Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón, si no fuera porque su bisabuelo recibió una carta de Constante Ribalaigua escrita por Hemingway. Esa carta pasó de una generación a otra: era un tesoro de la familia. El día que él la leyó, supo que su antepasado había huido a España y por qué. Comprendió que aquella amenaza tan bien escrita, era pura literatura. Su deseo de ir a La Habana en busca de sus raíces y de su posible muerte, perdió brillo. Guardó la carta en el sobre y buscó en Google vuelos a Damasco.
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