Su barba y su melena expuestas al viento me han dejado sin respiración, inmóvil y recta como un mástil. Viene hacia mí, caminando con elegancia. No dejo de mirarlo, a pesar de que lo más aconsejable es mirar al suelo y sobre todo, no coincidir con sus ojos. Ya está muy cerca, puedo olerlo. Probablemente sea lo último que huela en mi vida: cómo habrá llegado ese león a la cubierta de este barco en medio del Océano Índico.
—Volando —dice el león.
Habla. A lo mejor no me ataca.
—Ni lo sueñes, vas a morir. Ahora.
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