Su barba y su melena expuestas al viento, recordaban a un cuadro de Van Gogh, de aquellos en los que la realidad estaba deformada por una visión superior del mundo. Su porte majestuoso parecía llamar al contacto; el impulso y la necesidad de tocar su precioso pelo rubio desteñido por el Sol. No me cansaba de mirarlo, me hipnotizaban sus profundos ojos oscuros llenos de peligro. Esa forma de gruñir entre espesos bigotes me asustaba y embelesaba a partes iguales.

¿Qué tenían los animales salvajes para provocar en mí tal estado de ansiedad? Las próximas vacaciones serían más tranquilas.

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