llevaban debe truncarse, para ponerles en antecedentes. Ser sinceros no es una expresión vacía para rellenar un momento incómodo. Para nada… es un baluarte de honestidad que impera sobre cualquier otra cosa.

Los accidentes ocurren y en ocasiones son como una hormigonera que convierte el planeta en una espiral de arenas movedizas, valga alegar que todos los experimentos han sido aprobados por alguna autoridad de bata blanca, pero también hay que confesar que la mayoría no han sido supervisados por una persona responsable, mayor de edad o con la acreditación pertinente. Vivir tiene ciertos tramites y algunas de sus cláusulas tienen la letra tan pequeña que te das cuenta de su existencia cuando te das de bruces con ellas.

Después… te lo puedes imaginar, viene casi siempre acompañado con sirenas de ambulancias, la policía, si la ocasión bien lo merece van los bomberos, otras una grúa junto a su operador de manos rudas y encallecidas es suficiente.

Los detalles están en el atestado, las pupilas de los testigos y en las memorias de los involucrados. En ambos, en alguno o puede que en ninguno. En mi caso… miles de fragmentos al igual que los cristales de la ventana, o los pedazos de una taza de porcelana al precipitarse por el mismo terraplén dirección a quien sabe dónde.

Todo es más simple cuando dejas de buscarle sentido a las cosas y te pones a sentirlo. Es como la primera vez que sientes las burbujas en el paladar. Impresiones necesarias para darle vida a una frase o una palabra. Un diccionario personalizado con definiciones a pie de foto de cada cuadro de la pinacoteca.

Las mejores están cargadas de información en la propia nube que se forma alrededor de las neuronas. Aromas que se vinculan a una imagen, recuerdos en alta definición cuando paseas por la misma acera durante una eternidad.

Imagina que haces una cama con todas esas fotografías perfectamente detalladas, y colocadas ya sea por fecha o por importancia y saltas encima. El recuerdo es imborrable como el dolor de tener que dejar todo como estaba. A veces se puede, otras se pierde.

Al menos es entrenamiento, en la vida todo lo es en una experiencia viral que crece mientras se riega, sino se cuida se malogra y se echa a perder o en ocasiones se vuelve salvaje y se pierde el control.

No recuerdo sacar los pies del tiesto, pero años después ya no se saben dónde acaban las raíces. Tampoco es la peor señal del mundo, es más como cuando no puedes ver la copa de un árbol, tan solo necesitas cambiar de perspectiva y observar el problema desde otro ángulo. Expresado así es obvio, en el campo significa subir a una cima o alejarse tanto que parezca un punto en el horizonte.

Cuando el médico te suelta un puzzle sobre la sabana de la cama, primero sonríes y después preguntas.

-Disculpe, ¿esto qué quiere decir?

Para algunas preguntas… nunca hay una respuesta total y definitiva. Dicen que hay algunas que tampoco se deberían preguntar.

-Ya lo observaremos conforme pasa el tiempo.

Debe de ser de las peores respuestas del planeta, pero cuando estás en observación a veces saben igual de bien que un chicle de menta, o entretienen tanto como pasar el tiempo tirado en la cama.

El puzzle era la mejor opción, salvo cuando te das cuenta que eso que tienes en las manos es tu propia cabeza. Puede que en ese momento sea algo repulsivo y de yuyu. Pero es inherente decir… A ver… esto como iba.

Y tiras de la memoria… y te das cuenta que lo que antes era surcar las aguas en una góndola en Venecia, ahora parece más el descenso del Sella con demasiadas cervezas encima.

Llegas a las estaciones pero la megafonía informa de que ya no eres el actual piloto del tren. Que estas en plantilla pero que has delegado muchas funciones sin que nadie te pidiera el consentimiento. Te reajustas como los calcetines a un pie o un guante a una mano de otro dueño. Si tienes la capacidad hasta te puedes recostar y disfrutar del viaje, o tomar la cabina por la fuerza y hacer que el piloto haga lo que propongas.

Vivir es un libro de aventuras de esos que tenía en la infancia, o como el que me encontré dentro de Rayuela. Saltabas de un lado al otro, subías por una escalera aunque vieras que bajaba, o trepabas cual salamandra por el cristal. De pequeño tienes más valor que herramientas y de mayor menos miedos que obligaciones.

La evolución va en varios sentidos sobre una parábola como la historia de los videojuegos, empezaron siendo planos para ir consiguiendo desde texturas a plataformas, pasando por sus distintas dimensiones. Para al final ser tan reales como lo que se observa al otro lado de la ventana, pantalla o lo que sea.

El problema reside en el principio fundamental de las leyes de Murphy. A veces faltan o sobran piezas y cuando es la memoria de lo que hablamos eso es preocupante.

Enumerar los recuerdos es como inventariar todos los cultivos del planeta. Encontrar los buenos, es hallar bodegas de cosechas exclusivas, abadías de monjes con producciones limitadas, grutas donde esconden destilados en siglos de madera, manantiales escondidos a miles de metros donde el mundo tiene todas las respuestas o incluso el infierno y sus nueve círculos en la Luna. Todo es ponerse a recordar… Cuando llega a la parte de los malos.

No es práctico si se tiene memoria fotográfica y dispones de la extraña e inútil capacidad de dotar a una imagen de mil palabras encadenadas o sentimientos enmarañados a modo de bola de demolición tan densa que tenga gravedad propia. Un pinchazo duele lo justo, pero hacer un invertido directo a un lecho de cactus, no es ni aconsejable, ni por supuesto indoloro. Por lo que reunir todo ese ganado de despropósitos era parecido a juntar a todas las peores bestias del mundo en un mismo zoológico. Bello pero sumamente alarmante.

Reunir todo aquello no fue tan llevadero como lo de escoger los buenos. Si alguno no aparecía, cuando lo nombrabas en la lista, hubiese sido reconfortante o incluso alentador. Desgraciadamente nadie faltó a un evento tan mencionado. Y eso que por entonces lo de las redes sociales era como ahora lo es la caza de algunos cetáceos… inexistente.

Con un poder de convocatoria excelente todo estaba a punto de concluir cuando descubrí la verdadera y cruel realidad que faltaban las piezas centrales del rompecabezas.

-¿Qué pasó durante?

Estaba todo el antes… el después lo había comenzado a recibir en diferido, siempre un poco por detrás. Pero él durante, no aparecía por ninguna parte. No lo hizo durante los dos días en el hospital, ni tampoco cuando me llevaron a donde paso todo, no había pista alguna, en absoluto lo recupere cuando fuimos a ver el coche siniestrado, ni en la sandalia que encontré debajo del asiento del copiloto y que casaba con la viuda en bolsa ensangrentada que me dieron junto a la ropa.

Encontraba piezas, pero no las que faltaban. Nunca logre responder a algo tan sencillo como si perdí la conciencia.

Es algo irónico pero cuando un insomne se queda dormido igual le arrolla un tren en las vías, que se lo come una hormigonera, que si el sueño es profundo es como si hubieses donado el cuerpo al anatómico forense.

Después de las vueltas de campana siempre preguntas si salió cara o cruz.

Al coche ni a su dueño siguen sin hacerle gracia mis chistes de humor negro. Ellos lo vivieron en su versión airbag y cinturón de seguridad, yo escogí la cruda versión salvaje. Y ahora tengo branquias en la frente, un puzzle a medias en el cerebro y la opción de centrifugar adquirida sin que viniera de serie.

Sigo sin recordar los sueños ni tampoco el accidente. Lo primero era normal ya en mi antes, ahora tampoco es tan extraño, cuando se empieza no se sabe terminar hasta que la canción deja de sonar en el carrusel.

En otras ocasiones la muerte te escupe de entre sus dientes y te dice malhumorada, tú todavía no. Te metes las manos en los bolsillos y vuelves a casa resignado como cuando el portero de la discoteca decía lo mismo. Entonces no te importaba tanto… ahora tampoco demasiado.

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