Su barba y su melena expuestas al viento se perdían en las arrugas de los años que se dibujaban en la piel de una vida curtida en las batallas del destino donde se forjaron las ilusiones en el acero de cada amanecer cuando los sueños se tocaban con los dedos y merecía la pena luchar por lo que creía.

Las canas cubrían un pensamiento que el viento nunca pudo llevarse porque el huracan de su interior removia los escombros de tantas intenciones que se quedaron en el camino

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