Su barba y su melena expuestas al viento, se dio la vuelta y me dijo, «acércate». Obedecerle me costó cinco pasos y una ligera renuncia a mi voluntad, a mi deseo de dar media vuelta y salir corriendo. Desde lo alto de la torre, se veían los bosques, los acantilados, las playas, el océano eterno… «aún no hemos terminado de huir», confesó, el dedo apuntando a la ensenada, donde se encontraba el puerto, roto por la figura de un transatlántico. Suspiré, ¿de nuevo nos íbamos a lanzar al vacío? Los pasos de nuestros perseguidores ya subían por las escaleras
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