Su barba y su melena expuestas al viento, eran señas inequívocas de libertad, a sus 18 años Martín había decidido dejar su casa paterna para conocer el mundo. El había sido siempre inquieto, esquivo a seguir reglas, alegre y siempre dispuesto a ayudar a los demás. Su adolescencia llegó como un torbellino arrasando con todo, rebeldía y hormonas se mezclaron para hacerlo irresistible a las chicas. Y así yo dejé de ser el centro de su mundo, ya no era la única mujer en su vida. Ahora soy sólo su madre, con la vista en el horizonte, esperando que vuelva.

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