Su barba y su melena expuestas al viento marcaron el final de la última generación dispuesta a morir.
—¡Inventad algo más inteligente que vosotros mismos! Es vuestra única esperanza porque no veis que la red os aniquilará. ¡Maldita sea! ¡Olvidad los “me gusta”! ¡Viajad por los otros mundos ocultos al “street view”!—.
No dijo más.
Pero nadie quiso renunciar a su vida digital eterna, y un juez cualquiera ordenó silenciar al último hombre real.
Una espada atravesó su cuello.
A partir de ahora, su cabeza ensartada en una vara viajaría por la nube como reliquia de los más nostálgicos.
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