La tarde está muriendo

como un hogar humilde que se apaga.

Allá, sobre los montes,

quedan algunas brasas.

Y ese árbol roto en el camino blanco

hace llorar de lástima.

¡Dos ramas en el tronco herido, y una

hoja marchita y negra en cada rama!

¿Lloras?… Entre los álamos de oro,

lejos, la sombra del amor aguarda

Poema de Antonio Machado – Campo


La mañana estaba subiendo por el horizonte. Una sexagenaria guerra entre las dos únicas tribus que habitaban el cielo, hicieron de él un campo de guerra bastante ordenado. La tribu de la luz siempre arrasaba con todo su pueblo, luchando todas las mañanas y llegando a la derrota tarde o temprano. Más abajo, los árboles, con más ganas juguetonas que un cachorro, acariciaban el viento con sus copas. Sus copas, golosas de la miel del Sol, poco a poco se iban arrimando, alejando, a veces humillando a la gravedad y a veces, intentando flirtear con el viento. Una mariposa que volaba por ahí, tuvo la desgracia de encontrarse en medio de una bofetada de “Eh!… Te estás pasando”. La mariposa dibujó un muelle en el aire y sus alas intentaron retomar el vuelo. Cuando la trayectoria cambió a horizontal, sonreí.

Unas niñas escuchimizadas, jadeaban mientras corrían tras la pelota. Jadeantes y sonrientes, una de ellas reflejó en mi iris, el brillo de los rayos. Sus ojos hicieron que pensase en esferas que rozaban la perfección. Sin envidiar nada al mar, imagine como era, y acto seguido volví a la realidad sabiendo que no podía competir. El cielo, como pidiendo otra vez guerra, lloró levemente para que todos lo mirasen. Su momento de gloria cesó, aunque dejó una historia más que contar, haciendo que unas gotas cayesen sobre su cara. Las gotas se iban deslizando por esas pecas que intentaban retenerlas, algunas, lograron ser más rápidas que otras y las demás caían al suelo como victoriosas de su hazaña. Las que quedaron, fue la manga quién hizo el resto del trabajo. Su indiferencia hacía como estaba el mundo, hizo que mi sonrisa se abriese aún más. Iban, corrían, se tropezaban, eran chiquillas que en tiempo de guerra eran almas libres.

Codo con barandilla, hacía que mi espalda descansase. Mirando al cielo, cogía aire. Un mirada fugaz se entretuvo con unos pájaros que volaban a sus anchas por encima de las nubes. Unos planeaban, otros se dejaban caer y volvían a retomar el vuelo. ¿En que momento se torcieron las cosas?, no lo sé, pero las aves, exceptuando alguna que disfrutaba del momento, comenzaron a volar hacia una misma dirección. Las niñas con desconcierto dejaron de jugar y se quedaron pasmadas mirando a las aves.

Unos ladridos desgarraron el momento zen que la propia naturaleza había construido. Una sombra tapó por completo la fama del sol, y según iba enfocando, dos formas de avión hicieron que solo me fijase en eso. Una vez que desaparecieron por mi horizonte, una angustia recorrió mi cuerpo. Miré rápidamente a los lados, hasta que inconscientemente me detuve de frente. Las niñas se tiraron al suelo y se taparon la cabeza. En el paisaje solo se escuchaban los ladridos, y los árboles, dejaron de moverse. En un abrir y cerrar de ojos los ladridos se volvieron más desesperados y una vibración acompañó a un golpe seco.

“El árbol presiente que va a morir, pero siente la presencia de algo cerca que le dice que no”.

Alcé la vista pudiendo otear como los cuerpos, más marchitos que una margarita en otoño, tomaban vuelo cual pájaro errante. Bajando la vista, la cosa no mejoró, los niños caían al igual que marionetas sin vida.

Los cimientos temblaban, no temblaban de desconcierto ni de miedo, si no más bien de rabia. Una rabia concentrada por ver como sus paredes caían y no podía hacer nada, solo dejarlas caer, y convertirse en escombro. Al igual que un perro encerrado en una lúgubre jaula, llegó un momento que dejó de temblar, y sumiso al destino, se derrumbó sin dar aviso a sus habitantes.

„Un colorín despistado, se posa sobre las ramas del árbol. El árbol está amodorrado, pero el calor que el colorín le ofrece, mantiene con vida a su pastosa y gélida sabia.

El colorín se va.

El árbol muere.

No muere inmediatamente, pues el tiempo que sufre, va acorde al tiempo que el colorín estuvo posado en él, dando ese falso calor que al final hizo que la muerte lenta fuese aún peor.“

Con esfuerzo vuelvo a la realidad, recordar el orden de lo que continúa ahora mismo no sirve de nada. Sinceramente, no creo que esta historia llegue a nadie ¿Será esta mierda lo que llaman tu vida antes de morir?. Bueno, sea como fuere, voy a ahorrarme gran parte de esos pensamientos.

Cerca de mi brazo me fijo en un cacho de lo que antes parecía ser un espejo entero. Obligado a apoyarme entre la pared y el suelo, alargo el brazo . Con el pulso tembloroso me lo acerco a la cara. Un hombre me está mirando a través del espejo y no logro distinguir quién es, muevo el ojo y el hombre hace lo mismo, acerco mi cara, él la suya… Me doy cuenta de lo que ha pasado. Mi cuerpo siente un hormigueo diciendo «Todavía estoy vivo». Con desesperación, intento escurrirme, hasta donde el tobillo me deja. Observo a una de las chiquillas en la lejanía andar hacía una dirección con la espalda derretida. Miro hacía donde va, y un grito nace en el momento, un cuerpo quieto espera a ser usado de pañuelo.

Me pica la pierna.

-¿y ahora, qué más?- pregunto sin querer saber la contestación.

Giro rápidamente la cabeza.

Las esquirlas de los cristales hacen caso a la ley de Murphy, y hacen un baile candente con los rayos del Sol. ¿Ós acordáis de pequeños cuando cogíais la lupa e intentabais quemar hormigas y por suerte o desgracia nunca prendía nada? Esta vez el particular sentido del humor del mundo, me ha elegido bufón del planeta. Intento desasir la pierna del muro, meto las manos para intentar al menos aliviar el picor que siento. Imposible, mis manos no caben por la separación de los escombros. Comienzo a tirar, sin importar la parte lógica. Después de varios minutos, me doy por vencido en la lucha. Un calor aún más fuerte, empieza a entrar en mi cuerpo. Apretando los dientes, meto la mano. Una uña se arranca creando un rio de sangre en la piedra. Cuando la esperanza me empieza a abandonar, una lágrima predice el futuro de lo que va a pasar… .

„El árbol está muriendo lentamente, pero el destino no quiere que muera, no de momento. Primero quiere verle sufrir, ver como su vida se desintegra, ver como los últimos suspiros de su vida se los traga la nada. Una vez acabe eso, hará que el dolor físico le queme hasta las entrañas, quitando pelo por pelo las raíces de aquel árbol.

Al final la vida le abandona dejándose morir poco a poco. Y lo único que le queda claro es:
– Alguien ha elegido que no haya futuro.

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