Él ya estaría tomándose un daiquiri en el malecón o un mojito cubano. Luego andaría por el ancho andén de cemento, contemplando de día la espuma marítima acariciar las piedras que haciendo de guardias protegen la ciudad, mientras anhela deseoso a su amante predilecta, la luna.

Luna que viste la ciudad de bohemias melodías y juglares. Luna que viaja por el mundo desde el tren del cielo, así como viajan las sirenas por entre el mar.

Pero él ya estaría de viaje por los mares incesantes. Antes desde San Juan a Santo Domingo; ahora desde La Habana a Cartagena.

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