La clonación de Jano escandalizó a todos. Aquel joven ya había captado anteriormente la atención (y el odio) de cuantos le conocían. Pero nadie le creyó capaz de aquello.

Para él, no había nadie quien le superase. Nunca se cuestionó y nunca le interesó lo que pensasen los demás, pero, en cambio, siempre deseó el reconocimiento de la gente, en el mismo grado que él creía merecer, no menos. No sintió jamás empatía por nadie. Si alguien era contrario a él, eso significaba solamente que le envidiaban, y así lo creería hasta el final.

Todo comenzó el día en el que Jano, que odiaba a las personas tanto como ellas a él, decidió superarse a sí mismo. Inventaría una máquina que permitiese clonar personas con la que conseguiría la admiración de aquellos que le odiaban.

No tardó más de una semana en acabarla. Llegado el momento de probarla, se percató de que necesitaba un voluntario. No tenía acceso al ADN de nadie, solamente al de sus padres, pero se horrorizó al pensar en tener dos padres o dos madres. Jano pensó: ¿Quién mejor que yo?

Colocando un bastoncillo con su saliva en la diminuta urna de aluminio, Jano se colocó el casco que transmitiría una copia de su propia mente a su clon. Después de chirridos y fogonazos incesantes, todo paró. La compuerta se abrió. Un esqueleto con apenas musculatura necesaria para caminar asomó por ella.

Jano contemplaba con orgullo su creación. Se acercó a su otro yo, preocupado por su estado anímico. La copia no actuaba temerosa ni mucho menos, se comportaba como su reflejo. «No creía ser tan bajito», declaró por primera vez el clon. Jano se molestó por su opinión, él siempre se consideró de estatura media.

Conversaban como si hablaran consigo mismo. Se sentía cómodo y confiado. A pesar de lo que creía, su doble gesticulaba como él, pensaba como él, sentía la misma curiosidad que él sentía, era completamente él, física y mentalmente. Si el creador expresaba su gusto por la música clásica, el otro lo corroboraba. Si uno decía que odiaba los guisantes, el otro lo repetía.

Se maravillaban el uno con el otro. Su amistad fue creciendo. Encerrados en el sótano, pasaban los días regodeándose en sí mismos. Leían juntos y compartían las mismas opiniones. Siempre estaban de acuerdo. Nunca peleaban. Ambos se creían perfectos el uno para el otro. Sabían que nadie sería capaz de apreciarlos como ellos lo hacían, y sintieron la fascinación transformarse en amor. Los dos, a pesar de compartir ese afecto, no lo expresaban: también compartían la misma timidez y las mismas razones para no hacerlo.

Los padres de Jano llegaron a casa después de dos meses fuera. El pánico se apoderó de los jóvenes. Y uno decidió esconderse mientras el otro subía a recibirles. El creador se quedó en el sótano, escondido en un armario de plástico.

El clon de Jano subió, y abrazó a sus padres como si nunca lo hubiera hecho. Ni siquiera ellos se percataron de que era una simple copia de su hijo, pues no había nada que le delatase.

Cenaron en familia, sus padres hablaban de todo lo que les pasó en su vuelo a Noruega, de su estancia allí, de su trabajo y finalmente de su vuelta. En el postre comenzaron a interrogarle a él. Quisieron saber cómo iban sus clases: él dijo que bien. Preguntaron si salía a despejarse: respondió que no le hacía falta. El muchacho terminó su postre, se levantó dando las buenas noches a sus padres, y se dirigió a hurtadillas al sótano.

Allí estaba Jano, comiendo sus reservas en la penumbra de la habitación. Había salido de su escondite al no soportar su miedo a los espacios estrechos. Se abrazaron mutuamente ya que era la primera vez que se separaban durante tanto tiempo.

Fue el clon de Jano el que se percató que no podían continuar encerrados. Por primera vez Jano no estuvo de acuerdo con él mismo. Sabía que lo que decía él era cierto, pero a la vez no quería enfrentarse al mundo y compartir su reproducción. Para él era una amenaza, y se negaba a que se expusieran. Su doble pensó: «¿Por qué me quiere privar del mundo exterior?» «Yo merezco tanto como el salir de aquí»

Jano guardó su deseo de mantener a su otro yo bajo llave en el sótano, y le propuso que los dos compartieran su día a día: mientras uno se quedaba en el sótano, el otro iría al exterior, al instituto, y se verían por la tarde, al volver.

Uno quedó más disgustado que el otro. Para él, su réplica, era la demostración de que le otorgaba su libertad como individuo, y como individuo que se creía ser, quiso un nombre propio. La única condición de Jano era que no lo usara mientras estuviera fuera. El aceptó y decidió que se llamaría Ray, en honor a Ray Bradbury, admirado por los dos. Jano le gustó su nuevo nombre, pero le pareció pretencioso, sin poder evitar preguntarse:»¿Así soy yo?», y para su asombro la respuesta fue: «Sí». No le gustaba verse reflejado tan fielmente en alguien. Le avergonzó conocerse a sí mismo, jamás hubiera querido hacerlo. Eso le molestó, y más por el creciente entusiasmo, del ahora Ray, a considerarse único y separado de él, de quien le ha dado cuerpo y mente.

Ray, ajeno a estos pensamientos por parte de Jano, estalló en alegría, y sus emociones por su querido amigo también se desbordó. Ahora sabía que nadie más que él le podría querer más ni mejor que como se quería a sí mismo. Estranguló con un fuerte abrazo a Jano, quien no pensó en soltarse.

Al sentirse tan pegado a su cuerpo, creyó ser uno, y no pudo evitar gozar la felicidad de ser amado y a la vez amarse. Era la cohesión perfecta. No tardaron en corresponderse, conociendo la alegría de amarse a uno mismo, Aquella noche no descansaron debido a su dicha, solo querían hacer el amor, y conocerse, a pesar de que ya se conocían, pero igualmente estaban entusiasmados con verse tal como eran, reflejados en los ojos del otro.

A la mañana siguiente, fue Ray el que salió al exterior. Sentía una grandiosa necesidad de ser otro, no supo el por qué, pero quiso convertirse en otro completamente distinto a su creador. No se sentía él mismo. Su comportamiento resultó extraño para algunos, era la primera vez que veían a Jano interesarse por alguien que no fuese él. Ray empezó a sentir mayor empatía que antes. Había podido comprobar lo que era ser otra persona, y pensar como otra persona que no fuera él.

Perdido en la complejidad de sus pensamientos y memorias, ansiaba tener su propio carácter y sus propios recuerdos.

Ray iba descubriendo cada vez más, aspectos de su yo plasmados en Jano que no aprobaba. Las desavenencias entre ellos iban sumándose. Jano veía cambios bruscos en Ray que no le gustaban. Ray cuestionaba todo lo que Jano le decía, pero su compañero no rectificaba nada de lo dicho. Él creía tener la razón, y cuanto más lo negaba Ray, más miedo tenía el otro de sus palabras.

El vislumbrar la certeza de estar equivocado le aterraba inconscientemente. El choque entre lo que él creía ser, y como realmente era, fue abrumador, y escucharlo, esta vez, no de personas ajenas a él, sino de sí mismo, le dejaba expuesto, desnudo frente a una realidad que no deseaba vivir. Buscó una cuerda a la que agarrarse, y la encontró, convirtiendo su creación en un objeto roto, estropeado: un experimento fallido.

Ray le intentaba convencer de que aquello no era lo que pretendía. Le dolía ver el estado de su amante, pero al contrario que él, Jano no sentía nada de remordimiento por el daño que le estaba infringiendo. Sinceramente llegó a creerse sus mentiras, y se libró con facilidad de la culpa de la que era responsable.

En plena madrugada, Ray abandonó lo que fue su hogar hasta ese momento. Supo que tenía que marcharse y alejarse de Jano, pues este ya dejó de quererle desde el momento en que descubrió que no eran la misma persona, y decepcionado, lo dejó durmiendo entre cómodas almohadas. Ray caminó con el espíritu tranquilo por primera vez en sus recuerdos, que eran también los recuerdos de Jano.

Estaba orgulloso de haber conseguido cambiar. Recordó entonces que, primeramente, a través de su espejo de carne y hueso, se conoció a sí mismo. Desde que salió de la máquina, verse frente a su otro yo, desvinculó todo lo que creía anteriormente, sobre quien era, como individuo único, y superior. Luego, con sosegada paciencia se escuchó, se conoció como nunca antes Jano lo había hecho, y contempló tanto lo que le gustó de él, como lo que no, pero lo aceptó, y lo amó. Y, por último, supo qué debía de cambiar para ser feliz de verdad, sin rechazar nada ni nadie. Sus lágrimas resbalaron, sin poder contenerlas. Por fin sabía quién era y se aceptaba.

Cuando Jano despertó por la mañana, encontrándose sólo, siendo abandonado por su propia persona, se compadeció de su tristeza, pero apenas pensó en lo que pudo haber hecho para que Ray se fuera de su lado. Estaba perdido, sin respuestas.

La solución que meditó durante largas horas, era la de matar a Ray. Tenía que deshacerse de ese farsante antes que nadie lo viera, pues a sus ojos, le había traicionado y era un desagradecido que no supo valorarle como debía haberlo hecho, creyéndose ahora un ser libre.

Jano, emanando rabia desde sus pulmones, se precipitó a la calle, dispuesto a encontrar a Ray y matarlo con sus propias manos si era preciso. No merecía semejante humillación por parte de alguien inferior. Como loco guiado por un objetivo macabro, recorrió cada rincón posible donde podría hallarse, cualquier lugar que pudiera conocer, recordando los sitios nombrados por su traidor.

Lo encontró por casualidad en el camino que cruzaba el parque, rodeado de árboles frondosos que cubrían la visión desde fuera del paseo. Estaba de espaldas a su perseguidor, y no pudo prevenir la inminente muerte a la que fue arrastrado. Para Ray ocurrió rápido: el golpe de una piedra en la cabeza le cegó para siempre y le arrancó la sonrisa de su plácido rostro, quedando su cuerpo boca abajo, tumbado en una alfombra de hojas caducas.

Jano, inmóvil, se quedó acompañando su cuerpo inerte, hasta que se quedó frío. De alguna manera, ya no sentía nada, ni siquiera dolor, ni siquiera satisfacción. Completamente nada. Se mató a sí mismo y eso no lo pudo asimilar.

Lo que ocurrió después, ocurrió rápido, en una vertiginosa ola de personas que sacudió la escena. La llamada a las autoridades no se hizo esperar, mucho menos los periodistas que, cuando llegaban, todavía pudieron fotografiar el cuerpo de la víctima junto con el criminal.

Nadie entendía qué había pasado. Se dio por hecho que se trataba de fratricidio entre hermanos gemelos. Pero lo desmintió la prueba de ADN, y esto hizo enloquecer a magistrados, agentes, reporteros, científicos…

Las leyes aún no condenaban la matanza de uno mismo, y no sabían bajo qué cargo podría ser el merecido. Un día, alguien lo llamó filicidio. Y otro periodista lo denominó suicidio. Pero prefirieron dejarlo en homicidio.

A los 2 años de cárcel, Jano murió de un ataque al corazón, algo inexplicable por parte de un joven de 21 años. Sus manuscritos y cuadernos fueron quemados junto con su diabólica máquina. Se prohibió la clonación no supervisada por especialistas.

Nadie conoció nunca a Ray ni su historia como individuo, y todos lo olvidaron. Jano fue aclamado años más tarde como un héroe injustamente castigado por leyes que no comprendían su magnificencia.

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