Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón. O hurgando granos en el cafe del matutino. sí no fuera por ésa «maldita enfermedad» era así como Enrique denostaba su invalidez.

Aunque él lo negase, la indiferencia no es algo que un banal «te amó» pueda recompensar. Y no lo culpo. Yo en su lugar odiaria hasta el hecho de respirar.

Sin embargo, él seguía ahí, tan frondoso como siempre diciéndo «Es el amargó destino que nos tocó. Deberías Lourdes buscarte un hombre que pueda correr por ti»

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