Su barba y su melena expuestas al viento. Abre la minúscula ventana. Entra una inesperada ráfaga de aire fresco y respira profundamente. El interior de la caravana está, como siempre, en penumbra. Huele a rancio, a cerveza y a tabaco barato. Mario sólo deja que salga de la caravana de madrugada, cuando no hay nadie. A veces oye el mirlo cantar. Recuerda los amaneceres en Krāslava, su pueblo natal.
Hay dos turnos, uno a las once y otro a las cinco. Se forman largas colas de hombres ansiosos e impacientes. Todos quieren probar a que sabe la mujer barbuda.
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