-Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón de La Habana- dijo Esteban de su compatriota Beltrán. Era un sábado por la mañana, había clase de carpintería, todos con uniforme naranja marcado con un número.
En sus ratos libres, Beltrán se hizo un chaleco salvavidas. Vivía encerrado entre muros, con una reja enfrente de su cama y treinta minutos diarios de recreo hasta que esa noche, librando la vigilancia, llegó a la arena de la playa y nadando en aguas frías del océano, logró fugarse de la prisión de Alcatraz.
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