Su barba y su melena, expuestas al viento, habían eclipsado los ojos del hombre. El rey de la selva, sin pretenderlo, había llamado su atención. Siguió su camino ajeno al resto del mundo, altivo olisqueó el entorno, vio a sus hembras en plena caza, orgulloso de ellas y sabedor de que jamás le faltaría una gacela a quien hincar el diente, decidió reposar. Fue entonces cuando el hombre aprovechó y disparó, indiscriminadamente, varias ráfagas. La Polaroid recogió la escena que después se exhibiría en la exposición fotográfica de Londres.

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