Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón, dado mi tiempo de recreación en el espejo. Era necesario, primer viaje, primera noche… sin miedos.
Salimos del valle separados, y llegamos juntos, donde pasar desapercibidos. Eramos diferentes, él, terrateniente capitalino, un pincel, aterrizado en la aldea; yo aborigen de la ganadería contra natura, descendiente de casa del cura. Inimaginable, inconveniente.
-¿Y tu daiquiri?.
-No sin ti.
Me miró, se prendó.
-Voy a pedir la cena.
La camarera pronunció nuestro nombre, en la suite matrimonial. Al día siguiente éramos portada en el diario Correveidile.
Somos dos hombres libres. No volvimos nunca.
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