Comencé a escribir para ti mi perfecta desconocida, durante ese frio invierno del año dos mil catorce, como si fueses mi fiel confidente, mi fiel almohada, mi fiel amante, mi dichosa tumba, luego de que aconteciera el bello suceso que me dispongo a narrar, sobre hojas blancas llenas de esas líneas denominadas renglones, con el esfuerzo de mi puño y el estilo de mi letra, sin otro motivo que el de abandonar la tonta idea de enredar con mis delgados dedos su hermoso cabello rubio y recorrerlo hasta su final como si se deslizara en el aire una brisa de viento suave y de entretener un poco el transcurso de tu vida con esta forma casual y divertida que es mi oficio de escritor, en un salón del instituto donde cursó la carrera de bibliotecología, durante el lapso de tiempo libre que me provee el hecho de haber aprobado el parcial de la materia, la fantasía que moviliza a todo artista a expresar una idea, creo yo, esa infusión surrealista de sensaciones emotivas que suelen provocar los ojos de una mujer al mirarlos.
Para esto, deberé transitar, por días, años y quizás meses, calles ocultas bajo la sombra de modernos edificios que hemos heredado de otras épocas, en busca de alguna expresión que sea lo suficientemente amplia para connotar un hecho; sustraer de mi memoria algún recuerdo ocurrente, alegre y divertido que me permita desarrollar un desenlace acordes a mis aspiraciones, motivar a mi alma a condensar la atmósfera de nuestra ciudad en un atardecer durante el mes de agosto donde el sol se aplome en el horizonte, o entregarme al movimiento libre de la pluma que conduce siempre a un final un incierto.
Recuerdo que ese día, al mirarla, intente descubrir si existía algo de ternura en sus ojos, movido por la inquietud de conocer algo distintivo de su persona, pero la ausencia de tal sentimiento me hizo desistir de la empresa. Sus pupilas de un color similar al de la tierra en el valle de la luna, parecían madera mezclada con fuego, eran áridas como una brisa de aire en tales latitudes. Infusas de un calor desértico, imagine que serían capaces de erosionar con su mirada mi cuerpo y entregarlo al letargo de que gusanos roan su carne y que los huesos se reduzcan a polvo si su boca llegara a besarme por última vez. Era esta como una fuente de agua cristalina que invita al sediento caminante a beber de ella de a grandes sorbos.
Sus labios jugosos como el corazón de una fruta, su piel tan suave que sentía acariciarla, su cuerpo y su presencia de mujer, eran en ese lugar, en ese momento, en ese tiempo, una fuerza enigmática y misteriosa que me atraían hacia ella cada vez más de manera irresistible.
Durante el tiempo que duró este encuentro, debido a esa atracción que se generaba, sentí la irrefrenable curiosidad de quien contempla un cuadro; estaba intrigado por su procedencia y a la vez seducido por su belleza. La indiferencia que entre nosotros existió era la dosis exacta que nos volvía extraños; aunque conocidos solo por nombre nada había de ocasional que nos motivara cruzar palabras. Recordé el cumpleaños de mi primo, cuando tenía doce o trece años, en un viejo boliche donde hoy funciona una cooperativa de trabajo, en el que la vi por primera vez y logre, intentando seducirla, que me hablara y también sonriera; otra noche en otro boliche, ya más grandes, más desconocidos, cuando me cruce con ella de pronto y tras reconocerla no supe hacer otra cosa, al ver sus ojos que me miraron como reprochando algo, con esa fuerza común que predomina en ellos, que tomarla de la mano aunque traía a otra joven en la otra mano, y que al continuar camino hacia las sombras de uno de los rincones, con ambas a mi lado, tras dar unos pasos, primero perdí a la primera y luego a la segunda cuando estas se dieron cuenta de esa situación; y también de la vez que al acercarme a tres desconocidas que venían caminando media cuadra delante mío y de un amigo a eso de las cinco o seis de la mañana de un día sábado, al hablarles de pronto, luego de acercarme rápida y sigilosamente sin ninguna otra intención que la de caminar juntos ya que íbamos todos para el mismo lado, se asustaron y gritaron tan alto, tan fuerte, que pareció que se les salía el corazón por la boca, me encontré con ella y también con aquella otra que estaba en el boliche, quienes luego de serenarse, al verme bajaron su mirada como recordando aquel episodio y siguieron caminando sin hacer oído a nada.
Mientras esperaba a que me atendieran, me pregunte por que nunca había pasado nada entre nosotros , porque la vida no había cruzado nuestros caminos o lo había hecho tan pocas veces, porque a su vez sentía una extraña certeza de que podría llegar a amar a esta joven con extremada locura, y con esto me refiero a la intensidad y fuerza de las emociones y no a la obsesión y posesión de las que muchas veces una mujer se queja y es víctima, cuál era el límite donde esa realidad existe o deja de existir, que razón de las tantas existentes motivan a una persona a amar a otra, donde es y cuando que todo se transforma en idilio.
El cielo del mediodía era gris, pague la boleta de luz y me senté en una silla esperando para firmar la reconexión del servicio. Volví la mirada hacia donde ella estaba y me encontré con la suya que me miraba desde la fila, esperando para ser atendida por caja. Parecía ofendida, enojada, sus ojos eran como un trueno, iguales en mirada, suavidad, dulzura, amor, solo que un poco más viejos, a los que había visto aquella noche en el boliche. Segundos antes de que realizara el pago, al hablar con una mujer que estaba en la fila entre ella y yo, esta joven se había sonreído de manera espontánea, como por arte de magia, cosa que me pareció por demasiado misteriosa aunque no desconocía la causa.
Ahí estábamos, un lunes de invierno, sumidos en un eclipse, lejanos como el sol y la luna, en vida, en sueños, tiempo, contextos, realidades y deseos.
Los momentos siguientes fueron pasos que no conducen a nada. Pensé en esperarla fuera y pedirle que me diera un beso, o simplemente arrancárselo de su boca o sus labios. No quise molestarla, sabía que se había puesto de novio hacía poco tiempo debido a la conversación de unas pibas que pasaron caminando por la vereda de mi casa una tarde , además que nuestras realidades eran muy diferentes y que mi vida en ese momento, no estaba en condiciones de sumar a ninguna otra persona ella; en cualquier caso me dije, de ser algún día seria, y la deje olvidada dentro del edificio al resguardo de mi eterno corazón y el paso del tiempo.
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